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domingo, 7 de enero de 2018

Roe y se arrastra



Arrastrándose en la oscuridad la blasfemia acecha y gruñe, babea y murmura secretos en lenguajes olvidados. El hombre camina solo y cansado, cerca de las sombras, sentado en un escritorio vacío, en una habitación sin ventanas, con las puertas tapadas por tablas y muebles, la única luz parpadea desde una lámpara. Al exterior los gritos de pavor, los gruñidos y las voces acompañan el sonar de fauces que se abren y cierran CHAC CHAC CHAC... CHAC CHAC CHAC. Y algo más, algo que corre entre muros, reptando en espacios dónde no debería lograr moverse, pero lo hace, conoce todos los nombres y le producen apetito. Siempre tiene hambre.
El hombre se levanta y camina, algo rasguña las paredes, uñas enterrándose en las paredes, garras arañando metal TIC TIC TIC. Los chirridos torturan los oídos del tipo, más porque sabe que vienen por él, pues ya no tienen nadie más a quién cazar, y desde el principio le tuvieron especial apetito.
CHAC CHAC CHAC... TIC TIC TIC
Los alimentó con su sangre, por algo se hallaban ahí. El ritual había sido un fracaso, no habían tomado en cuenta los accidentes pues ni siquiera pensaron que tendrían éxito, las probabilidades eran tan escasas que ni siquiera se podría haber considerado posible el éxito, más lo fue, y de la peor manera posible. La prudencia parecía sobrar, pero hizo tanta falta. Los demás colaboradores del rito yacían en la oscuridad, los afortunados bajo la tumba, otros formaban parte del carnaval de rostros, y uno en particular susurraba desde el interior de las paredes. Fueron 9 al comienzo, tres muertos tan solo al concluir la ceremonia, 3 fueron jalados y nunca más volvieron, dos coronan la efigie del caos, en medio de sonrisas sin forma y caras vacías de voces silbantes, cuyas palabras silencian; y uno con vida, encerrado.
TIC TIC TIC TIC TIC TIC CHAC CHAC CHAC
3, pensaba el hombre, siempre el 3, número maldito, 6, 9 y de nuevo tres, uno u otro, una y otra vez. A cada instante las cifras se mezclaban con los símbolos y los mitos, todo en torno al ritual. Tres libros, 6 objetos, 9 símbolos, uno por cada persona en el transcurso de 9 días. Siempre con la tensión de los dos minutos para la finalización, durante todas las noches de la ceremonia. La única regla era no dejar de escribir ni orar, por más que las pesadillas vagaran a los alrededores. Que estupidez había sido tomar la conjura como una broma, cuán imbéciles habían sido, y más al no cerrar el ciclo. Su cobardía de no continuar, de no cerrar el proceso, fue la causa de la catástrofe. Sin embargo habría sido peor de haber concluido.
ÑLAC CHLAC ÑLAC
El conocimiento de fórmulas, oraciones, palabras y conjuros determinados había sido un conocimiento inútil hasta el inicio de la pesadilla. Era divertido hasta cierto punto, muy irónico, casi tenía ganas de darse un tiro ahí mismo, o de abrir las puertas.
TIC TIC TIC
La soledad del cuarto habría resultado reconfortante en otro caso, aunque algo relajaba estar ahí sentado, con las notas, en las sombras de la habitación, frente al escritorio.
Siempre se había apegado al escepticismo, no con dogmatismo ni fanatismo, no más que una postura conveniente y adecuada con la realidad, más ahora, la oscuridad parecía mofarse en su cara de todo ello. Sentiose como un Fausto, confiado en sus conocimientos y llevado por el hastío, su proceder en el ritual había sido ingenuo, y Mefistófeles resultó ser mucho más astuto de lo esperado, siempre lo era, y más peligroso. A diferencia de Fausto y sus jugarretas, basadas en años de conocimientos profundos, el hombre sabía que no tenía el conocimiento ni los medios para escapar de su destino, de ninguna manera.
CHAC CHAC CHAC
En el mejor de los casos le esperaba una muerte horrible, que no daría término a sus sufrimientos, más evitaría lo peor. Ya estaba harto de los ruidos, de las voces, en especial del sonido de las mandíbulas, y el goteo.
