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domingo, 25 de septiembre de 2016

Áurica, primera rapsodia

Bendito y secreto sea nuestro milagro, sublime verdad,  fragmento del Flujo. Canten  mi nombre, oh todas las musas, que yo, el del Brillo áureo las invoca, bríndenme la pluma de plata y la gracia del olvido, para contar una historia pretérita, jamás narrada, pero intentada cantar en miles de ocasiones. La historia del portador del lucero, individuo de múltiples virtudes, que, perdido en los espacios detrás de la vida, clavado por las estacas del No ser, vio incontables vidas e incontables muertes, y sintió el vacío, la desesperanza y la melancolía, en la noche sin tiempo. Mas un día decidió liberarse.
Y en cuanto salió de su cárcel, no tardaron en aparecer los Titanes: cientos de miles de criaturas poderosas como dioses y enormes como las más altas montañas. Eran sombras del caos, de un pasado tenebroso, colosos imbatibles. Pero eran los rivales del Portador, y debía enfrentarlos con todos sus recursos para arrancar con éxito la oscuridad de la tierra del sol poniente. Corrió y saltó, arrojando contra los colosos la primera estaca del No ser, una de las tantas que lo había mantenido cautivo: un golpe certero. Al momento comenzó a escalar la piel y el pelo a los pies del líder del ejército enemigo. Los obstáculos eran grandes, al tiempo que la Bestia se agitaba e intentaba golpear con fuerza a su atacante, y rugía y arrasaba la tierra con sus desesperados pasos. Así, entre saltos y gritos, el Portador  no tardó en hacerse con la cima, sostuvo con fuerza a su presa y clavó en ella otra de las estacas. Del cuerpo salió un sol y una luna que, fundidas con una de las costillas de la gigantesca encarnación de la ira, brotó la Llave del Portador. Entonces, fue encontrada la Espada Revelación.
Al ver caer a su señor, los Titanes arrojaron relámpagos y tempestades contra el Portador, así como olas de fuego y aguas mortales, inclusive montañas. Aunque ninguna tendría éxito ante la Espada Revelación.
El Portador atajó todas y cada una de las amenazas, y en cuanto sus adversarios se vieron obligados a enfrentar al Portador con sus propias manos, sus espadas y mazos se vieron contra la fuerza del individuo de múltiples virtudes. Los impactos resonaron por la eternidad, cada uno de ellos , y cada Titán que caía vencido aparentaban el derrumbe de mundos enteros. Cuando la batalla terminó, el Portador avanzó entre infinidad de sierras, de inmensa altura y tan anchas como un continente, eran los cadáveres de los colosos.
De la gran batalla se recuerdan todas las hazañas y todas las victorias, que cambiaron el destino del mundo. Canten mi nombre e iluminen la historia que deseo contar, oh todas las musas.
Fin del primer canto.
Áureo Boix

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