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sábado, 28 de noviembre de 2015

La Guerra del desierto






Avanzar por el desierto de Nizar, ya sea solo o acompañado, puede ser una experiencia peligrosa y de igual forma fascinante. Las leyendas, mitos e historias que se han contado sobre este sitio alrededor de los siglos son tan abundantes que se podrían llenar cientos de escritos con ellas. Los nómadas de Irín recorren este desierto cada tanto tiempo, aprendiendo del  propio lugar y de sus escasos habitantes, que en su mayoría viven en oasis o a orillas del río Tid.

Los pueblos que habitan las tierras de Nizar lograron domesticar dromedarios, cebras y, en el caso de unos pocos, leones. El uso dado a estos animales es como transporte, para facilitar el comercio o para la guerra. Son gente un tanto violenta, sobre todo con los extranjeros, pero parecen respetar a los nómadas de Irín y a quienes han decidido acompañarlos. Incluso los acompañan en su tradición de contar historias alrededor de las fogatas durante las noches, aportando sus mitos y leyendas al conocimiento de los Nómadas de Irín.

Entre los mitos tradicionales de distintos pueblos de Nizar, está el de La guerra del desierto. Esta historia narra el origen de los habitantes de Nizar y su supuesta ascendencia divida. Algunos de los propios miembros de estas comunidades dudan de la veracidad de dichos orígenes, aunque nadie parece poner en cuestión los hechos que se plantean en el mito.

Se cuenta que hace muchos milenios, cuando el mundo apenas se estaba formando, el desierto de Nizar ya existía, siendo considerado por quienes residen en sus cercanías como uno de los sitios primigenios. En el habían dos hermanos Táleg y Nizar, ambos eran hijos de Kefur, el Caos, y encargados del cuidado de las tierras de su progenitor. Algunos aseguran que sus proporciones eran inmensas, como enormes montañas, mientras que otros, más exagerados, juran que su tamaño era mayor al del propio mundo. En todo caso, ambos reinaron durante siglos, en un paraje desolado, sin saber con exactitud cuáles eran los deseos de su padre. Llegó un punto en que tal incertidumbre le fue quitando el sentido a su labor de proteger el desierto, puesto que no hallaban sentido en proteger un sitio sin vida ni valor.

Entonces, Nizar se hartó de su situación y, de su cola, hizo surgir el río Tig, de las gotas que se regaron nacieron los oasis. Al enterarse de esto, su hermano se enfureció pues, pese a que también había cuestionado el designio de su padre, no se opondría a él, por lo que limitó el río a un terreno estrecho, cuando anteriormente su propia forma era semicircular.

Nizar consideró la respuesta de su hermano como una falta de comprensión y una afrenta a su labor, por lo que tomó la decisión de continuar su trabajo de darle sentido al árido sitio que se hallaba a su cuidado. En ese momento Nizar creó a los primeros habitantes del desierto, seres similares a él, hechos a su imagen, estos eran los escorpiones.

Táleg cuidaba con atención las acciones de su hermano, enfureciéndose cada vez más ante la falta de prudencia de su hermano, por lo que formó de la arena del desierto y el veneno de sus colmillos una raza de seres capaces de acabar con los hijos de su hermano, las serpientes, quienes tenían un aspecto similar al de Táleg. Éstas buscaron y destruyeron a los escorpiones originales, los primeros habitantes del territorio.

Nizar se enteró del crimen de su hermano, y tuvo un poderoso dolor en su corazón, que jamás sería saciado. Entonces de su cola, que ya no era capaz de crear seres encaminados hacia la vida, cubrió de ponzoña los cadáveres de sus descendientes, quienes resucitaron como seres letales, capaces de matar cualquier cosa viviente. Nizar planeó una venganza contra su hermano, preparando a sus nuevos hijos para la guerra. Sin embargo sabía que esto no sería suficiente, por lo que, con su boca, la última parte de su cuerpo capaz de producir seres de bien, moldeando las solitarias rocas, creó a los primeros hombres. Preparó a estos para la guerra, introduciendo veneno en sus cabezas, para que pudieran matar sin sentir misericordia. Aun así, dejó limpios sus corazones, para que en ellos pudiera nacer el valor para proteger a sus semejantes y a dar la vida por amor.

Táleg se hallaba descuidado, creyendo que su más reciente jugada sería suficiente para terminar con los deseos de su hermano, cuán equivocado estuvo. Al tocar el amanecer, Nizar, dirigiendo a un ejército de hombres y escorpiones, atacó a su hermano. El ejército se dividió en distintos frentes, Nizar, seguido de los letales alacranes, atacó directamente a Táleg, mientras los hombres atacaban con mortales lanzas a las distraídas serpientes, quienes todavía digerían los cuerpos de los escorpiones que todavía no habían sido resucitados. Una por una, las serpientes fueron siendo asesinadas, perseguidas hasta que tuvieran que refugiarse enterrándose en el suelo, dejando para siempre atrás sus extremidades, de las que nacieron gusanos y ciempiés.

Mientras tanto, Nizar luchó contra Táleg, quien a pesar de estar en desventaja, logró herir de gravedad a su hermano. Nizar, con sus últimas fuerzas, cortó con sus tenazas los brazos de Táleg, y con su aguijón atravesó su boca, dándole muerte.

Herido y sin mayor esperanza, Nizar encargó a los escorpiones que llevaran su cuerpo en partes, las cuales serían puestas en los oasis y a orillas del río. Así lo hicieron cuando su padre hubo muerto, y de trozos del cadáver de Nizar surgieron árboles. En estos sitios vivirían los hombres, alimentándose del fruto del árbol de los árboles, y viviendo gracias al río Tig, hecho de la mismísima esencia de su creador.

Los primeros hombres mantuvieron viva la historia de Nizar y Táleg, el recuerdo de lo que para los actuales habitantes de las riberas del río Tig fue, nada más y nada menos, que la primera batalla en la historia del mundo.

Antonio Arjona Huelgas
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lunes, 2 de noviembre de 2015

Las Mareas del Final. Historia completa




G

iro tras giro, la rueda volvió a estar en su lugar correcto, entonces el señor Joaquín Domínguez colocó las tuercas al neumático. Hacía todo con cuidado y paciencia, poniendo una especial atención a su labor. Terminó, y en ese momento se comenzó a levantar, lentamente, apoyándose en las manos, acomodando las piernas y poniéndose de pié.

-Entonces jóvenes ¿Ustedes quieren saber lo que pasó hace treintaisiete años en la bahía de Santiago?- Preguntó el anciano con un tono de voz que no dejaba mostrar ningún sentimiento en especial, quizá sólo alcanzaba a mostrarse pensativo, o al menos es lo único que yo percibí al escucharlo.

-¡Claro que sí Don Joaquín!- Contesté, tratando de ocultar mi entusiasmo.

-No es una historia bonita, y aunque creo que de los que estuvieron ahí yo soy el último vivo, nunca he sido el mejor para contarla.

-No importa, hemos esperado mucho tiempo para esto- respondió Amanda, mi pareja en aquel entonces, y una de mis mejores amigas a la fecha.

-Señorita, usted no debería escuchar esto, una jovencita como usted no debería enterarse de cosas como estas, de las que nadie debe saber.- respondió Don Joaquín, tal vez esperando que Amanda se fuera a platicar con doña Ana, esposa de Joaquín, y no escuchara la historia.

-¡Debo saberlo!- exclamó Amanda con impaciencia. Puse mi mano en su hombro para tranquilizarla un poco.

-No se preocupe Don Joaquín, ella está lista para escuchar- dije, tratando de convencer al hombre, y, al mismo tiempo, de que Amanda no perdiera la paciencia.

-Tú tampoco deberías escuchar esto, pero bueno, igual van a insistir ¡Igual no faltaba demasiado para que volviera a contarla!- contestó, secándose con el brazo el sudor que le caía de la frente- El tiempo nunca ha sido muy amable conmigo, y mi memoria no es lo que era antes ¡Pero el Señor me dio un cuerpo fuerte que me permite seguir trabajando! Incluso a mi edad- dejó de hablar un momento, tragó saliva- Aunque lo que pasó en La Bahía de Santiago aquel día es algo que jamás podría olvidar- suspiró- Existen historias que parecen querer ser contadas, que tratan de mantenerse por alguna causa. Soy la última persona viva que estuvo ahí ese día, eso quiere decir que soy el único que les puede contar esto tal cual sucedió ¡Bien! Lo haré.

LE AGRADECIMOS A Don Joaquín, y fue el inicio de una noche larga.




“No es necesario que les diga cuándo comenzó todo esto, e inició el mismo día en que terminó. La Bahía de Santiago era un lugar frecuentado por la gente del pueblo, sus playas eran frecuentadas por la gente. Un sitio normal, eso y nada más, por lo menos antes de ese día. Las personas dejaron de ir ahí de repente, como si ya supieran lo que ocurriría, o tal vez presentían que ese sitio era peligroso. Yo en ese entonces era joven, No había pasado mucho tiempo de haberme casado, trabajaba en el negocio de mi padre, el cual yo heredaría cuando llegase su muerte, cosa que ocurrió pocos años después de esto.

En aquel entonces, el lugar donde vivía (el municipio de Lagos colorados), poseía una fuerte industria pesquera, además de tener abundantes recursos madereros. Este sitio nunca tuvo mucho turismo, pero era poco habitado, y los medios nos bastaban para la supervivencia de todos.  La mayoría éramos humildes, puesto que la vida nos lo permitía, y era buena con cada uno de nosotros. Creíamos que ni Dios ni el Diablo nos quitarían nuestra forma de vivir, pero nos equivocamos, esto acabaría rápidamente, sin previo aviso.

Yo manejaba la vieja camioneta de mi padre, llevando y trayendo las piezas que el necesitaba para el taller. Por lo general iba de dos a cuatro veces por semana, a veces mi esposa me acompañaba, todavía no teníamos hijos, por lo que nadie se tenía que quedar en la casa. Así eran las cosas entonces, los hombres trabajábamos y las mujeres cuidaban a los niños, todos, o casi todos lo hacíamos así, estábamos acostumbrados a eso. Por suerte, mi esposa no iba conmigo ese día. Me movilizaba desde el pueblo de Lagos Colorados hasta el Rancho de La Rosita. El municipio estaba conformado por el pueblo, dos barrios bastante grandes, considerando el tamaño del lugar: La Rosita y San Simón; además de pequeñas comunidades que pertenecen al pueblo, pero que están demasiado alejadas como para formar parte de él.  Esto se conectaba a través de un camino, que en ese entonces era de terracería, excepto por la parte que conectaba al barrio de San Simón, puesto que por ahí estaba la salida a la carretera. Desde ahí se puede ver claramente la Bahía de Santiago, y existe un pequeño camino que conduce a ella.

Eran casi las nueve de la mañana, y yo pasaba por dicho camino, y entonces pudo observar una de las cosas más extrañas que he visto en mi vida. Sobre el agua, flotando en el mar, estaba lo que parecía ser una isla. Un enorme montículo negro que se hallaba frente a nosotros.”




El ANCIANO INTERRUMPIÓ SU RELATO POR UN MOMENTO, NOS DIJO QUE IBA A ENTRAR POR UN POCO DE AGUA, NOS PREGUNTÓ SI NECESITÁBAMOS ALGO, A LO QUE TANTO Amanda como yo respondimos que no. Entró entonces a su casa, la cual estaba junto al taller.

-¿Crees que podamos en verdad saber algo útil?- Me preguntó de repente Amanda. Algo parecía afectarle.

-No lo sé, en todo caso habrá que escuchar la historia completa- respondí, intentando que mi tono de voz reflejara optimismo- ¿Estás bien?

-Sí, aunque hay algo que no me gusta, o quizá sólo es que estoy un poco ansiosa- Me respondió algo insegura.

-Todo está bien, posiblemente sea que tienes ansiedad, llegaste muy emocionada- respondí con seguridad. Sin embargo, había algo que me incomodaba respecto a todo el asunto de la Bahía de Santiago- ¿Es lo que pasó en la Bahía de Santiago lo que no te gusta?

-Creo que sí, pero creo que hay algo más, algo alrededor de esto y…

- Siento la tardanza jóvenes- apareció de repente Don Joaquín, sin darse cuenta de la interrupción que causo, pero hasta el día de hoy pienso que tal vez haya sido lo mejor, no hubiera querido que Amanda siguiera pensando en aquello que la incomodaba, y no me habría gustado seguir oyendo suposiciones que alterarían más mis ya obsesivos pensamientos.

-No hay ningún problema- Respondí, Amanda también lo hizo, de manera similar.

-¿Les parece si entramos? tardaremos un rato en esto, creo que sería lo mejor- Nos propuso Don Joaquín mientras sonreía de forma nerviosa. No negaré que me sentí un poco desconfiado, pero ver la colaboración mostrada por Amanda hacia la decisión del hombre, me dio cierta seguridad, ese efecto solía generar ella en mí, creo que todavía.

Entramos a la casa, y seguimos al hombre hasta una sencilla sala de estar, conformada por una tercia de sillones de color café claro, y una mesita de centro. Las paredes estaban cubiertas por varias fotografías en sus respectivos marcos, imágenes de distintas épocas, en colores sepia, grises y a color. Hijos, Tíos, primos, padres, hermanos, amigos y nietos, todos ellos daban un aire hogareño al lugar. Un sitio agradable en resumidas cuentas.

Don Joaquín  nos indicó que nos sentáramos en un sillón doble, justo enfrente de otro individual que parecía ser el sitio donde le gustaba estar. Amanda se sentó, y yo la seguí, a continuación en anciano hizo lo mismo, se acomodó bien y dijo:

-Bueno, creo que podemos continuar con la historia ¿Dónde iba? ¡Ah ya recuerdo! Entonces, sigamos.




“Así fue, del mar salía una especie de isla de color negro que había surgido desde el fondo de alguna forma. Después de ese suceso discutí con mi padre para que me permitiera ir a la Universidad, un poco para poder entender lo que pasó ese día, quizá las ciencias me brindarían la respuesta que quería. Aunque más bien lo hice para alejarme de la Bahía de Santiago, puesto que me causaba temor y pesadillas todas las noches t todos los días desde aquella mañana. En fin, La gente se acumulaba alrededor de la orilla para poder admirar el extraño objeto surgido de las profundidades, hombres, mujeres y niños rodeaban el lugar, aunque los pequeños dejaron rápidamente el lugar puesto que sus padres se mostraban desconfiados con todo el asunto del montículo ¡Vaya que tenían razón! Pero debieron irse ellos también, todos y cada uno, incluyéndome ¡Ahora ya nada de eso importa! Los adultos nos quedamos a ver el extraño y asombroso espectáculo, sin tener la más mínima idea de lo que ocurriría en sólo unas horas. La gente se acercaba al mar en un intento por ver mejor el montículo, algunos incluso nadaron hacia él. Yo me quedé en la orilla mirando todo con mucha atención. Las mujeres, aparentemente más prudentes, mantuvieron su distancia del desconocido objeto. Todos a excepción mía, creo, fueron incapaces de notar como el cielo cambiaba de coloración, como el agua parecía cambiar su consistencia, y como algo invisible para nosotros se movía a plena luz del día, esperando por nosotros.  Pensé que todo esto era una alucinación, una visión de locura o producto de una intoxicación, o tal vez del embrujo del Maligno, durante décadas traté de convencerme de eso.

Años después me enteraría de la formación de islas a través de volcanes en el fondo del mar, aunque en ese entonces no era más que un ignorante, creo que todavía lo soy. Sin embargo, la Bahía de Santiago no se encuentra en una zona sísmica, y mucho menos en una zona propensa a esa clase de fenómenos. Pese a que pudiera equivocarme respecto a esto, yo mismo vi como la roca negra desaparecía al final del día, como si nunca hubiera estado ahí.




Las nubes presentaron colores anormales, demasiado apagados, creí entonces que una tormenta se aproximaba, pero no se parecía a ninguna otra que hubiera visto alguna vez, era como si esos enormes nubarrones devoraran la luz. En ese instante pareció que el tiempo se detuvo, como si estuviéramos apartados del resto del mundo.

Ya no había niños presentes, pero unas cuantas decenas de personas permanecían en el lugar, me pareció en ese momento que se mantenían en el lugar por algo más que por el espectáculo visual, aunque nunca supe que fue. Parecía que yo era el único que se daba cuenta de esto, y de todo, como si estuvieran bajo un hechizo.

            Lo que ocurrió a continuación fue sorprendente: El nivel del agua comenzó a subir, primero lentamente, después más a prisa, segundo a segundo más, cada vez más rápido. Las personas no se inmutaban, sólo miraban el montículo, y las extrañas aguas que habían perdido cualquier clase de transparencia que pudieran haber poseído antes.

            Por un momento pensé en advertirles, pero entonces noté que algunos se daban cuenta de lo que ocurría y trataban de avisar a los demás. Su destino fue espantoso, creo que es lo más grotesco que he visto jamás: algo invisible los tomaba y los arrastraba hacia el mar, los que no ponían resistencia eran ahogados sin más, ellos tenían suerte. En cambio, los que trataban de evadir su sentencia, se les arrancaban los miembros y eran despedazados estando todavía vivos, para rematarlos llevándolos al mar. Sólo veíamos a las personas siendo destrozadas por algo que se movía dejando huellas circulares en la arena, aunque estas aparecían de repente, de un momento a otro, brincando entre grandes distancias. A veces parecía que más que brincar o caminar, simplemente bajaran, como si fueran parte de algo más grande, algo gigantesco.

            Al ver esto, unas tres o cuatro personas se echaron al suelo a llorar, si alguien más se hallaba fuera del trance posiblemente le ocurrió lo que a mí: se quedó congelado.

            El tiempo pasó lentamente, de hecho perdí la noción de él, sólo podía ver con horror como las aguas oscuras se acercaban poco a poco hacia nosotros. No recuerdo haber pensado algo en especial en ese momento, creo que el miedo me hacía incapaz de ello; por mi mente pasaron imágenes aleatorias de cosas tan variadas y desiguales, carentes de relación entre sí. No razoné por qué lo hacía, y pasaron muchos años para que lo hiciera.

Juraría que la carretera que debería haber estado a mis espaldas había desaparecido, y en el cielo las nubes se deformaban por el movimiento de algo…




Don Joaquín detuvo su relato, puesto que su esposa entró en ese momento a la habitación. Cargaba una bandeja con unas tazas y una jarra sobre ella. Don Joaquín se levantó rápidamente, le ayudó a la mujer a poner las cosas en la mesa, y dijo:

-Ah, disculpen, Esta es mi esposa Ana, creo que uno de ustedes ya la había conocido por teléfono- se apresuró a presentarnos, al parecer el hombre trataba de mantener

-Sí, fui yo- dijo Amanda, parándose con velocidad para saludar a la señora. Yo la imité.

-¡Hola! Muy buenas noches- saludó la señora, con bastante buen humor- Amanda ¿verdad?- la susodicha asintió- que bonita es usted, y su voz también lo es- entonces me volteó a ver- Oh, disculpe ¿usted es…?

-Sí, soy yo Ángel- contesté y le di la mano.

-Sí, ya- hizo una pausa- mi esposo me comentó que usted estudia historia.

-Así es.

- No sé qué es, pero usted tiene algo que me parece familiar- dijo sonriendo la señora- Tal vez sólo sea que usted es bastante atractivo, como mi esposo cuando era joven.

-Muchas gracias- le contesté sonriendo.

-No tiene porque.

La señora nos miró con curiosidad, y se retiró con un amable gesto, regresando a su habitación, o quizá a la cocina.  En cuanto esto pasó, el anciano nos volteó a ver, sonrió sin mostrar en realidad muchos ánimos, y me dijo:

-Qué curioso, hasta ahora me doy cuenta.

-¿De qué se dio cuenta?

-Su nombre, me parece curioso,  adecuado por su significado- hizo una ligera pausa- Bueno, continuemos con la historia ¿En qué iba?

-Notó que la carretera había desaparecido y…- respondió Amanda.

-¡Ah ya recuerdo! Discúlpenme- suspiró- En este punto no estoy seguro de continuar ¿Seguros que quieren continuar? Para que pregunto si así es.  No importa, sigamos.




Había algo de gran tamaño en las nubes, parecía moverlas, o tal vez se movía entre ellas,  de modo que las deformaba a causa de sus proporciones. El agua se acercaba a nosotros lentamente, cada ola se hallaba, segundo a segundo, más cerca de nosotros, como una horrible visión, un augurio de cosas terribles.

            ¡Ojalá que el mundo pueda vivir sin ver lo que es auténticamente desconocido! ¡Ojalá pueda olvidar!

            En cuanto el agua alcanzó a la primea fila de personas me pude percatar que dos personas retrocedieron lentamente, mientras los demás eran devorados por el mar. Entonces yo, y otros cinco que al parecer se hallaban fuera de la parálisis, notamos que las cosas invisibles no nos atacaban si solamente retrocedíamos con lentitud.

 Entonces, Nos hicimos para atrás todo lo que pudimos, de los diez que nos percatamos de lo que sucedía, seis tratamos de sobrevivir, mientras los otros cuatro se quedaron echados en el suelo, viendo el final acercarse hacia ellos, sin luchar contra lo que no veían ni tratar de evitar su destino, observando con tristeza, llorando o paralizados más bien por el miedo. Resignados todos ellos.

Cada paso en busca de la seguridad de la tierra parecía ser sólo una forma de aplazar nuestra desaparición, quizá el término más clemente y pacífico hubiera sido, de una forma simple, aceptar lo inevitable. Pero no lo haríamos así. Luchamos todos, de la forma que pudimos, por vivir por lo menos unos minutos más. Nos hicimos para atrás, cada vez más, hasta que un enorme muro detuvo nuestro avance”.




El hombre volvió a detener su relato durante un par de minutos. Al principio se detuvo en seco, respiró hondo, y dijo:

-Odio esta parte. De todo ese día fue lo peor- tragó saliva- Jajajajaja- su risa era nerviosa, demasiado a mi parecer, me heló la sangre, puesto que en ella había cierta ironía, cierto pesimismo, y otro toque de demencia.

-jajaja- el anciano seguía riendo- es mucha la inutilidad de todo lo que he hecho hasta ahora, tanto ese día como ahora. Saber que existe algo tan terrible y no poder hacer nada, ni siquiera poder demostrar lo que has visto, lo que has sentido. Tener que mostrarte indiferente y callar un horrible secreto, pues si se contara nadie creería mi palabra, pensarían solamente que soy un viejo loco que está demasiado acabado como para poder hablar con coherencia- su voz sonaba cada vez más desesperada, el cuerpo del hombre temblaba como si estuviera sometido a un frío terrible. Veía las lágrimas en sus ojos, notaba como trataba de aguantar los sollozos- Soportar eso era como… era como… Es como…

- Como una helada lluvia en el infierno- Amanda interrumpió de una forma abrupta, dura, y sorprendentemente precisa, como si ella supiera muy bien lo que el anciano sentía.

-Exacto, como usted dijo. Así era… Así es- Don Joaquín se limpiaba los ojos, ya con mayor tranquilidad. Parecía que la frase de Amanda lo había tranquilizado. Sin embargo, a mí me había puesto los nervios de punta.

-Bueno, seguiré con la historia.




“Alguien parecía burlarse de nosotros desde alguna parte, trayéndonos un castigo injusto y terrible, siguiendo el papel de juez, de observador y de verdugo. Dándonos una falsa esperanza que en realidad duró poco. Todos se fueron rindiendo poco a poco, unos por las circunstancias iniciales, otros por no ser capaces de escalar el muro. Al final, sólo yo y otro hombre logramos subir hasta una altura suficiente como para que el agua no pudiera alcanzarnos.

Para este punto Era obvio que la muerte había llegado para quienes habían sido alcanzados por las corrientes marítimas, y que nuestras posibilidades de sobrevivir eran casi nulas. Lo peor de todo fue lo que se podía ver al terminar de escalar el acantilado, puesto que este era sólo una pared, un muro que dividía dos terrenos similares. Al otro lado sólo había más agua, un mar igual de inmenso del que escapábamos.

Las lágrimas comenzaron a correr por mi cara, estaba seguro de que ese era mi final, que nada de lo pudiera hacer cambiaría mi situación.

El hombre, que de hecho era el dueño de una pequeña ferretería del pueblo y conocido mío, lo conocíamos como Don Manuel, se acercó hacia mí. Me preguntó si quería platicar con  él por un momento, yo acepté,  tras secarme la cara con el dorso de mi mano.  Don Manuel me habló de su familia, de sus hijos, de su esposa, agradeciendo que no estuvieran presentes en ese horrible lugar. Me preguntó que pensaba sobre la muerte, y si creía que ese sería nuestro final. Yo respondí en base a lo que veía: el agua se elevaba cada vez más, pronto la roca sobre la que nos apoyábamos iba a hundirse, sin que pudiéramos hacer más. Don Manuel suspiró, para después suspirar. Entonces me tocó hablar a mí: le dije que tenía miedo, como jamás lo había tenido; le hablé de mis padres, de mi familia, que los extrañaba y que no quería morir, no en ese lugar. Seguí hablando hasta que el llanto no me permitió continuar.



 

Quizá Dios haya oído nuestras plegarias, nuestros chillidos y nuestra melancólica plática, o tal vez fue algo más, no lo sé. Pero la esperanza llegó a nosotros en medio de ese infierno. Cuando el agua estaba a pocos centímetros de tocar nuestros colgantes pies, en medio del océano surgió un enorme remolino que comenzó a jalar el agua, y lo que en ella se encontraba. El nivel del mar bajó lo suficiente como para mostrarse un espacio al otro lado del muro en el cual el agua parecía mantenerse quieta, pese a las corrientes, pese al remolino. Le señalé  este sitio a Don Manuel, y decidimos acercarnos.

Vimos el extraño fenómeno, sin saber que podía significar, ni que hacer frente a esta nueva situación. Discutimos unos momentos acerca del asunto, teníamos miedo de que hubiera ahí algo peor que lo que habíamos visto hasta ese momento, aunque algo así era poco probable. Miramos la anomalía durante varios minutos, hasta que algo tembló bajo nuestros pies. El muro se estaba derrumbando.

El horror nos invadió, Don Manuel comenzó a gritar, mientras yo abrazaba la orilla de la roca. Apenas y nos podíamos sostener sobre la cada vez más endeble base. Mi instinto actuó rápidamente, dándonos una solución bastante descabellada: saltar al punto donde el agua se mantenía quieta.

Le dije a Don Manuel que me siguiera, que tenía una idea. El así lo hizo, aun cuando le dije lo que debíamos de hacer, al parecer ya no quedaban opciones suficientes como para dudar. Nos lanzamos al agua.




Don Manuel y yo despertamos sobre la blanca orilla de la Bahía de Santiago. El sol ya estaba por ocultarse. Podía sentir la arena en mi cara, y saborearla, su sabor era horrible, aunque nunca había estado tan aliviado de tener algo así de cálido quemando mi rostro. No se cómo, pero estábamos vivos. El agua nos había arrastrado de regreso de algún extraño lugar. Sólo a nosotros, ningún otro volvió.

Un anciano pescador corrió hacia nosotros preguntándonos que había ocurrido, donde estaban los demás y que había pasado con el montículo que había salido del mar esa mañana. Ni Don Manuel ni yo pudimos responder, fuimos incapaces de hablar durante dos días seguidos. Los niños que habían estado en la Bahía de Santiago esa mañana preguntaron por sus padres, pero no pudo responderles, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo ante el recuerdo, cerré mis ojos, me di la vuelta, continuando con mi camino. No podía verlos de frente, no quería revivir esas terribles horas en las que sufrí como en ningún otro instante.

La gente habló, inventaron rumores, especularon sobre mi silencio y el de Don Manuel. Ninguno tenía idea de lo que había pasado, ni siquiera los que estuvimos ahí podíamos explicar lo que sucedió. Guardé silencio durante mucho tiempo, hasta que no pude más.

La primera en saberlo fue mi esposa, después mis padres, a los que les rogué que me dieran permiso de dejar el taller en sus manos durante algún tiempo, hasta que fuera capaz de hallar una explicación a lo que pasó en la Bahía de Santiago. Ellos aceptaron, por lo que mi esposa y yo abandonamos la región por casi diez años. Estudiamos lo que pudimos, sobre todo yo, que necesitaba una respuesta. Mi esposa realizó una carrera técnica como contadora, y rápidamente empezó a trabajar. Por mi parte, me di cuenta de que las ciencias en las que podía encontrar satisfacer mis cuestionamientos eran poco comunes en nuestro país, y no muy apoyadas, por lo que decidí estudiar primero una ingeniería. Mis ansias de conocimiento y mi exagerado esfuerzo me permitieron acabar casi en la mitad del tiempo.

Después de eso, mi esposa y yo conseguimos una visa para viajar a los Estados Unidos, donde pude estudiar todo lo que quería, siendo apoyado a causa de mi perseverancia y dedicación. Logramos desenvolvernos lo suficientemente bien como para conseguir nuestras metas y sobrevivir en el intento. Sin embargo, por más que estudiaba, por más libros que leía, no pude encontrar una solución satisfactoria, o tan siquiera concreta.

Volvimos al pueblo, después de nueve años y medio de trabajo, esfuerzo e investigaciones profundas. La tristeza que me envolvía era fuerte,  peor aún la frustración. Estuve dos años sin trabajar, mantenido sólo por lo que habíamos ahorrado al vivir en los estados unidos, por el trabajo de mi esposa y por el apoyo de nuestros padres. Poco tiempo me bastó para hacerme fama como el loco que iba a las cantinas a contar una extraña y aterradora historia sobre seres invisibles, aguas espesas y mortales, montículos enormes que brotaban del fondo del océano. Pese a esto, los niños de los padres desaparecidos hacía diez años en la bahía de Santiago acudían de vez en cuando a escuchar la historia. 




Mi esposa y mis padres, en paz descansen, evitaron que tocara fondo con el alcohol y la depresión, sino hubiera sido por ellos posiblemente hubiera muerto por congestión alcohólica en una de esas tantas noches de copas. Les doy gracias a ellos, y a Dios, por todo lo que han hecho por mí durante todos estos  años. Todavía le temo a la Bahía de Santiago, y le temeré hasta el último de mis días en la tierra, y tendré todavía más miedo a lo que sea que habita en ese extraño rincón del mundo al que fuimos a parar aquel día.

            Tras poder salir de la crisis en la que había entrado me enteré del destino de don Manuel. Un día comenzó a decir que tenía miedo de algo en la Bahía de Santiago, después de haberlo tenido en secreto durante años decidió hablar un poco de ellos con la mayor de sus hijas, aunque lo hizo de forma muy vaga, sin entrar en detalles. Cuando conversé con ella, preguntándole lo que le había dicho su padre, dijo algo que me estremeció: mencionó que su padre le había dicho entre balbuceos y frases sin sentido, que algo lo había observado desde el centro del remolino, algo que parecía ser un ojo y una boca al mismo tiempo, pero que le daba la impresión de que era el mismísimo mar. Don Manuel comenzó a decir que la cosa había vuelto a brotar de la Bahía de Santiago y que lo observaba todas las noches, todos los días, incluso en sus sueños. Dos días después de haber hablado esto con su hija, el señor Manuel amarró una soga a una de las bases de su cama, se la amarró al cuello y se lanzó por la ventana. Don Manuel falleció a las 2:58 de la Madrugada”.




Don Joaquín concluyó el relato con un suspiro.

-Esto es todo lo que sé de aquel día, y de Don Manuel, el amable hombre que amaba a su familia más que a nada en el mundo, pero algo le causaba tanto miedo que no dudó en abandonarla con tal de escapar de la mirada de la cosa que invadía sus días y sus noches- se levantó un momento y fue a la cocina. Regresó a la brevedad, con un cuaderno bastante grueso, antiguo y un poco desojado- Aquí anoté todas mis observaciones, teorías, ideas y experiencias acerca de lo que pasó en la Bahía de Santiago.

Me tendió el cuaderno y dijo:

-Creo que ustedes le darán un mejor uso que yo.

-No sabe cuánto le agradecemos- la voz de Amanda sonó a mis espaldas, mientras yo, absorto e incapaz de articular palabra alguna, sólo veía con intriga a Joaquín Domínguez, el alegre mecánico, testigo de los eventos más extraños que había escuchado por parte de una persona seria y en sus cinco sentidos.

            El resto de la velada fue más tranquilo, conversamos acerca de cosas más generales, con Joaquín y su esposa, que había entrado a la habitación minutos después de que dio fin la historia. Amanda y yo salimos de ahí casi dos horas tras de esto, encendimos el carro y nos despedimos de nuestros amables anfitriones, con la mano en alto y el sonido del claxon. Escuché que Amanda regresó unas cuantas veces, pero yo Nunca los volví a ver. 










Mientras íbamos en el auto, ya de regreso, Amanda me sonrió. Casi de improvisto me dijo que me amaba, y que agradecía todo lo que había hecho por ella a lo que respondí que yo también tenía un interés por conocer la historia. Ella me respondió que no lo decía por eso. Quizá sea muy distraído, o tal vez poco avispado, pero no entendí a lo que se refería, o mejor dicho no quise entenderlo, puesto que la respuesta cruzó mi mente unas cuantas veces esa noche, pero preferí bloquearlo.

Mis planes cambiaron con el tiempo, aunque no por completo. Dejé los estudios de historia oral y decidí enfocarme más hacia una historia del arte. Comencé a escribir narraciones y novelas simples, con temáticas sencillas y de tendencias costumbristas, ganando bastante dinero con ello, que era parte de lo que deseaba hacer, aunque dejé mi sueño de escribir sobre cosas profundas y complejas, de hablar de auténticos misterios, de sucesos que en verdad no tuvieran una explicación por completo racional. De hecho, esta es la primera vez que escribo sobre algo misterios, y sobre algo real, en años. La libreta de Don Joaquín pasó a manos de Amanda, quien continuó nuestra investigación, y todavía sigue en ello.

La semana pasada Amando llegó a mi puerta con la libreta de Joaquín, dijo que al fin me la regresaría, curiosamente en el mismo día que recordé la historia que escuchamos aquella vez y decidí ponerme a escribir sobre ello. Noté que Amanda estaba un poco distraída, por lo que le pregunté qué ocurría. Me respondió que había estado algo estresada en estos días, y me dijo que no me preocupara. No he podido dormir bien desde entonces, algo no está bien con ella, tengo ganas de llamarle por teléfono e ir a ver como está, sin embargo creo que estoy exagerando y debería darle el beneficio de la duda, después de todo, nadie estaría tan clamado después de una investigación tan profunda sobre el suicidio de su abuelo.



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Fin



Antonio Arjona Huelgas

Ciudad de México

2 de noviembre de 2015