Un caballero anciano se arrastraba
a los pies de unas enormes puertas de color negro, sostenidas por gigantescas
reproducciones de alguna deidad proveniente de periodos arcaicos, enormes moles
de piedra, mudas como la muerte, perfecta compañía para el tono grisáceo del
ambiente. El olor a tumbas en el punto cero del tiempo, era el aroma del vacío
y la soledad absoluta, contrastando con las remembranzas del melancólico
viajero. Reminiscencias de una vida pérdida eran ahora una espantosa certeza de
lo inevitable para el mundo. Sin embargo, tras el umbral estaba la verdad y el
destino anhelado. Más no abriría a menos que la certeza fuera clara y el
milagro perfecto. Así, el caballero, encendido por un furor en su alma gritó a
los guardianes:
“Casi arrepentido
de quien soy, con un deseo demasiado grande como para poder realizarse, al
menos siendo yo, me entristece vivir en el pesar y la incertidumbre, y no parce
haber un verbo con la fuerza para sacar la emoción que hierve desde lo más
profundo de mí. El rechazo y el menos precio parecen ser monedas corrientes en
mi devenir, mientras que el porvenir me es extraño y receloso. Ya no en que o
en quien puedo confiar, ni siquiera en mí mismo. Me atrevo a maldecir a
cualquiera que pueda tener responsabilidad en esto, no me importa de quien se
pueda tratar. Mi espada está oxidada y carga con el peso de las horas
olvidadas; no debería estar cargando tal maldición, pero la hace puesto que se
aferra a un sitio al que alguna vez perteneció, mas no puede parar el flujo de
las cosas, es horrible pensar que su caso es tan triste como el mío. Estoy
perdido.
Una voz me
consuela, es un poco infantil, pero dulce, refrescante, suave bondadosa, quizá
pertenezca a una niña. Busca el perdón por algo, y se lo quiero dar, mas no sé
si sea el indicado, puesto que mis pecados han sido demasiado grandes. Me
recuerda a una persona de mi pasado, pero no podría ser. Puesto que la dejé
atrás hace mucho tiempo. Es probable que se trate de una memoria con la
voluntad de vivir, de manifestarse ante mí, a causa de mi propio deseo ¿Será
real? ¿Puedo hablar de lo real para este punto, instante de mi resolución
definitiva? Ya ni sé quién soy, y con dificultad puedo responder esa pregunta
al hablar de los demás ¿Han visto mi sangre y mis lágrimas? ¿Crueles colosos?
¿Me darán la bienvenida al olvido? ¿O se abstendrán de contestarme?
Parece
que no soy digno de recibir aquello por lo que he sacrificado tanto ¿Estoy
equivocado? ¿Cometí un error en venir? ¿Me dejarán tirado en este campo
cubierto de niebla, entre las tumbas de lo que hemos sido, en cenizas y tierra
muerta? ¿Son capaces de oír mis súplicas, mudos engendros? Conozco las
profecías en torno a mi cruzada, y sé del riesgo que para muchos representa mi
decisión, aunque saben bien que el daño está hecho ¡Nada cambiará eso! Y bien
sabe que yo perdí mucho más de lo que hice a otros perder. Más ya nada importa,
pues me niegan una vez más la liberación. Si las Moiras han dictaminado
sentencia al menos déjenme fallecer ¡Arrojen el fuego de los dioses contra mí!
Ya no tengo defensa alguna, ya ni siquiera me quedan lágrimas que derramar que
puedan apagar las llamas ¡Se los imploro! ¡Pido su piedad! No ¡La exijo!
Haciéndolo en consecuencia del justo derecho que he ganado ¡Ah! Pero eso no les
importa ¿verdad? Seguro esperan que observe hasta el final de los tiempos la
meta que nunca pude alcanzar, que me mantenga tumbado eternamente frente a las
puertas del más allá ¡Ja! Malditos sean ¡Me río! ¡Me río de mi tragedia y de la
suerte que sobre ustedes ha caído! Manteniendo por siempre cerradas las puertas
de algo a lo que nunca accederán ¡Je! Qué ironía la nuestra caballeros ¡Me
burlo en sus caras y les escupo! ¡Miserables!”
El
caballero permaneció tumbado, observando con lágrimas de ira a los ángeles del
deseo, impíos y crueles ante las voluntades humanas. Desde el fondo entre la
niebla surgían unas figuras oscuras y encorvadas, grandes como montañas,
apoyándose sobre unos titánicos sables. Esperaban la respuesta de los
guardianes, ansiaban que la puerta al fin se abriera y al fin pudieran ser
libres. Al ver esto el anciano viajero, recordó las miles de voces perdidas a
causa de su misión, y supo de su responsabilidad, recuperando su fe. Se
levantó, ayudándose de su espada y poniéndola en lo alto al terminar, una
solemnidad y energía habían regresado tras mucho tiempo de lucha. He hizo una
última afirmación:
“Tengo
de vuelta mis fuerzas, y sé de mi responsabilidad. De nada serán capaces para
frenarme. Con mi Arcana, la espada de la redención absoluta, los enfrentaré y
conseguiré abrir el bendito umbral. Así pierda el poder que recién he
recuperado, se rompa mi cuerpo, mis brazos se deshagan, o muera en el intento
¡Yo venceré!”
Así
el guerrero corrió a enfrentarse a los monstruosos seres, grandes cual montaña,
que custodiaban el secreto. Con cada paso el mundo retumbaba, los gigantes
miraban con atención los actos finales del hombre que tal vez podría
liberarlos. Arcana aulló al atravesar el viento, como alguna vez lo había hecho
al ser una espada joven, cuando los días eran bellos y las noches tenían
sentido, cuando su metal rugía en legendarias batallas y el honor marcaba sus
actos en lugar de la desesperación. En ese instante, el anciano y Arcana fueron
tan grandes como el infinito. Entonces golpearon las puertas.
El
caballero cayó al suelo con los brazos rotos, Arcana se hizo añicos al
contacto. El silencio dominó la tierra ante el suspenso en la realidad. Los
representantes de los sueños de todos los mortales se derrumbaron ante la meta
que debían alcanzar. Ambos perecieron en ese lugar. Esa fue la conclusión.
Los
gigantes vieron con inimaginable pesar la derrota del último hombre frente al
destino. La eternidad era mezquina para todos, la verdad estaba acompañada de
pesadumbre. Más hubo satisfacción, las Benévolas habían escuchado al caballero,
dándole final ante las puertas del infinito, a él y a su espada, Arcana. Ningún
testigo pudo llorar, aunque todos sintieron la pena más profunda; todos
mostraron rostros inexpresivos, más en sus corazones sintieron regocijo ante el
perdón otorgado al caído. El término parecía oscuro, pero una luz brotó en las
tinieblas. Parecía trágico y a su vez satisfactorio. Los presentes dieron
gracias.
Entonces,
tras la niebla, surgió una luz. En ese momento las puertas comenzaron a vibrar.
Áureo Boix
11 de Septiembre del 2016