Entrada destacada

Movilización a Memorias andantes

Una necesaria movilización Hace ya un año, con la caída de Google +, decidí trasladar el blog a WordPress, a fin de mantener con vida e...

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Ícaro, el primer ser

En el inicio, alguien miraba el eterno horizonte, el amanecer de todas las cosas. En ese momento no existían los nombres ni las consecuencias tal cual, sólo el atisbo en alguien que se llamaría a sí mismo Ícaro. El mundo fue imaginado, y tanto el objeto como la imagen resultante dieron lugar a nuevas imaginaciones. La relación entre lo existente era difusa, los vínculos fueron imaginados a partir del cómo se alineaban las cosas, de la interacción en relación al ser, el primer ser, entonces, fue Ícaro. Surgió el deseo, la voluntad, y por encima de todo el sueño. Éste último formó a sus alrededores aspectos consecuentes, la realidad y la irrealidad,  que a su vez alimentaban al sueño, de ahí las ideas y la materia. El mundo fue como tal a partir de Ícaro.
Cómo es natural, el dios, los dioses y los seres vivos emergieron conforme el tiempo, la consecución y los procesos lo hicieron con anterioridad, así, su presencia se dio a partir de qué fueron observados en el horizonte por Ícaro. Éste en su contemplación, quiso tocar el cosmos recién existente y, en tanto se fue acercando, tomó forma en el mundo visible, de viento y de alas, también de un núcleo, después del sol, y otras tantas miles más, entre ellas de un ser humano. El hombre que fue se trataba de Ícaro, hijo del arquitecto Dédalo, el ingenioso y astuto constructor del laberinto de Minos.

Los dioses vieron desde lo alto al joven hijo del genio, y temieron, pues en él habitaba una poderosa voluntad, cuál ninguna que hubieran visto, además, el entonces niño parecía no entender ley alguna del mundo, ningún orden, jerarquía y determinación ajena a la propia. Ícaro no pertenecía al mundo.
Los olímpicos con miedo urdieron un plan para reducir al chico.

Poseidón, consultando con anterioridad al Destino, mandó un bello toro como regalo al rey Minos. Dicho animal iba con la misión de seducir a la esposa del rey, además que Afrodita entre sombras hechizó a la mujer para que se enamorase del toro. Tal cual lo habían planeado, la reina copularía con el toro tras enamorarse, de tal unión nacería una bestia llamada Minotauro.

El rey, a riesgo y a sabiendas que, de alguna forma, el monstruo mitad hombre y mitad toro fuera en verdad si hijo como tantas veces le juró su esposa, decidió encerrar a su hijo en un sitio adecuado para encerrarlo, para no verlo jamás, y que, no obstante, darle sacrificios para que se pudiese alimentar. La obra en cuestión, el hogar de la bestia, sería un laberinto cuyos planos fueron designados a Dédalo.

Al terminar el trabajo, Minos, a fin de resguardar el secreto y ante el rumor de otra infidelidad por parte de su mujer con el arquitecto al punto en que se decía que ésta mujer era la madre de Ícaro, mandó a encerrar a Dédalo y a su hijo en el laberinto, en un calabozo cuya salida daba a un solo camino: un mar tempestuoso adornado con afiladas rocas, sin posibilidad de un descenso seguro.

Así, los dioses concretaron su plan, y el pequeño Ícaro se mantuvo encerrado en las profundidades.
Ícaro creció en el laberinto, mirando el amanecer todos y cada uno de sus días, deseando alcanzar la luz, y alimentando día con día su anhelo, hasta su adolescencia, cuando su padre construyó una herramienta para escapar.

Todas las mañanas, hijo y padre observaron a las aves, día y noche, gaviotas, palomas, águilas y lechuzas que volaban en los alrededores. Ambos pusieron atención en la forma en que se daba el vuelo, y el hijo tuvo la idea de volar, tal cual la tendría un chico, un niño, un adolescente, influido en especial por el águila, animal con el cual se sentía identificado, pero elevada por algo más. Ícaro conoció la técnica de vuelo de las aves, y se la propuso a su padre. El hombre, como buen inventor, armó unas alas con las plumas de las muchas aves pasaban por la caverna, o cerca de ella, uniéndolas con la cera de las velas. Además, se valió de la minuciosa descripción de su hijo para el diseño y los detalles, y adecuó la idea del joven para deducir las condiciones y el modo para volar.

Así, al amanecer de un día cualquiera Ícaro y Dédalo salieron de su encierro por el hueco que tanto tiempo los había torturado con esperanzas vanas, la inalcanzable luz se volvía una posibilidad. Claro Dédalo sabía que alcanzar la luz era peligroso, el calor del sol derretiría la cera, de igual forma que el mar la disolvería. La advertencia fue dada a su hijo, y el chico la conocía con anterioridad, la deducía por tanto ver el efecto del calor en las velas. Sin embargo, al momento de volar olvidó lo que sabía, su espíritu yacía hipnotizado por el sol.

A pesar de los dioses que se burlaban desde lo alto de la ingenuidad de los prisioneros, y más aún del chico, quién se enamoró tanto del amanecer que se olvidó de sí mismo, y de todo, Ícaro se mantenía en alto, volando.
Los dioses esperaron que la víctima de su maldición cayera, más no pasaba, aún cuando éstos intentaban derribarlo. Ícaro seguía volando.

El fuego del Olimpo no logró quemar las alas ni derretir las velas. En ese momento, el dios único, atemorizado por el fracaso de las deidades decidió intervenir, pues se percató de la presencia de un ser que hasta para él era ajeno, ese era Ícaro. En ese instante todo se acabó.

Las alas ardieron con mayor intensidad que las del propio sol, la cera desapareció al instante, las plumas se desperdigaron por los distintos rincones de la Tierra, y el grito de Ícaro resonó en el alma de todo ser mientras su cuerpo se hacía trizas y el llanto de su padre se perdía en la inmensidad del cielo.

*******

Así fue como Ícaro cayó. Los mismos dioses se apiadaron de su padre, ya que se arrepintieron de su crueldad, aparte tener el alivio de saberse inocentes en la muerte del chico. No por ello se sentían menos aliviados por su muerte. Y pese a todo entristecieron.

El dios único murió por el arrepentimiento, algunos cuentan que se suicidó, otros que desapareció, otros que se encarnó en un humano y fue asesinado, y otros más que el mismo, en cierto modo, también era Ícaro, y al darse cuenta voló en otra dirección.
La única conclusión es que Ícaro murió en el aire, montando los vientos, en pos del horizonte que persiguió desde que el mundo fue tal.

Antonio Arjona Huelgas
15 de Noviembre del 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario