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jueves, 10 de mayo de 2018

Noche de Walpurguis, noche de relámpagos



“Aquella noche de Walpurguis... la recuerdo muy bien, cada que se da la fecha siento que la vivo una vez más. Imagino los relámpagos a cada momento, con cualquier cosa, hasta con el ladrido del perro. Nunca antes había escuchado tantos relámpagos en un mismo segundo, y todos cayendo en el mismo sitio, cómo si los cielos hubiesen ido de cacería.
Hm ¿Me escucha usted amigo? Suena a locura, pero yo bien sé lo que vi esa noche, también lo vio mi hermano Alfonso, sólo que era muy pequeño aún, era el menor de nosotros antes de que nacieran Conchita y Sergio, los demás se quedaron en casa por miedo a que les cayera un rayo, y también lo vio aquel tonto que vive con los Pineda, en ese entonces era apenas un muchacho, igual de tonto que ahora. También mi padre, aunque ahora está muerto, ya en ese entonces era viejo; y ese extranjero Meyer, no sé si el infeliz siga vivo, podría asegurar que siempre supo más de lo que dijo ¡Aún estando a punto de caerse! ¡Je! Sólo por su gusto de andar tomando tanto whisky, y mezclarlo con tequila para sentirse bienvenido; algunos extranjeros hacen eso para creer que son parte de aquí. ¡Je je je! Pero ese Meyer tenía los huevos muy bien puestos, y de más joven era como un diablo. La última vez que lo vi, hace unos 3 meses, era apenas un viejo loco que nomás decía pendejadas a cualquiera que tuviera la paciencia de oírlo por más de dos minutos ¡Mire nomás! Si mi madre me oyera decir estas cosas seguro se escandalizaba, mi padre era el único al que le permitía decir chingaderas, y estaba en su derecho, era mi padre. Nunca lo calló, aún después de que casi se mata tras haberse tomado media cantina ¡Chlk! Mi padre era un cabrón, y ni aún así pudo aguantar lo que vio allá. Escuche, y usted también señorita, en el rancho no andábamos con esas cosas del Walpurguis, chingada palabrita no la había escuchado hasta que llegó aquí Meyer. El cabrón no llegó solo, iba con un grupo de migrantes de allá de Europa, en esos años cuando se les vino el conflicto más fuerte. Aquí acabábamos de pasar la Revolución, y el Tata Cárdenas ya andaba recibiendo a esos Europeos... gachupines, franceses, ingleses, judíos... yo no sabía que habían tanta variedad de cabrón allá, hasta que llegaron. Esos parientes de Meyer, o amigos, no sé, no venían de España, ni de Francia, ni eran gitanos, Don Alberto decía que eran judíos alemanes, pero tampoco era así. Esos cabrones no venían de ninguna parte, se mezclaron con los españoles y los judíos, y armaron caravana pues ya ninguno tenía ni casa ni tierra ¡Hasta me dio tristeza! Y usted bien sabe lo que hicieron esos gachupines. Disque ahora resulta que no tanto, que también los ingleses, y los franceses y los holandeses, y después los alemanes que hasta sacaron a los judíos, y me contaba mi sobrino que hasta los japoneses. En serio que las personas son muy malas de verdad. No sé si Dios nos hizo así o si las personas son tan pendejas que siempre se tragan siempre las mentiras del Chamuco ¡Está cabrón!
Pero ya ni sé nada, lo que mi padre vio cuando fue a investigar... nunca lo había visto tan blanco ni tan callado; y eso que el estuvo en la Revolución peleando para Villa y para Zapata, era un hombre duro, alguien de a de veras cabrón. Creí que se iba a morir cuando lo vi. Pensé que había visto al chamuco... nunca nos platicó que vio. Murió sin decirle nada a nadie. Creo que a veces lo extraño ¡Je! No era de esos hombres quesque cariñosos, él no se andaba con mariconadas. Igual se murió sin decir una palabra, en sus últimos días sólo hablaba en sueños, y decía unas cosas que ni quiero recordar. Al final ya estaba todo loco y pendejo, con una mirada de orate, y siempre parecía solo, aunque estuviéramos todos con él. Mi mamá se había muerto algunos años antes, se enfermó y petateó, y valió madre. Tuvimos que cuidar a mi papá, entre mi esposa, mis hijos y yo. Fue difícil.
