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miércoles, 8 de noviembre de 2017

La cueva y el proyector

Ha veces pienso que el mundo es una cortina negra en la que se proyectan imágenes de colores que le dan un aspecto tridimensional, entonces quiero pensar que soy un ave que se metió por error a la extraña sala oscura en se presentan éstas miles de historias, como una sala de cine en la cual se proyectaran a la vez todas las películas que alguna vez se han realizado. Es natural, claro está, que si cada ser humano es una polilla, una termita, un ave o un murciélago atraído al espectáculo y lego atrapado, entonces ninguno de nosotros tendría lugar en el mundo. Quiero que imaginen por un instante la situación, piensen que tal vez estamos demasiado encandilados para recordar que hacemos ahí; el brillo constante aturde, paraliza, transforma, de hecho el juego de reflejos ha causado la idea de superficies mayores a la de la pantalla. Como es lógico, la tela se mancha por el polvo y las pisadas, lo que debería ser una pista de lo que ocurre en realidad, de la verdad, más el efecto resulta contrario: las motas de polvo hacen que la imagen parezca más fina, le dan una mejor definición a la imagen, y los manchones evidencian al tiempo que encubren, ya que brindan ángulos y aristas invisibles en otras circunstancias.
La pregunta, además del asunto de la pertenencia, es ¿Nos corresponde habitar la cueva o salir de ella? ¿Acaso hay algo más que la pantalla y el proyector? ¿O todo lo demás es oscuridad? Por tanto ¿Convendría aceptar la oscuridad o abrazar la luz artificial? ¿Y si más allá de la sala todas las cosas son juegos de luz y oscuridad, y la ilusión entonces es más bien la única realidad?
El símil en cuestión no se limitaría a la realidad material o personal, quizá también en la sociedad, el gobierno y nuestro pensar. Todo lo anterior en su más amplio sentido, en sus diversos matices, en la multitud de aristas.
A veces me imagino, en sueños, como un proyector, un creador de imágenes, de sueños, de ficciones y verdades variadas cuyo origen está en mi auténtico ser. O, recordando al ave, proyecto mi propia imagen para tener dónde navegar, para seguir la luz en el vuelo. Aunque tal vez sólo sea un egocéntrico. De todos modos cabría recordar que seamos lo que seamos, al final acabaremos en el polvo.
Si queremos irnos de ahí, tendríamos una responsabilidad basada en la observación, en la naturaleza de todo. Es posible que nuestro escape esté en las minúsculas motas de polvo, en el colmado polvo, éste material está tanto adentro como afuera de la sala, es el devenir y el porvenir, un desarrollo inacabado, una partícula al aire, después de todo, polvo somos y en polvo nos convertiremos.  



Antonio Arjona Huelgas
7 de Noviembre del 2017

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