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martes, 31 de julio de 2018

...Ahora...el halcón vuela solo

...Amanecer. Zumbido. Los oídos se exponen al fuego y al grito una y otra vez entrecortado. Metal y llamas, descargas de miles de brillos atraviesan las nubes, el viento corta los restos hechos jirones, y el planear del halcón le resulta inútil. La cacería de grandes aves le llevó de frente contra un ejército de colibríes y codornices, que se lanzaron a toda velocidad hacia el Rey de los cielos. Y no se rinde. El halcón sabe que debe seguir, no ha viajado tanto para irse con las manos vacías, aunque pueda caer en el intento. El fuego lo envuelve, y lo sabe, pero el calor ni siquiera le quita velocidad. Grita y ruge, arroja todo lo que tiene: descargas brillantes se lanzan a sus adversarios y surge un fénix. El cielo se llena de fuego y humo, más pesado que las nubes de pesada tormenta y el gélido frío. Hielo y nieve y fulgor, agua y relámpagos, miles de espejos en el aire caen y se deshacen, en ellos se ven los rostros de todos los celestiales, y todos los caminos que puede tomar el halcón. El embate se mantiene, el halcón gira en el aire, esquiva el fuego y el impacto de su adversarios, su garra atrapa y destroza los cuerpos de las arpías, su pico y su fuego repelen y cazan a los dragones, cuales serpientes, tal tempestad contra las ramas. De fondo un ruido blanco y el pasar del viento por los oídos, las nubes descienden tal cascadas y dibujan con desordenada libertad, el azul está muy lejos, apenas se vislumbra tras la espesa capa de negro y gris, más en el horizonte hay luz, de un sol eterno, cuyos hilos se arrojan a todas direcciones, y atraviesan la oscuridad, dorado y rojo irrumpiendo en el negreo y el gris, los colores luchan y bailotean, se pintan como en una imagen de miles de pinturas de acuarela, de cuadros perdidos en el tiempo, y en el vacío, entre el danzar del caos, las plumas que caen se pierden en la distancia, hacia un suelo lejano, al que no se puede llegar con vida.
El halcón ha enloquecido y grita de nuevo hacia la multitud, hacia el ejército rival, pues sólo queda el frente a la totalidad de las bestias del cielo, les jura que volará por la eternidad, y jura al sol que hasta su voz hablará con respeto de su nombre, del nombre del halcón.
Las plumas caen y se desvanecen, sus alas arden y se pierden conforme avanza, desaparecen en el viento, se esfuman. Más la descarga del fénix aún cae sobre el ejército de las nubes. Las alas aún se despliegan de alguna forma, el halcón aún vuela. Sus enemigos, aterrados, retroceden. No pueden explicar como tal ave puede mantenerse en vuelo. El halcón alza su voz. Su cuerpo comienza a desaparecer mientras más avanza hacia la luz del amanecer. El aire se baña del negro de las esquirlas, la cabeza tras los ojos de la noble criatura se ha perdido en el rojo y en el brillo, pero el halcón sigue. Metal y fuego convergen en una sola dirección, hacia un solo objetivo, el cual sigue y sigue, gira y asciende y mantiene su vuelo.
Entonces se desvanece. Silencio.
En una mañana nevada, ante un cielo brillante, sobre un telón de colores infinitos que danzan con el negro, la pluma del halcón pinta una escena perfecta, escribe sin palabras sobre un desvanecer. En el brillo y el metal, en el humo y el fuego, se escribe la historia de un halcón, que se desvaneció en el viento antes de dejar de volar.



Antonio A. Huelgas