Esa noche... recuerdo haber trabajado en el campo ese día. Nuestro rancho era pequeño, justo, era todo aquello por lo que mi papá peleó. Él ya no trabajaba mucho en esos días, aunque siempre intentaba hacer cosas en la casa. Ese día vi jugar a Alfonso con unos de esos extranjeros de no sé dónde, estaba muy contento, pero mi mamá lo hizo meterse pues no confiaba en esas gentes. Yo creía que exageraba, y ahora sólo pienso que nos salvó. Esos chicos jugaban con baratijas extrañas, y sus ojos a veces se veían de un color muy negro, pero sólo unos segundos, después se volvían como los de todos esos güeros, azules o verdes. Esos niños no parecían niños, y a veces lo parecían demasiado.Suena raro, pero se veían tan como niños que parecían falsos. Como una mentira muy bien contada, algo tan lógico y tan bien hecho que no puede ser de verdad, algo tiene que estar mal con eso, y estoy seguro que algo estaba mal con ellos.
Siempre pensé que era por lo que habían vivido. Se contaban cosas muy turbias de lo que pasaba en Europa, y de lo que había pasado. Todavía en aquel entonces las ciudades se la pasaban en chinga; las fábricas estaban siempre trabajando, al mero tiro de pistola. Al principio se sintió fuerte como la gente se iba a la ciudad, pero creíamos que regresarían. Me equivoqué. Con los años esto se abandona, hay más máquinas y menos manos. Pero sí, esos chiquillos daban miedo.
Meyer siempre fue un poco más apartado de los suyos, por sus padres que querían alejarse de todo eso cuando llegaron aquí, y por él, que tuvo hijos con Rosita, una chiquilla de por aquí. Su familia fue numerosa, 7 hijos, y a todos les prohibió juntarse con los suyos; siempre trató de juntarlos con la gente de aquí. Casi le sale bien el plan, sólo le falló Ana Luisa, la menor de sus hijas.
Cómo me acuerdo de Ana Luisa, creció aquí y parecía muy sana. Hasta que encontró el diario de su bisabuelo. Después de eso cambió mucho, tanto que ya ni se le reconocía. Se aisló cada vez más de la gente, hasta que desapareció hace cosa de 13 años, en una noche de tormenta, un 30 de Abril. Algunos dicen que su casa ardió por completo, que se quemó hasta que no quedó nada. Aunque algunos dicen que nunca vieron ni una sola brizna, ni un chispazo, que la casa se hizo cenizas de la nada ¡A saber! Nunca se halló el cuerpo de Luisita, se esfumó, al igual que todas sus cosas, como si nunca hubiese estado ahí. Lo más raro es que poco a poco la gente comienza a olvidarse de ella, aún sus familiares y sus amigos más cercanos. Algunos dicen que nunca hubo una Luisita, que todos son cuentos ¡Pendejadas! Yo la recuerdo, recuerdo todo muy bien, pero ya todos son muy coyones como para querer acordarse...
Tal vez sea lo mejor, hay cosas que mejor no acordarse. Pero la Luisita que desapareció no era la misma Luisita que se fue al momento de crecer. Esa Luisita merece ser recordada, de la otra... quizá ni siquiera mencionarla.
Los parientes de Meyer hablaron mucho esos días de su fecha especial, lo mencionaban a cada rato. Parecía algo muy importante para su familia. No sé, pero desde varios días antes habían hecho caminatas al cerro, unas parecían muy simples, no era raro que la gente de por ahí hiciera eso. Lo extraño eran las caminatas nocturnas, y que aún en las diurnas trataban de ir solos ahí. Evitaban a toda costa el con cualquier persona de la comunidad, y si alguien trataba de seguirlos lo perdían con facilidad, aún siendo muchos, como si se desvanecieran. Nadie nunca me causó tan mala espina como los parientes de Meyer.
Algunos hablaron de cadáveres de animales encontrados por el cerro, de fogatas en las que se echaban cosas extrañas, otros de personas desaparecidas. Esas cosas no eran tan raras en esos días, ni ahora, pero más en los días previos a esa noche de Walpurguis. Recuerdo una vieja curandera que vivía a unos cuantos kilómetros del poblado, nunca le presté atención hasta después de esa noche. La intenté ver al día siguiente, junto con otros 6, pero la señora se negó a abrirnos, sólo dijo que esos cabrones habían hecho algo en serio muy malo. Ella también desapareció un año después, también un 30 de Abril. Su casa parecía haber sido atacada por algo enorme, algo con mandíbulas enormes y muchas garras.
Recuerdo la tarde antes de que pasara todo eso, las cosechas habían sido muy abundantes, y siempre lo fueron después de ese día. Terminamos de trabajar algo tarde, debíamos aprovechar esa suerte que estábamos teniendo. Regresé cansado, queriendo sólo descansar. Dormí un rato, pero algo me despertó en la noche. Entonces todo comenzó.
El cielo nocturno se iluminaba a cada momento con todos los rayos que caían. Sin lluvia, sólo relámpagos. Nunca había visto tantos en una misma noche, y la mayoría caían en el cerro, más en lo alto de este. Eran tantísimos, nunca antes me había asustado una tormenta. Salí a ver que pasaba, aunque mi mamá me dijo que no saliéramos, prohibió a todos salir. El pequeño Alfonsito y yo fuimos los únicos en salir.
Entonces, en medio de los relámpagos, se escucharon muchos gritos y gruñidos desde lo alto del cerro.
Mi padre salió de la casa cargando su pistola y su machete; varios de los de por ahí salieron también, entre ellos el tonto de los Pineda y a ese Meyer, el muy loco movía la cabeza y murmuraba como si supiera lo que pasaba, también llevaba un arma, un fusil. Mi padre me ordenó que me quedara con Alfonsito, mientras el y Meyer iban al cerro a ver que pasaba. Los gritos le hicieron creer que alguien necesitaba ayuda, más porque estos iban en aumento. Se oía el ladrido de los perros por todas partes, a todo furor, aullidos de lobos a lo lejos, las vacas, gallos, gallinas y puercos chillaban como si los torturaran.
Las luces de todas las velas se apagaron al mismo tiempo, y nadie lograba prender una sola chispa. Ahí, en la oscuridad absoluta, interrumpida por los muchos rayos, me quedé esperando a mi padre y a Meyer, mientras abrazaba a Alfonsito. El pobre lucía tan asustado que parecía que no estaba ahí, como si le hubieran sacado el alma ¡Pobre Alfonsito! Al crecer le tenía pánico a las tormentas. Mi madre decía que él había visto algo que yo no era capaz, algo moviéndose en la noche, entre los rayos y la punta de los cerros. En ese momento creí que así era, pues Alfonso se quedó mirando al cielo con la cara blanca, como con un susto que nunca antes le hubiese visto. Lágrimas salían de sus ojos, y yo no entendía que le pasaba.
Se oyeron entonces varios disparos. Parecía que más gente se había unido  a la cacería organizada por mi padre.
Se escucharon gritos y más disparos, tantos que parecía que no tendrían fin. De pronto, muchos relámpagos cayeron en el mismo sitios. El cerro se iluminó, se vio algo que ardía en lo alto, y en distintas partes. Todos los relámpagos cayendo en un mismo sitio, el fuego ardía en los bosques aledaños.Se oyó una especie de rugido muy fuerte, o tal vez un sonido parecido al de un ferrocarril, pero mucho más alto.
Entonces el bosque empezó a arder. El ruido aumentó su fuerza.
En ese momento creí ver una enorme sombra elevarse hacia los cielos, una cosa deforme que se mezclaba con la tormenta. Se oyeron muchos gritos, como si una multitud estuviese siendo torturada. Varios rayos cayeron al mismo tiempo en el mismo lugar, varias veces, formando un círculo. En ese momento escuché varios llantos.
Los rayos no se detuvieron para cuando mi padre y Meyer volvieron. Ambos estaban blancos, tan pálidos como nunca los llegué a ver, estaban sucios y cubiertos de cenizas. Meyer tenía sangre en su pantalón, mi padre iba sin su machete, después de enteré que tampoco le quedaban balas, al igual que a Meyer.
Recuerdo al tonto de los Pineda reír sin parar, como si estuviese poseído por algo, como si supiera algo más.
Nunca hablaron de lo que vieron allá arriba esa noche. Tan solo escuchar lo que decían en sueños me causaba escalofríos. Ni mi padre ni Meyer volvieron a ser los mismos nunca, se volvieron huraños y distantes, y en las noches de tormenta siempre se escondían, a veces, si era noche de Walpurguis, lloraban en silencio.
Todos los familiares de Meyer desaparecieron esa noche, nadie nunca los volvió a ver, y no quedó rastro de ellos. Las casas dónde habían vivido se quemaron en ese incendio, al igual que sus cultivos y los árboles de la zona. Nada ha vuelto a crecer ahí desde entonces.
Nadie quiere recordar nada de esas personas, quieren pretender que nunca estuvieron aquí,y tal vez hagan lo correcto.
Ahora no sé como aguanto las tormentas, no tras esa noche. Ahora que lo pienso, la última vez que vi a Meyer fue un 30 de Abril. No quiero pensar en ello. Ya no está mi padre, creo que ni siquiera está Meyer, sólo ese tonto de los Pineda, y para mí que ese más bien se ha pasado una vida haciéndose pendejo. No creo que sea tonto de verdad, creo que sabe muchas cosas, a veces veo en el la misma mirada que tenían los parientes de Meyer. Me aterra que ese demente siga vivo, a veces observa mi casa en la noche, mi esposa no se percata, ni Conchita, que vive junto a nosotros, pero ese tonto nos vigila. Lo he visto correr en la noche, y hacer muchas caminatas al cerro, a esas tierras desoladas; también suele visitar esas ruinas de las casas de los parientes de Meyer, y hace rituales y cosas raras ahí. Lo peor es que varios sujetos lo siguen y acompañan en su excursiones.
Quiero irme de aquí antes de abril. El otro día creí ver una enorme sombra recorriendo los cielos, y soñé con el tonto, parado en medio del campo, en la noches, con relámpagos  a su alrededor, y una sombra a su espalda, y reía como aquella noche. Últimamente sueño mucho con ello, y me preocupa, he observado mucho las nubes estos días, hoy será una noche de relámpagos.



F I N

Antonio A. Huelgas
10 de Mayo del 2018

jueves, 3 de mayo de 2018

Abandono

Caída la noche, no pude evitar mirar la Luna en lo alto, cuan brillante era que lastimaba mis ojos el mirarla así. Nunca antes había visto una Luna tan brillante, en la soledad de la noche, en la soledad de mi camino, en medio de los campos, abandonados hacía tanto tiempo, a pesar de que el trigo seguía con su vida, ahí dónde ya no estaban quienes le habían dado una categoría tan alta. Los humanos se habían ido, pero el trigo seguía creciendo. Era tan cómica la forma en que esa pequeña semilla se había burlado de nosotros durante tanto tiempo.
Estoy perdido, no sé si quiera continuar con este ritual, fue una promesa muy ingenua de mi parte, una decisión que tal vez no lleve a nada, y no sé si es más probable que lo haga o no lo haga. Necesito cierta respuesta antes de proceder, y ésta me evade una y otra vez, cuando estoy cerca de alcanzarla, tan cerca, al punto en que hallarla parece inevitable, creo llegar, lo doy por hecho, casi canto victoria, y se va.
Algo pasa que me separa de ella. Cierta parte de mi confía en el éxito de lo que pretende en cuanto obtenga esa respuesta, en cuanto esté lo suficientemente cerca. Sin embargo no pasa.
Aceptar seguir con el rito fue una ridiculez, pero no me quedaba nada más que hacer, nada más que mantenerme con vida e intentar avanzar, aunque ya no tengo nada más.
La plaga me dejó vivo, por una razón que no entiendo y ni siquiera conozco. Vago, doy pasos continuos sobre una línea, otrora un camino. Apenas puedo creer lo calmado que está todo.
Esta es la fecha, es el día, y creo nunca haber sentido calma semejante. Por aquí hay unas ruinas antiguas, en medio de ellas hay un altar a la Luna, rodeado por piedras en honor al campo. Ahí me debo dirigir, estoy muy cerca. Si el rito es real, si funciona, se tendría que haber hecho mucho antes, ahora no sé para que continuo. Quizá aprecio mucho la vida, tal vez le tema a la muerta, o tan siquiera conservo la esperanza de encontrar a alguien vivo, o de que la vida vuelva a emerger de la tierra y el mar, que un milagro divino me conceda la presencia de alguien más. Las escrituras antiguas dicen que ese alguien es la Diosa. Si están en lo correcto, por lo menos ella podrá arroparme, acompañarme en mis horas finales, salvarme de la soledad.
Llego al lugar y enciendo una hoguera. Las ramas arden pronto, los leños son tardados, es tan rápido que hacen que mi tiempo usado en recolectarlos parezca un chiste. La ofrenda está en su lugar, ardiendo. Me quito la ropa, y, desnudo, me dirijo al centro del círculo. Empiezo las oraciones, tomo el cuchillo y vierto mi sangre en la roca, en el altar. También la esparzo por el interior del círculo, y por su límite, sobre el fuego, formando una espiral. Dibujo a continuación las formas, las runas, los pequeños símbolos, sin moverme de dónde estoy, sin detener los cánticos ni las oraciones. Al terminar, me recuesto sobre la tierra y veo las esferas celestes a lo lejos, miro las infinitas estrellas, y observo la Luna. Es tan bella, parece sonreír, me sonríe a mí.
Quiero cerrar los ojos, la Luna me envuelve, me protege bajo sus rayos. Puedo descansar, pero debo mantener los ojos abiertos, hasta el final.
Escucho entonces las voces, creo que el ritual funciona. Escucho una voz en particular, es la voz de la Diosa, me ha mirado desde que comencé a caminar, y ha visto mi sacrificio. Siento un abrazo muy estrecho, la tierra me abraza, el fuego me brinda su calor; la Diosa me susurra y me abraza. La vista se me nubla, y ella me dice que lo he logrado, que acepta mi sacrificio. Es la señal que buscaba, ahora puedo descansar.
En los brazos de la Diosa, bajo la mirada de la Luna, he dejado al fin de estar solo.

F I N
Antonio A. Huelgas
1 de Marzo del 2018

martes, 1 de mayo de 2018

Noche de hogueras



“¡Hay hogueras!”, gritaba el niño. “Hay hogueras en el bosque! Allá en lo alto del monte”. El chico era de apenas 9 años, era el hermano de en medio de una numerosa camada, más el mayor de ellos se había ido hacia mucho tiempo,para unirse al ejército apenas cumplida la mayoría de edad. Ahora, el cargo de los demás estaba en las manos de una chica de 13 años, una niña de 13 bajo el cargo de 12  hermanos, pues sus padres los habían abandonado durante la primavera anterior.
“¡Hay hogueras! Miren que grandes son”, gritó uno de ellos, un chico gordo de seis años, cuya habilidad robando y acaparando comida lo había llevado a ser el mejor alimentado de todos ellos.
“Miren cuán espectaculares, seguro yo podría hacer unas más grandes de tener la ayuda adecuada,alguien hábil a quién dirigir, y no a ustedes ¡Inútiles! ¡Perdedores!”, dijo uno de los mayores, un chico de 11, quién le seguía en edad a la mayor, la cual no dijo nada.
“¿De qué estás hablando? ¡Estúpido asno!”, el chico que le seguía en edad al anterior, de 10 años, tomó una vara y le pegó a su hermano. El otro respondió el golpe, y de un momento a otro estaban rodando por el suelo. Los niños gritaban, mientras una pequeña de 6 años apilaba unas monedas que había reunido entre robos y limosnas, estaba absorta en su pequeño tesoro, hasta que sus hermanos llegaron rodando a ella. Entonces se levantó apresurada, recogiendo con cuidado sus monedas, y, antes de poder darle una patada a sus hermanos en el piso, vio como las llamas en lo alto de la montaña crecían y crecían, hasta que una especie de bola de fuego salió despedida hacia lo alto del cielo.
El gemelo de la niña de las monedas vio con gracia lo que le había sucedido, y de no ser por la bola de fuego, que casi lo hace resbalar del susto, se habría tirado a burlarse de su hermana gemela, quién siempre coleccionaba todo y se llevaba todo, y tenía todo cuanto el chico quería tener, pues siempre acaparaba las cosas más interesantes, y le quitaba las monedas que tanto le había costado conseguir.
La mayor entonces, trató de reunir a sus hermanos para llevarlos de regreso a su cabaña en el pueblo. Estaban cerca, pero el camino atravesaba el bosque, y en ese momento se hallaban todavía entre los negros y frondosos árboles. La chica recordaba su encuentro con el hombre de negro hacía ya varias jornadas, aún en invierno, recordaba sus ojos profundos, su cuerpo, tan fuerte y sólido, su voz grave y melodiosa, casi podía revivir el sabor de sus labios, y su toque, justo el momento en que él había bajado la mano por su abdomen, y había bajado más y más, hasta llegar a su interior, y de ahí... prefirió dejar de pensar en ello. Sabía que había incurrido en el pecado, y que nunca, jamás en toda su vida, debía pensar en eso. Ella debía ser fuerte por sus hermanos, y debían mantenerse en el lado del bien a fin de que sus hermanos no cayeran en las tentaciones del demonio.
Apresuró entonces el paso, tanto que, casi al llegar al final del bosque, se percató de la falta de uno de los pequeños, uno de 7 años, cuyos pasos eran lentos, y sus ganas de caminar, o en general de hacer algo, siempre eran muy pocas. Alarmada, la hermana mayor indicó a los chicos que continuaran hacia su hogar mientras ella regresaba por el pequeño.
Así la chica emprendió el regreso en busca de su hermano, mientras los demás seguían el camino a casa. Sin embargo, en el camino, la pequeña de las monedas tiró una de éstas por accidente, y también a causa de que su gemelo le había estado pisando los talones, esperando que así pudiese hacer que se le cayeran sus monedas. La moneda rodó hasta un árbol, fuera del camino, en la entrada a la espesura del bosque.
Ahí, un pequeño animal peludo y de color negro, tomó la moneda de la pequeña, y salió corriendo de regreso a lo profundo de la noche.
Sin más que hacer, la niña se negó a perder su moneda, y emprendió una carrera en busca del animal. Detrás de ella, su gemelo corrió también, de modo que pudiera quitarle la moneda a su hermana.
