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miércoles, 9 de marzo de 2016

Días de lluvia. Primer ciclo

Corría el año 2018,  la temporada de huracanes había resultado especialmente devastadora, ni siquiera las zonas del centro del país se habían salvado de los poderosos aguaceros ni de los destructivos vientos. Una serie de tormentas sin precedentes azotaron incluso las regiones menos sospechadas.
Por ese entonces yo estaba en el último año de mi carrera universitaria. Mi alegría era grande, estaba ya tan cerca de terminar con las tareas, el trabajo, los maestros, la organización, del buscar acreditar materias y obtener los créditos suficientes para poder titularme. Sólo quedaba un semestre y medio, después de eso sería yo muy feliz.
Ese día estaba saliendo de clases, me apetecía una buena cerveza, aunque las frías lluvias no hacían de esta mejor opción del mundo. No podía responder con nada menos que un suspiro de desilusión. Además, el clima era tan caótico que la posibilidad de desviarme habría resultado casi mortal. No exagero al usar esta palabra, tampoco bromeo, por esas fechas se reportaron varias muertes a causa de las ramas que caían a causa del viento, o en algunos casos árboles completos, lo mismo llegó a ocurrir con antenas televisivas, materiales de construcción e incluso anuncios publicitarios. Las lluvias y tormentas eléctricas sumaban muertos y heridos a la estadística. La situación era evidentemente peligrosa, sobre todo en las colonias más pobres y cerca de donde se hacían labores de construcción. Quizá lo más terrible fue cuando cayó un tráiler del segundo piso del periférico, por suerte no hubo muertos, y el único herido fue el conductor, que por pura suerte sobrevivió.
Sin duda alguna tal potencia del viento era algo que parecía ser completamente ilógico para las condiciones y el clima de la capital. Sin embargo las cosas así eran, pese a todo pronóstico.
Los días previos a la catástrofe fueron tranquilos. El huracán que se esperaba parecía ser de baja intensidad, pero al final superó cualquier expectativa, a diferencia del huracán Patricia hace tres años. La reacción del gobierno fue de hecho contrario a la de hace tres años, en esta ocasión se llegó al punto de ocultar la información, aunque, a diferencia de otras tantas veces en México, los noticieros extranjeros mintieron acerca de la magnitud de los daños. La información debía obtenerse mayormente a través de blogs en Internet (antes de que fueran retirados de la web), o de forma directa por el testimonio de una persona. Sólo los asuntos más evidentes no pudieron ser ocultados, como el caso del tráiler.
Por mi parte, sentía un tremendo fastidio. Tenía cierto interés ante lo que pasaba, pero mi ánimo se fue perdiendo a causa de los foros conspiracionistas, los perpetuos gritos de"ESTADO FALLIDO", "FUE CULPA DEL GOBIERNO" (haciendo referencia todavía al caso Ayotzinapa y a otro par de casos similares pero de menor trascendencia,  de alguna forma se las arreglaban para relacionarlas con el desastre climático) , entre otros tantos actos de supuesta desobediencia civil, que,  aunque en parte tenían razón, resultaban, y todavía resultan igual de inútiles que hace décadas. Cabe apuntar que ninguno de estos sitios de internet fue borrado.
En fin. Ese día me hallaba cerca de la universidad, saliendo de ella, de hecho. Fui por un café, a un sitio que se encontraba relativamente cerca. El día no pintaba demasiado bien, las nubes habían envuelto el cielo sobre la ciudad, casi en su totalidad. Pero eso no me iba a detener, conseguiría ese café aunque eso conllevara salir corriendo para no mojarme. Ese café era lo único que podía compensar mis ganas de ir a tomarme una cerveza. Pueden llegar a pensar que mi deseo por una fría y sabrosa cerveza era poco, aunque, en realidad, yo era alguien que le gustaba actuar de forma congruente a mis condiciones. Por lo mismo, la prioridad para mi era tomar una bebida caliente.
La suerte pareció sonreirme en un comienzo: la lluvia se detuvo durante unos minutos, el viento redujo su fuerza y, después de muchos días, se logró ver un pequeño rayo de sol en el horizonte ¡Que dicha la mía en ese instante!
Mi voluntad estaba enfocada a mi objetivo,  por lo que no dudé en trotar hacia allá,  al menos durante un pequeño tramo. Mi recorrido sería corto y me sentía confiado.

****

Cerca del café,  a sólo unos metros,  vi a una niña,  posiblemente tenía unos doce o trece años. Parecía llevar mucho tiempo ahí,  corriendo por la calle,  jugando. Usaba una especie de vestido color vainilla que le llegaba un poco más abajo de las rodillas. Cuando me vio,  la pequeña sonrió,  saludándome con su mano en lo alto,  como si me conociera.
Respondí de igual forma. 
En cuanto pensaba marcharme,  noté que, a la orilla de un techo, se balanceaba peligrosamente el plato de una antena de televisión que tal vez se hubiera caído por la acción de los poderosos vientos, los cuales parecían renovar su efecto y acción en el momento menos indicado.
No cupo la duda en mi, cualquier titubeo habría sido fatal. Me lancé, a pocos instantes de fallar. Un segundo más, probablemente menos, y la antena hubiera caído sobre la niña.
Terminé casi sobre ella, cerca de un metro más allá del sitio donde fue a dar la antena. Me levanté de forma rápida, y verifiqué que mi pequeña amiga se encontrara bien.
La respuesta de la chiquilla me resultó agradable, aunque un tanto rara: me sonrió, como si supiera lo que iba a pasar, me agradeció, y entonces se estiró para besar mi mejilla.

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Me despedí de mi nueva amiga, sin saber mucho de ella. Por fin, después de esa pequeña sorpresa, obtendría mi café.
Después de pedir mi bebida, pude notar que la mujer que atendía mostraba un semblante triste, propio de alguien que carga con una pena constante , que va y viene, que en ocasiones se esfuma y regresa en el momento menos esperado. Mi reacción fue la más lógica: no hacer preguntas ni hablar en exceso.
Entre comentarios, palabras tristes y suspiros, pude darme cuenta de la causa de sus pesares: su hija había muerto hacía cosa de dos años.
Aunque ahora me doy una idea de lo que pudo haber pasado, en ese momento no tenía la menor idea, y prefería no tenerla.
En fin, salí del establecimiento con mi café en la mano. No fui capaz de ver a mi más reciente amiga, supuse que se había ido ya. No me preocupó demasiado el asunto, por lo que me dispuse a regresar por donde había llegado.
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