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miércoles, 2 de noviembre de 2016

El norte de la tierra

La Gran Tierra, lugar de misterios y aventuras, de guerra y heroísmo, de paz y enseñanzas, también ha sido lugar de actos monstruosos que causan escalofríos en todo individuo que se pueda jactar de sabio, al igual que en el más ignorante. La huella de tales acciones parece generar un imán para todo mal, o bien una semilla que germina en cuanto las personas deciden poner un pie en ella. Tanto es así, que ni los nómadas de Irín atraviesan las tierras de más al norte, donde la nieve es  del color de la sangre y el humo, donde la niebla susurra secretos que no deberían ser escuchados, y las sombras de los muertos dan media vuelta en lugar de sumergirse en el ojo de Silbán.

Si alguna persona osa entrar deberá conocer y pronunciar con toda la potencia de su voz los 99 nombres del creador. Aunque algunos consideran esto inútil, puesto que la única autoridad ahí es la nada, y ni siquiera la muerte le puede rivalizar. Sin embargo, el propio vacío se rige por los principios de la vida y la muerte, es decir, de la transformación y la permanencia. Por tanto lo mejor sería llevar un símbolo del Todo absoluto, pero no se puede saber que tanto protegerá un mero símbolo.
Aún con cierta preparación, es difícil que pueda haber una necesidad tan fuerte que motive a la intromisión en los dominios de la Nada.

Ahí no hay vida, no hay muerte. No se escuchan los lamentos de los espíritus miserables de los caídos en alguna batalla, ni se recibirán ataques por parte de criaturas enfurecidas que acechan desde las sombras. No se verán entradas al infierno o a cualquier terreno maldito, ni los demonios se lanzarán a devorar las almas de los visitantes. No hay nada, y eso es todo.

Entonces si no hay nada ¿Dónde está el horror? ¿Por qué no se debe entrar ahí? ¿Y cuál es la huella del acto monstruoso que se cometió en la orilla norte de la Gran Tierra? Así es, la innombrable acción, esa pesadilla, fue la de un hombre que, en su dolor y bajo un impulso de algo a lo ni siquiera se le podría llamar maldad, invocó al Vacío.

Se dice que una figura alada, el ave en que se puede manifestar Aquel se balancea entre los hilos de la realidad y la existencia, tomó todas las cosas y todas las almas y la tierra ahí ya nunca fue tal. No hubo gritos, no hubo masacre, lo que alguna vez hubo dejó de ser y se borró de la memoria de toda criatura humana y no humana.

El responsable de tan maligna hechicería, un miembro expulsado de los nómadas de Irín, llevó su ira y odio hacia la peor de todas las salidas. Utilizó los conocimientos y artes acumulados durante siglos para hacer una monstruosidad sin precedentes, más allá de la imaginación de cualquier ser. Entregó tanto a la nada, y el se entregó a la muerte con la más perversa sonrisa. No es de extrañar el damnatio memoriae en su contra.


Así, no quedan muchos consejos que dar, cada quien camina como puede el jardín de la vida, y a veces como quiere. Ansiamos de forma continua encontrar el sentido en este juego de reflejos. Con tragos gloriosos y amargos. Con risas o lágrimas. 

Aunque por más grande que pueda ser el pesar, el anhelo por la nada puede llevar a la pérdida absoluta. Y repito que la muerte es un mejor destino que este, por más horrible que resulte.

Mientras tanto el mundo trata de recuperar su lugar en las zonas en que el silencio precede cualquier acto, donde la nieve llora y sangra a causa del peor de los sacrilegios. Nada más que un lugar lejos del Jardín de la vida.


Antonio Arjona Huelgas
2 de Noviembre del 2016