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lunes, 31 de octubre de 2016

Réquiem a una existencia miserable


¿Quién habría esperado algo honroso de aquel gusano? Se arrastra tal y como su naturaleza le dicta, tal y como debió estar todos y cada uno de los días de su vida ¡Cuán feliz habría sido el mundo de haber sido así! Pero el muy asqueroso, el muy imbécil ¡Ese inmundo pedazo carne y estupidez! Cuánto le hubiera valido nacer muerto, mantenerse alejado de otras vidas, o simplemente no nacer. Pero tuvo que venir a joderme la vida ¡Ja! Debí imaginarlo, no tardó en traicionarme apenas se topó conmigo. Y era natural, yo era el ser y el era el mundo. Debía destruirlo, no se merecía nada mejor. No me disgustó arrastrarlo durante la noche, no me molestó golpearlo hasta hacerlo llorar, ni cortarlo con lentitud hasta que me suplicara que acabara con él ¡Cuánto placer sentí al enterrarlo vivo, y más al sacarlo para que creyera que tenía esperanza. Y fui liberado al prenderle fuego para purificar su inmundicia.
Ahora se acaba su inutilidad, su ridiculez ¡Y todavía se atrevió a participar en mi procreación! Ahora se arrastra buscando salvarse, mas yo soy el fuego que el mismo encendió, y mi labor era convertirlo en cenizas. Su miserable existencia me alimentó con rapidez, como la yesca. Y como leña mantuvo mi odio. Ahora termina, con un acto de honor, de liberación. Me siento glorioso, y siento haberle dado gloria a esa porquería. Aún con siendo él, fue útil para el sublime acto que acabo de realizar.
Ahora mi fuego se apaga y me estoy congelando. Supongo que yo también moriré. Sin embargo mis llamas se elevarán hasta los cielos, y los ángeles sabrán de la realización de mi venganza. Sabrán como convertí el excremento en combustible, y el fuego en oro. 
Mientras tanto todos están ardiendo, todos ardemos hasta el final de los tiempos.


Antonio Arjona Huelgas
31 de Octubre del 2016

domingo, 30 de octubre de 2016

Vacíos

Si aún hay oportunidad de volver atrás apostaré mi vida por ello, y no me importaría mucho perderla puesto que la muerte es mejor destino al que probablemente me aguarde. Más el retorno, tantas veces desaprovechado en el pasado, parece imposible a estas alturas. El vacío ya es infinito.
¿Este es el camino irrefrenable? ¿Este es el sentido que buscábamos? ¿Cómo alguien lo podría aceptar? O peor ¿Quién abrazaría la nueva Fe? Sería imposible ¿verdad? La lógica y la razón se oponen de manera natural, la ciencia y la filosofía también. Sin embargo todos lo hicieron.
Estoy solo.
Soy el todo en la nada.
Y ella desea devorarme.
¿El cálido manto de la muerte podrá salvarme?

Estoy rodeado, encerrado en una pequeña habitación, ellos me buscan y ansían atraparme, saben donde estoy, pero no entrarán. Su paciencia es infinita. Surgieron de la nada y a ella pretenden arrastrarme. Sus voces son un sonido que se mueve a través de la ilusión y las abstracciones.
Ríen y se burlan, sus risas parecen agudas y arrastradas. Aunque creo que soy yo quien ríe, arrastrando mi voz histéricamente, con una serie de ruidos guturales que saltan a desesperados llantos agudos.
No me atrevo siquiera a dar un vistazo tras la ventana, tocar la cadena que abre la persiana me provoca horror. Todos afuera son Vacíos y todo está vacío.
La primera, y última, vez que me asomé, sólo vi negro. Nada había en el exterior, nada en absoluto.. El mundo que alguna vez había sido, que había estado, ya no podía ser ni estar. No había gente, ni edificios, ni siquiera tierra que los sostuviera ¿Cómo no se había derrumbado la habitación me hallaba? Es probable que tampoco había gravedad. Por tanto no había estrellas en el cielo ni nubes que impidieran verlas, no había sol ni luna, ni Vía Láctea. Faltaba la luz, y la oscuridad no parecía tal, no parecía nada. Esfumadas estaban la idea y la materia. No había nada.
Aún así escuchaba a los Vacíos.
Fue sorprendente lo rápido que los Vacíos se expandieron, primero se volvieron todas las personas, después se volvieron todo lo que había.  Recuerdo correr por las calles pidiendo ayuda, pero nadie podía escucharme. En cuanto encontré me encontré con un grupo de personas, ya no eran personas. No podré olvidar esas sonrisas, abrían su boca hasta el máximo, como si quisieran mostrar todos los dientes para la mayor de las sonrisas, pero no había dientes, no había nada , sólo una expresión retorcida y espantosa. Vacío en la sonrisa vacío en la mirada.
Escapé hasta mi departamento y me encerré en mi habitación. Aseguré las puertas del departamento y todas las ventanas. Llevé la mayor cantidad posible de comida a mi cuarto, por si acaso. El baño estaba conectado a mi lugar seguro. Estaba preparado para resistir el tiempo necesario, esos seres serían detenidos eventualmente, y si no, por lo menos podría planear como permanecer vivo. Más no fue así, nada fue como debió haber sido. Aunque parece que ya nada será de ninguna manera.
El primero que vi pasó desapercibido, vi sus ojos con horror, o mejor dicho la carencia de ellos. Mientras una bandada de cuervos invadía la calle volando y graznando. Uno de los animales se acercó a mí, y al momento el Vacío comenzó con un discurso que blasfemaba contra toda la existencia. Su voz se incrustaba en mi ser.
La multitud escuchaba absorta. Por mi parte, estaba paralizado. No fue hasta que un instinto de supervivencia, o quizá un conocimiento ominoso en subconsciente, me impulsó a huir ¿Cómo se dio esto?  Uno de los cuervos se posó en mi hombro y me miró. Su rostro era igual al del sujeto, también estaba vacío.
Ahí comenzó mi escape.
Al final estoy encerrado. No creo sobrevivir, si escapo a través de la muerte seré afortunado. Pienso en la forma de matarme, no me queda más que mis sábanas para ahorcarme, un poco de comida para asfixiarme, y los vidrios del espejo del baño como último recurso. Mi última esperanza está en la muerte. Sin embargo puede que no sirva, después de todo dejé de sentir mi ojo izquierdo, y al verme al espejo noté el creciente vacío.
Antonio Arjona Huelgas
30 de Octubre del 2016

domingo, 23 de octubre de 2016

Matando gatos



Hay historias raras, incomprensibles en casi todos sus detalles, tal podría ser el caso de la masacre de gatos en el pueblo de Noctaterra. Pocos registros quedan de lo que estaba ocurriendo ahí, y ni hablar de las fuentes orales ¡Cuánto desconocemos de esa noche del 23 de Octubre! ¿Quién o quiénes habrán sido los responsables?

Dentro de lo que se sabe, los lugareños rumoraban que los gatos emprendían travesías nocturnas al centro del pueblo todas las noches. El diario de una mujer anciana brinda un testimonio bastante extravagante sobre el asunto:

“Mi gato sale todas las noches, ya entrada la madrugada, siempre a la misma hora. Parecía normal, pero un día me asomé por la ventana para ver dónde iba mi Chiquito ¡Y Santo Dios! Como veinte gatos caminando por la calle, como si fueran una manada o una cosa así. Tras de ellos iba una fila muy larga de gatos, cada uno detrás de otro, cada 5 metros uno de ellos. Me quedé la noche en , hasta el regreso de Chiquito al amanecer

No es la única referencia, ni mucho menos la más extraña. Un chico que escapó de su casa dos noches antes de la masacre, y salió de la ciudad para nunca regresar, narró lo visto alrededor del pueblo la noche de la huida:

“Salí con mucha prisa y sin hacer ruido. Creía que lo peor que me podría pasar, si algo así ocurría temía lo que mi padre me haría... me habría quemado con aquel fierro, y lo habría hecho en mi cara para que nunca tratara de escapar otra vez. Pero cuando vi a los gatos danzar en círculos en torno a la rotonda, miles de ellos, ronroneando y maullando de una forma que nunca en mi vida había escuchado. Otros avanzaban en espiral y no se detenían ¿Cómo era posible? ¿Hacia donde seguían avanzando tras llegar al centro de la rotonda? ¿Cómo podían ser tantos?"

Más adelante, el chico describiría otro aspecto clave para la investigación del extraño síndrome que afectó a los felinos, y que posiblemente también a los humanos. En caso contrario podría tratarse de un desvarío causado por la histeria, o por el evidente trauma psicológico al que enfrentaba el sujeto:

Quise salir de ahí lo antes posible, y, si era capaz de ello, encontrar un camino que permitiera no cruzarme con alguno de los múltiples caminos de la posesión gatuna. Me alejé de la rotonda y encontré  ruta por calle San Antonio, libre y que conectaba con Avenida Libertadores, siendo esta última la que daba a una de las salidas del pueblo. Lo mejor es que era un camino tan evidente para casi todos, que nadie habría sospechado que alguien en pos de huir tomará esa ruta. Cuánto me arrepentiría. (...) tras avanzar cuatro cuadras, y ya a sólo tres mas para llegar a la Avenida Libertadores, todavía oía los maullidos de los gatos, a los que ya me había acostumbrado un poco, pude divisar siluetas a lo lejos. Supuse que eran de los gatos, aunque su tamaño era casi el de una persona. Estaba aterrado. Logré tranquilizarme gracias a la idea de que tales visiones fueran a causa de ilusiones ópticas causadas por el ángulo y la distancia, sumados al miedo que sentía. Avancé hasta Avenida Constitución, a una esquina de Libertadores, cuando comencé a sentirme observado, al instante apreté el paso. A la mitad de la distancia entre avenidas, pude captar el sonido de algo que caminaba de forma rápida y constante, parecía que se arrastraba. Apreté aún más el paso. Estaba en la esquina, girando a Libertadores, en ese momento todo se oscureció. Quedé ciego, pensando que me habían atrapado, o que me había desnatado, pero no era así, lo noté en cuanto vi los pequeños brillos en medio de las tinieblas, pares de ellas que me rodeaban por todas partes, y las veía en cualquier dirección a la que volteara. Eran ojos. Cientos de miradas. Por arriba, por abajo, a todo mi alrededor (...) Nada emitía ruidos, pero y por más que gritaba, por más que intentaba escapar, todavía me veían, todos ellos”

El resto de la declaración no ayuda a esclarecer los hechos. Aún así sintetizamos la parte más coherente del testimonio, puesto que en muchas ocasiones la información era inentendible o el documento estaba plenamente dañado. Pese a la relativa actualidad del hecho para una investigación de corte histórico, alrededor de quince años, el hombre que alguna vez fue ese niño se ha negado a platicar otra vez de lo que vivió.

De lo que pasó los días que le siguieron a este testimonio la información es poca. Otro testimonio viene de un hombre que dejó el pueblo el mismo día en que ocurrió la matanza de gatos:

“En la mañana del 23 de Octubre, muy temprano como a las 6 o 6 y media, desperté y vi a mi mujer asomada a la ventana, tan quieta que parecía sólo una parte del ambiente, como un mueble o un árbol, también me hizo pensar en un cadáver. Me preocupo un poco verla tan absorta, por lo que me acerqué para ver que tenía. Un rápido vistazo fue suficiente para saber que la tenía hipnotizada: en el jardín y por la calle un bosque de gatos empalados se extendía por lo menos hasta donde el ángulo nos permitía ver".

Posteriormente el hombre pasaría a describir cómo fue su camino por el pueblo, así como el debate con su esposa, previo a la decisión de salir. El consuelo para el susodicho fue el de hallar a varios de sus vecinos, sanos y salvos, haciendo lo mismo que el. Entonces descubrieron que todo el pueblo estaba adornado de forma macabra con cadáveres de gatos colocados en estacas de entre medio metro y hasta tres, según el caso. Como era de esperarse, todos y cada uno de los propietarios de estas mascotas buscaban a sus mininos a lo largo del sangriento bosque. Aunque ninguno fue capaz de hallarlos, puesto que gran parte de los animales estaban heridos al punto de ser irreconocibles, o en algunos casos desollados. No conforme, ninguno tenía collar. Si en vida lo habían hecho, es probable que los perpetradores se los hubieran retirado.

Las personas se organizaron con rapidez para establecer un plan en el que basarse para actuar. No tardaron en aparecer quienes aseguraban que se trataba de un acto demoníaco, o que era parte de una maquiavélica conspiración, o incluso que todo era una especie de engaño muy bien planeado, o un sueño. A su vez, la paranoia se disparó, y la gente comenzó a gritar que todos estaban condenados, que era una funesta señal, el fin del mundo. Y no estaban tan equivocados.

Las palabras del hombre son ambiguas, poco reveladoras, y aún menos esperanzadoras:

“No creía en esa clase de cosas de maldiciones o conspiraciones, pero tuve una sensación de peligro desde el momento en que desperté hasta conseguir alejarme lo suficiente de ahí”.

Ese mismo día cerca de trescientas personas, de una población de veinte mil, dejaron el lugar para jamás regresar.

No se sabe que ocurrió esa noche, ni se tienen hipótesis que resulten suficientemente coherentes, para un evento de tal magnitud, y que ha pasado desapercibido, por sorprendente que parezca. Sólo se sabe que para el día siguiente, la población de Noctaterra se reportaba desaparecida por completo, y para la semana esto se confirmaba.