Así, los mayores discutieron acerca de quién debía ir a buscar a sus hermanos, y sin poder llegar a un acuerdo, ambos emprendieron la búsqueda, y ordenaron a los demás continuar.
Detrás de ellos, ese chico gordo que acaparaba la comida, tuvo la idea de volver por el camino, en busca de ricas bayas entre los arbustos. De modo que a la casa llegaron sólo 6 de los niños, los otros 7 seguían en lo profundo del bosque, mientras las llamas de las hogueras ardían con mucha mayor fuerza.
El chico gordo se internó demasiado en la espesura, buscando sus preciosas bayas y comiendo y comiendo sin parar. Entonces creyó ver algo rojo en el suelo, su color era muy intenso y brillante, parecía una baya, y debía ser deliciosa. Entonces se agachó para tomarla, pero, de repente, una mano negra pareció surgir del suelo, de dónde salía la baya. El niño perdió el conocimiento.
Los gemelos corrieron sin parar, una detrás de su moneda, y el otro detrás del objeto de su hermana, persiguiendo al pequeño animal. Sin embargo, en medio de la carrera, cuando los niños estaban cerca de alcanzar al animal, una sombra los envolvió.
Los otros dos hermanos corrieron hasta encontrarse con una cueva, ahí creyeron que podían haberse caído los gemelos. Vieron a la entrada de la cueva un tronco, el cual bloqueaba el paso. Así, los chicos creyeron que sus hermanos habían quedado atrapados al interior de la cueva. Ambos se apresuraron a mover el tronco, pero sus conflictos causados por la falta de humildad de uno, y de paciencia del otro, al intentar cada uno de arrastrar el tronco por su lado, provocó que les cayera encima.
Ambos chicos trataron de liberarse, pero fue inútil. El pesado trozo de madera les impidió ver la figura femenina encorvada que se movía al interior de la cueva.
La mayor de los hermanos, perdida en el bosque, buscaba sin éxito al pequeño, del cual no había rastro alguno. Mientras caminaba, creyó escuchar un crujir de hojas al fondo, detrás de muchos árboles, en medio de la profunda oscuridad. Un susurro se oyó en esa distancia, ahí dónde crujían las hojas. La chica se apresuró, pues creyó que tal vez era su hermano, que se había lastimado de alguna forma. Sin embargo, al correr sólo pudo notar como el ruido se alejaba, a lo profundo del bosque, hacia lo alto del monte. Ella corrió y corrió sin parar, siguiendo el ruido, que pensaba que provenía de su hermano, que por alguna razón se adentraba más y más en el bosque, seguramente huyendo de algo, ya que el chico no hubiera corrido de esa manera si fuese una travesura o estando perdido. Seguro algo lo perseguía.
Entonces, después de correr por un largo rato, la chica vio una figura familiar: un hombre encapuchado, vestido por completo de negro, de voz grave pero suave, grave y melodiosa, casi podía ver esa mirada profunda de ojos negros, y un halo blanco y rojizo a su alrededor. Escuchó entonces que la voz decía:
“Ya viene, pronto despertará. Todos entregaron lo que podían entregar, sólo faltas tú”.
La chica se aproximó poco a poco, entonces distinguió un brillo al fondo. Estaba por llegar a lo alto del monte, a la hoguera.
La voz sonó una vez más:
“Ya viene, dentro de poco regresará”
Algo se aproximaba, la chica volteó, esperando ser atacada, más lo que vio fue mucho peor. El hermano perdido, ese sin ganas de caminar o de esforzarse en algo, se arrastraba con la fuerza de sus brazos, de la cintura para abajo no había nada.