Creyó escuchar risas por doquier, débiles, en susurro, como conteniéndose, cuales niños planeando una travesura, con malicia. También de fondo, como a una gran distancia, risas enloquecidas, vacías pero había algo en ellas, lunáticas más, en cierto modo, tranquilas, demasiado.
TIC TIC TIC
Ese sonido, entre el goteo constante del agua que cae una y otra vez, y pequeños golpeteos de un objeto contra otro, duro, como hueso, contra el metal, como uñas o garras ¡y el sonar de los dientes masticar y chocar sus mandíbulas! CHAC CHAC CHAC una y otra vez.
El ritual se había salido de control, no se limitó a matar a sus practicantes, sino que arrasó millas y millas, y se extendió. El hombre no sabía el número de muertos ni el lugar dónde las atrocidades se habían detenido, tenía la certeza de que nadie ningún otro sobreviviente lo esperaba en algún rincón, en alguna casa o sótano, pues las voces ya le decían, y el sabía que eran sinceras, crueles y sin embargo más honestas que cualquier ser humano, y más crudas.
Mientras el hombre meditaba, su mente vagaba en imágenes de niebla, humo y sombras, de superficies y ángulos imposibles en los que la tierra y las cosas se tornaban al tiempo que marañas de extremidades, colmillos, tentáculos y rostros gimiendo brotaban de los rincones. Ninguno de los tres libros usados en el rito le habían ayudado en lo más mínimo, pues uno se había perdido en la oscuridad, el otro fue quemado a fin de evitar que fuera encontrado quienes poblaban la noche, y el último no tenía información alguna sobre el problema, no para solucionarlo, apenas 9 líneas en verso, de 6 sílabas cada una, que constituían una especie de conjuro protector. De nuevo ahí estaban esos números, 9, 6 y 3, y de forma extraña el 1. Una persona restante, un libro, una habitación, y el resto en la nada. Una relación binaria a  final de cuentas, 1 y 0 como en las bases de la informática, era casi gracioso, y como todo lo demás tan irónico para ser cierto. Parecía un chiste, una broma triste y espantosa. Parecía que las risas no eran una coincidencia...
CHIC CHIC CHIC CHIC CHIC CHIC CHIC CHIC CHIC
Las risas aumentaron, aún se contenían, y, de repente, el hombre oyó otro ruido, ya no sólo detrás las paredes, sino al otro lado de la puerta.
CHAC CHAC CHAC TIC TIC TIC TIC TIC TIC
Entonces volteó a ver la entrada. Las tablas habían desaparecido.
El hombre pronunció con nerviosismo los versos protectores mientras intentaba dibujar con manos temblorosas, sabía que la pistola no serviría de nada, aún siendo del calibre .45, ningún arma humana era capaz de contrarrestar las fuerzas que se aproximaban arrastrándose.
ÑLAC CHLAC ÑLAC
Entonces la perilla comenzó a girar con lentitud. El hombre sintió un dolor en el pecho, creía, y esperaba, estar sufriendo un infarto. Respiraba con dificultad, un mareo lo invadía y un sudor gélido le corría por el cuerpo mientras pronunciaba el conjuro. Iba a morir.
CHIC CHIC CHIC... CHIC CHIC CHIC CHIC CHIC CHIC
Ya venía, la cosa ya venía.
Una corriente de aire, como una voz, entró en el lugar. Las risas ya no se contenían, se oían como un rugido, como una explosión, como una tempestad.
La puerta se comenzó a mover; el hombre siguió apresuró el conjuro lo más que pudo. Tomó al arma y disparó a ciegas...
Entonces la puerta quedó entreabierta...


F I N




Antonio Arjona Huelgas
7 de Enero del 2018

   

6 comentarios:

  1. Un inquietante relato que recuerda al terror de Lovecraft. Me gusta esa puerta entreabierta, creo que las puertas son los símbolos más potentes en un relato de terror. Saludos

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    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias!
      Precisamente la primera idea del relato fue la puerta, pensé en comenzar con eso, pero me pareció muy trillado y decidí pasarlo al final.
      Saludos

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  2. Escalofriante,sin salida. Muy bueno

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