Más impactante aún es la falta de consideración por parte del resto del mundo. Nadie volvió a saber que le pasó a los habitantes de Noctaterra, los sobrevivientes nunca quisieron saber más del asunto, y el resto de la humanidad se mostró indiferente. Quienes tenían familiares entre los desaparecidos, aseguraron tener pesadillas durante un mes antes y otro después del acontecimiento. Los gobiernos e institutos negaron estar involucrados, pero tampoco ayudaron a resolver el misterio. Todo organismo, todo posible medio de apoyo, se mantuvo física y jurídicamente alejado de Noctaterra.

Algunos de los pocos que aportaron declaración aseguraron que soñaban de forma cotidiana con maullidos y gritos, con felinos desollados y con malévolas miradas que reían desde la oscuridad. Sonrisas desquiciadas y vacías.

Mientras tanto Noctaterra se mantiene abandonada, poblada por recuerdos que nadie quiere recordar. Sus calles, cubiertas por los cuerpos de miles de animales torturados y sacrificados en una ceremonia sin nombre, su número supera por centenas al que se supone que debió haber ahí. Noctaterra es la memoria del horror que, por más que alguno tratemos de rescatar, se acerca sin remedio hacia el olvido. La nada ríe con locura desde su trono, en un castillo rodeado por negros fierros por los que todavía corre sangre.


Antonio Arjona Huelgas
23 de Octubre del 2016

sábado, 8 de octubre de 2016

Cinema Fantasía


Cientos de parejas, de viejos y jóvenes, de niños y grandes, de hombres y mujeres, todos reunidos en un mismo lugar, con distintos intereses e intenciones personales, con un solo objetivo común: el inicio de la función. Cinema Fantasía, un lugar peculiar, formado por cientos de salas, una tras otra, a la entrada hay un letrero anuncia: “SE PROYECTAN HECHOS, RECUERDOS Y VIVENCIAS”. Y a la entrada un local de café atendido siempre por el mismo anciano. Veo a dos jóvenes abrazados, y sentados sobre un sillón de oscuro color. Frente a ellos, alrededor de una pequeña mesa hay dos ancianos hablando de los nuevos, viejos y próximos días felices, de las tecnologías  del siglo XX y del XXI, de los cambios que los tocó vivir y los que habrían de venir. En el centro del establecimiento, una joven con una mirada de inusual belleza está sentada al costado de un chico con lentes de amplias monturas, hablan y hablan pero parece que sus ideas no conectan, por más que los miro no encuentro  el motivo por el decidieron pasar este rato juntos; la joven me mira en ocasiones como si me tratase de un viejo amigo, en otras como un interlocutor mucho más interesante que su acompañante, y en otras como un posible amante- quizá esta especulación sea exagerada, pero si estuvieran en mi lugar no creo que lo pensaran de semejante manera. Dos duplos, uno de hombres y otro de mujeres, se miran con cariño, los primeros hablan de tonterías y se acarician las manos constantemente, mientras las segundas ríen y se besan cada tanto. Con el tiempo muchas de estas personas dejan el sitio y son remplazadas por otras. Aún así me siento raro al estar sin compañía en esta locación. Supongo que hay suficientes funciones para que una nueva empiece a cada minuto, pese a ser tan largas. No suelo asistir a ellas, pero la última vez que lo hice la cinta duró casi 23 días, supongo que para los locales ha de ser natural esta clase de eventos.

Una docena de horas han pasado y no puedo figurarme cómo quienes viven por estos alrededores perciben este singular transcurrir. Estos sitios son curiosos, extraños en demasía. Mis ojos se volvieron a cruzar con los de la joven de hace un rato, de forma evidente, su acompañante me miró incómodo, molesto, con rapidez volví la mirada a la máquina de escribir y me concentré en las notas de Chopin. No sé si tienen la capacidad de ver mi herramienta de trabajo, espero que no. Sería extraño asistir con algo así al cine. Sin embargo no creo ser juzgado por ello en este lugar.

Al momento de hacer las debidas correcciones ¿Daré prioridad a la redacción o a la licencia poética? Supongo que lo pensaré cuando esté fuera de aquí.

Algo me dice que tendría que abstenerme de venir, en teoría este lugar no es para alguien como yo. Ahora no sirve pensar en eso, lo haré más tarde al estar de vuelta en mi casa. Sin embargo, no me puedo permitir olvidar que hago aquí ni la naturaleza de donde me encuentro, después de todo, como mi abuela me dijo la primera vez que visité estas inmediaciones: “No debes frecuentar los terrenos de los muertos”.





Áureo Boix

8 de octubre de 2016