Entrada destacada

Movilización a Memorias andantes

Una necesaria movilización Hace ya un año, con la caída de Google +, decidí trasladar el blog a WordPress, a fin de mantener con vida e...

domingo, 21 de junio de 2015

La ilusión

"Tras las puertas de la realidad se encuentran sólo los sueños, en ellos existe la libertad absoluta y el infinito mismo. Tras la vida hay sueños, y esta es gracias a ellos. Y, a veces, cuesta diferenciarlos"

Al menos es lo que ella me dijo alguna vez, en alguna ilusión breve pero sublime. No estuve con ella mucho tiempo, y ni siquiera podría asegurar que fue real, puesto que su ser era demasiado bello para serlo. Una idea, un espejismo que manifestaba lo que anhelaba en el fondo de mí, tal vez era lo que ella fue para mí, pero decir algo como eso sería probablemente una exageración, o quizá no. 
No recuerdo cómo la conocí, debido a que lo hice antes de conversar con ella, a través de un juego de miradas, aunque tampoco podría asegurar cuándo y de qué manera pasó. Lo que sé es que su voz era como el viento de la primavera, en sus ojos podía ver el brillo de las estrellas, en rostro veía solo una forma perfecta, rodeada por el brillo del sol. Todos los días la veía, le hablaba y ella a mí, pero siempre tenía que llegar a dormir, pensando solo en ella antes de cerrar los ojos, con la ilusión de verla al día siguiente.
Llegué a sentir su cuerpo, a ver detrás de lo que no me dejaba verla entera. No alcanzarían las palabras para describir todo lo que hicimos, aunque sobrarían todas para hacerlo, sólo una palabra podría describir de forma adecuada lo que ocurrió entre nosotros, y no sería capaz de usarla si no estoy en su presencia.
No he hablado demasiado, pero elijo no hacerlo a causa del dolor de recordarla si no estoy junto a ella. Ya han pasado unos cuantos años, y lo único que he logrado es seguir soñando. Todos los días voy al trabajo, cumplo una rutina, veo a mis familiares y amigos, pero me siento solo. Al final del día me voy a mi habitación, recargo la cabeza sobre la almohada, cierro los ojos, y espero algún día poder despertar.

La puerta del cuervo


Al abrir la puerta me hallé frente a un extraño escenario, una tierra desolada y en ella un suelo negro como ceniza, acompañado de un fuerte olor a putrefacción. En el cielo no había sol ni luna, era como si el movimiento de rotación terrestre se hubiera detenido, aparentando el momento del día en que la tarde terminaba, y la oscuridad espera a que el astro rey termine de ocultarse. No había estrellas en todo el firmamento, ni nubes que evitasen su vista, solo un espacio gris que se extendía más allá de lo que mis ojos serían alguna vez capaces de ver. A lo lejos se veían diversos cerros y un par de enormes montañas, estas últimas estaban coronadas por lo que parecían ser grandes construcciones de piedra. Comencé a caminar, y me percate no tenía idea alguna de lo que hacía en ese lugar.

Segundos antes sabía exactamente el motivo por el cual me encontraba en aquel lugar, pero el recuerdo se había ido más rápido que un parpadeo, nada quedaba, ni la más mínima pista que me pudiera revelar mis motivos. Mientras más lo pensaba, aumentaba la extrañeza del asunto, y parecía que sólo me alejaba segundo a segundo de lo que momentos antes había sido una verdad, o quizá únicamente la justificación de mis actos y el sentido de los mismos. Pensé que tal vez era todo un sueño, pero en mis sueños suelo no poder sentir la textura de los objetos, en cambio en ese lugar yo era capaz de percibir el suave movimiento de las negras arenas al caer entre mis dedos, así como la lenta y calmada brisa. No era como un sueño, puesto que la puerta por la que entré conducía a una perdida cabaña, y en mis sueños es una costumbre que una entrada como esa condujera a un sitio aleatorio. Pese a lo poco común que era ese terreno, parecían coincidir sus elementos entre sí, resultaba concordante cada cosa con la otra. Tenía el presentimiento de que ese extraño lugar me era conocido, aunque no tenía idea de cómo, y mis emociones no me eran de ayuda. Pese a mi confusión, estaba consiente de extraños sentimientos a los cuales no les hallaba origen ni sentido: melancolía; ira, mucha de ella; confusión, la cual resultaba evidente debido a la situación; ansiedad; miedo, pero… ¿miedo a qué? Y finalmente soledad. 

La única solución posible para mí en aquel momento, era recorrer el negro desierto que me rodeaba, con dirección a las edificaciones que se hallaban en la punta de las grandes montañas que predominaban por sobre los cerros y laderas. Atravesando el extraño sitio, ante el cansancio y el tufo a cadáver. Como resulta evidente, no tenía demasiados ánimos por hacerlo. Sin embargo, el caos emocional que sentía me evitaba pensar demasiado en la posiblemente agotadora tarea.

Con cada paso que daba notaba que mi sentido del tacto en mis pies estaba reducido de forma notable, con la distancia me daría cuenta que la inestabilidad del terreno apenas y generaba una dificultad para atravesarlo, además, el esfuerzo físico y lo que en condiciones normales debería causarme un intolerable agotamiento, no eran para mi más que ideas de algo que parecía ajeno a mí. Tal vez algunos pensarían que dicha situación sería una dicha, imaginando que sus pies atravesarían el terreno casi flotando, con alivio y ligereza en los pies; pero esto era más bien como transportar un cuerpo mecánico que se movía por una forma inercia, como si arrastrase un cuerpo sin vida. También me di cuenta entonces, que mi respiración se daba a un ritmo muy lento, y que no era capaz de escuchar los latidos de mi corazón. Para entonces comencé a suponer lo peor. 

Pensé por un momento, o al menos intenté hacerlo, que todo era sólo un sueño tanto por la rareza de aquel sitio como de la sensación en mis piernas, pero al agacharme, nuevamente, era capaz de sentir la suavidad y el cosquilleo que ejercía en mis manos la negra arena del lugar al tocarla, lo que nunca en mis sueños había ocurrido, jamás lo haría. Dicho material carecía por completo de adherencia, y, aún con su aspecto y cualidades arenosas, al golpearlo parecía bastante firme, como un compuesto no newtoniano. 
Lo más sorprendente e inquietante de ese lugar, lo vi al rodear las montañas para poder ascender evitando un terreno casi vertical, y era un río de mercurio. Un afluente de metal líquido que bajaba por aquellas laderas, como si hubiera sido generado por lluvia, pero ¿En qué clase de sitio podía llover mercurio? Al instante se me metió la loca idea de que estaba en otro planeta, a causa de los programas de astronomía que llegaba a ver en ocasiones y contaban existían planetas en los cuales literalmente llovía metal. Tal idea me llenó de ilusión por un momento, pero también de más dudas ¿Por qué estaría yo en otro planeta? ¿Si ese era el caso, como podía estar vivo ante una atmósfera extraña? ¿Algo de esto era real?
Por fin, tras una larga caminata y ascenso por la montaña, sin saber cuánto tiempo había transcurrido, llegué a la cumbre. Frente a mí se hallaba un templo de roca negra, poco más alto que una casa de dos pisos, y tan ancho como un estadio deportivo. Parecía una gran cueva, incluso me daba la impresión de que el templo había sido tallado sobre una. Enormes y anchos monolitos en forma de cilindro, marcados en la parte superior con una espiral que apuntaba hacia el cielo, adornaban la entrada, y una serie de líneas fluviales de mercurio convergían en el interior de esta gran mole, o mejor dicho salían de ella como si dibujaran un sol de ceniza y metal. Aquí la pestilencia era casi insoportable.
Bajo la boca de la caverna, dibujado en el suelo, estaba la imagen de un cuervo, tan grande que la representación de sus alas se extendía por los casi ocho metros de diámetro del portal, mientras que de la cola al pico lo hacía cuatro, con la cabeza señalando el interior de la cueva, teniendo sus ojos trazados de tal manera que parecían vacíos y muertos. Tuve miedo de entrar ahí, pero sabía de debía hacerlo. Aún no sé por qué lo hice.