La chica gritó, y se apresuró para ayudar a su hermano, el cual también tenía un aspecto gelatinoso en sus músculos, como si en ellos no hubiera huesos. Entonces, detrás de la maleza, aparecieron los gemelos. La niña lloraba, pues decía que no podía tomar sus monedas. La pequeña lloraba en el suelo, tratando de tomar sus monedas, pero sus manos era apenas dos muñones. Su hermano también lloraba, ya que no podía ver, su cara había perdido el brillo, y sobre su nariz sólo había 2 huecos muy negros. El chico quería llorar, pero tampoco tenía lágrimas. Los gemelos lucían muy pálidos, a pesar de tener heridas en los brazos y las piernas, éstas no sangraban.
Apareció el niño gordo, ahora delgado como un palo, su esqueleto se veía bajo su piel, que ahora lucía tan delgada como el papel. El chico vomitaba, pero no había nada en su estómago, ya ni siquiera tenía estómago, quién sabe que vomitaba.
Por último, aparecieron los dos mayores, quiénes caminaban perdidos. La chica vio con horror como el mayor de ellos caminaba cayéndose por todas partes, pues algo le faltaba para pensar y para ver, una cabeza que faltaba, y de alguna forma el cuerpo seguía caminando.
El otro corría y lloraba, no tenía voz, ni palabras, como si lo hubiesen silenciado. Tampoco tenía brazos.
La mayor de los hermanos chillaba aterrorizada, veía a sus hermanos incompletos, casi descuartizados, y se preguntaba si todo ello era una pesadilla. Cuánto quería que lo fuera.
Apareció el hombre de negro, y ella lo siguió al interior del círculo de fuego. Al llegar vio a una anciana estirando algo con una piedra, algo suave, de poco tamaño, una forma que se plegaba a la mitad y terminaba en una línea horizontal, algo que todavía decorado por unos zapatos rotos.
“Eran muy pequeñas ¡Ji ji ji! Las tengo que alargar”, decía la anciana, casi atragantándose con algo
Del otro lado, una mujer más joven, de unos 18 años, reía y bailaba alrededor del fuego, desnuda, al igual que la anciana. Ésta joven cantaba en una lengua extraña, tal vez muy antigua. Alrededor, un grupo de mujeres trabajaba con diversas cosas, unas cosían trozos de cuero, otras calentaban algo rojo en estufas, y otras más acomodaban huesos de modo que formaran una estructura parecida a la de un esqueleto.
A los alrededores, figuras de hombres enormes cuidaban la hoguera, y unas cosas, figuras humanas a las que les faltaba algo, bailoteaban con torpeza. A su vez, llegaban a la reunión cabras de cuernos enormes que se paraban como si fuesen personas, también enormes ranas y sapos, unos del tamaño de perros, y otros tan grandes como leones. También parecía vagar en los alrededores un gato negro tan grande como un oso, o incluso más.
También algo negro sobrevolaba el área, algo tan grande como un caballo, y de alas tan anchas como las de una carroza.
La mayor de los hermanos lloraba, y aterrorizada preguntaba una y otra vez: “¡¿Porqué sigo aquí?! ¡Porqué sigo aquí!?”.
El hombre de negro, después de dejarla llorar por un rato, le respondió:
“Tu me diste lo que tenías durante el último invierno, diste lo que debías darnos, ahora tu y tus hermanos forman parte de nosotros. Y tu eres la más privilegiada”.
De un momento a otro, las mujeres jóvenes y ancianas arrojaron todo aquello en lo que habían trabajado al fuego. Entonces la hoguera ardió con mucha mayor fuerza. Algo pareció brotar de la tierra, y algo más pareció caer del cielo, uno parecía como hecho de humo, y el otro como de niebla.
Un  brillo intenso salió de la hoguera, y una figura humana, sin cabello, con piel del color de la ceniza,  cuyo rostro parecía muy familiar, salió de entre las llamas. A su alrededor parecía formarse un halo.
Entonces se oyó la voz del hombre de negro:
“Ha llegado”.

F I N

Antonio A. Huelgas
30 de Abril del 2018