Por extraño que parezca, no vacilé al entrar, mi cuerpo se vio movido por la misma inercia que me permitió llegar a lo alto de la montaña. En el interior todo era oscuridad, pero el diseño del piso permitía conocer el camino, a través de lo que una guía marcada en el suelo por un camino de piedras de obsidiana. Recorrí los oscuros pasadizos y laberintos en espiral del Templo del Cuervo, para llegar al sitio de donde nacían los flujos de mercurio, una enorme cámara, alumbrada únicamente por un pequeño brillo que salía del techo. Bajo ésta se observaba una gran cascada por la cual ascendía el mercurio en lugar de descender, desde el interior de la tierra, nacida en un abismo al cual mi vista no podía llegar a su final. El metal parecía ser calentado de alguna forma en este lugar, lo noté puesto que brotaba de él un humo grisáceo, además de parecía estar hirviendo. De este agujero salía un enorme tronco de color negro que terminaba en las raíces del árbol en lugar de hacerlo en las ramas. Posada en estas se encontraba una negra figura con cuencas vacías y oscuras como ojos. El terror que se vendría después sobre mí me haría hacer una de las cosas más arriesgadas que jamás he hecho.

De un momento a otro, la figura negra extendió sus alas, revelándose como un terrible cuervo con orificios en lugar de ojos y un pico que daba un extraño aspecto corroído. Este ser dejaba pequeño al representado en la entrada del templo. Alas gigantes que abarcaban todo mi campo de visión, y que superaban los quince metros, junto con una altura de entre seis y siete, más el tamaño de sus garras, a las que no lograba ver. El negro de sus alas parecía devorar la poca luz de los alrededores; sus ojos me hipnotizaban y atraían hacia él, mientras el sólo agitaba sus muertas plumas en un lento y apagado movimiento.

El horror me invadió al ver que esa cosa se acercaba hacia mí. En el último momento recuperé el absoluto control de mi cuerpo, así como la sensación en mis dormidas piernas; entonces me lancé al mercurio.

Desperté en una bolsa de cadáveres, literalmente. Luché desesperado por librarme del plástico transparente que me rodeaba, rompiéndolo con mis propias manos ante el impulso de adrenalina. Al salir respiré agitado, sintiendo de nuevo mis piernas, y estando aliviado de saber que seguía vivo. No queda mucho que decir sobre esto, solamente que llevaba tres días muerto a causa de un supuesto infarto. Los médicos se horrorizaron, al verme salir de entre una pila de cuerpos que todavía no se colocaban en la morgue; me detuvieron inmediatamente, para que me realizaran estudios en los días subsecuentes. Pero no pudieron descubrir nada. 

Transcurrieron un par de semanas en las que fui atendido por un par de enfermeras que fueron muy atentas conmigo, pero que todo el tiempo me miraban con miedo y mostraban ansiedad al estar en mi habitación; una de ellas era joven y guapa, se mostraba curiosa hacia mí, pero no podía durar demasiado en el mismo cuarto en que yo estaba, puesto que en esos momentos estaba siempre con los nervios de punta. Al final me dejaron ir. 

Volví a mi hogar, sin la voluntad de pensar en el extraño lugar en el que había estado, sólo queriendo olvidar el asunto. Aunque no podía dejar de estremecerme al pensar que ese suceso había sido real, no lo creía, o no quería hacerlo, pero entonces, si no había ocurrido en serio ¿Por qué había despertado en una bolsa de cadáveres, con un frasco de piedra negra, relleno de mercurio en la mano derecha, y una enorme pluma de cuervo en izquierda?



Antonio Arjona Huelgas 



15 de Junio de 2015
Ciudad de México