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martes, 1 de mayo de 2018

Noche de hogueras



“¡Hay hogueras!”, gritaba el niño. “Hay hogueras en el bosque! Allá en lo alto del monte”. El chico era de apenas 9 años, era el hermano de en medio de una numerosa camada, más el mayor de ellos se había ido hacia mucho tiempo,para unirse al ejército apenas cumplida la mayoría de edad. Ahora, el cargo de los demás estaba en las manos de una chica de 13 años, una niña de 13 bajo el cargo de 12  hermanos, pues sus padres los habían abandonado durante la primavera anterior.
“¡Hay hogueras! Miren que grandes son”, gritó uno de ellos, un chico gordo de seis años, cuya habilidad robando y acaparando comida lo había llevado a ser el mejor alimentado de todos ellos.
“Miren cuán espectaculares, seguro yo podría hacer unas más grandes de tener la ayuda adecuada,alguien hábil a quién dirigir, y no a ustedes ¡Inútiles! ¡Perdedores!”, dijo uno de los mayores, un chico de 11, quién le seguía en edad a la mayor, la cual no dijo nada.
“¿De qué estás hablando? ¡Estúpido asno!”, el chico que le seguía en edad al anterior, de 10 años, tomó una vara y le pegó a su hermano. El otro respondió el golpe, y de un momento a otro estaban rodando por el suelo. Los niños gritaban, mientras una pequeña de 6 años apilaba unas monedas que había reunido entre robos y limosnas, estaba absorta en su pequeño tesoro, hasta que sus hermanos llegaron rodando a ella. Entonces se levantó apresurada, recogiendo con cuidado sus monedas, y, antes de poder darle una patada a sus hermanos en el piso, vio como las llamas en lo alto de la montaña crecían y crecían, hasta que una especie de bola de fuego salió despedida hacia lo alto del cielo.
El gemelo de la niña de las monedas vio con gracia lo que le había sucedido, y de no ser por la bola de fuego, que casi lo hace resbalar del susto, se habría tirado a burlarse de su hermana gemela, quién siempre coleccionaba todo y se llevaba todo, y tenía todo cuanto el chico quería tener, pues siempre acaparaba las cosas más interesantes, y le quitaba las monedas que tanto le había costado conseguir.
La mayor entonces, trató de reunir a sus hermanos para llevarlos de regreso a su cabaña en el pueblo. Estaban cerca, pero el camino atravesaba el bosque, y en ese momento se hallaban todavía entre los negros y frondosos árboles. La chica recordaba su encuentro con el hombre de negro hacía ya varias jornadas, aún en invierno, recordaba sus ojos profundos, su cuerpo, tan fuerte y sólido, su voz grave y melodiosa, casi podía revivir el sabor de sus labios, y su toque, justo el momento en que él había bajado la mano por su abdomen, y había bajado más y más, hasta llegar a su interior, y de ahí... prefirió dejar de pensar en ello. Sabía que había incurrido en el pecado, y que nunca, jamás en toda su vida, debía pensar en eso. Ella debía ser fuerte por sus hermanos, y debían mantenerse en el lado del bien a fin de que sus hermanos no cayeran en las tentaciones del demonio.
Apresuró entonces el paso, tanto que, casi al llegar al final del bosque, se percató de la falta de uno de los pequeños, uno de 7 años, cuyos pasos eran lentos, y sus ganas de caminar, o en general de hacer algo, siempre eran muy pocas. Alarmada, la hermana mayor indicó a los chicos que continuaran hacia su hogar mientras ella regresaba por el pequeño.
Así la chica emprendió el regreso en busca de su hermano, mientras los demás seguían el camino a casa. Sin embargo, en el camino, la pequeña de las monedas tiró una de éstas por accidente, y también a causa de que su gemelo le había estado pisando los talones, esperando que así pudiese hacer que se le cayeran sus monedas. La moneda rodó hasta un árbol, fuera del camino, en la entrada a la espesura del bosque.
Ahí, un pequeño animal peludo y de color negro, tomó la moneda de la pequeña, y salió corriendo de regreso a lo profundo de la noche.
Sin más que hacer, la niña se negó a perder su moneda, y emprendió una carrera en busca del animal. Detrás de ella, su gemelo corrió también, de modo que pudiera quitarle la moneda a su hermana.
Así, los mayores discutieron acerca de quién debía ir a buscar a sus hermanos, y sin poder llegar a un acuerdo, ambos emprendieron la búsqueda, y ordenaron a los demás continuar.
Detrás de ellos, ese chico gordo que acaparaba la comida, tuvo la idea de volver por el camino, en busca de ricas bayas entre los arbustos. De modo que a la casa llegaron sólo 6 de los niños, los otros 7 seguían en lo profundo del bosque, mientras las llamas de las hogueras ardían con mucha mayor fuerza.
El chico gordo se internó demasiado en la espesura, buscando sus preciosas bayas y comiendo y comiendo sin parar. Entonces creyó ver algo rojo en el suelo, su color era muy intenso y brillante, parecía una baya, y debía ser deliciosa. Entonces se agachó para tomarla, pero, de repente, una mano negra pareció surgir del suelo, de dónde salía la baya. El niño perdió el conocimiento.
Los gemelos corrieron sin parar, una detrás de su moneda, y el otro detrás del objeto de su hermana, persiguiendo al pequeño animal. Sin embargo, en medio de la carrera, cuando los niños estaban cerca de alcanzar al animal, una sombra los envolvió.
Los otros dos hermanos corrieron hasta encontrarse con una cueva, ahí creyeron que podían haberse caído los gemelos. Vieron a la entrada de la cueva un tronco, el cual bloqueaba el paso. Así, los chicos creyeron que sus hermanos habían quedado atrapados al interior de la cueva. Ambos se apresuraron a mover el tronco, pero sus conflictos causados por la falta de humildad de uno, y de paciencia del otro, al intentar cada uno de arrastrar el tronco por su lado, provocó que les cayera encima.
Ambos chicos trataron de liberarse, pero fue inútil. El pesado trozo de madera les impidió ver la figura femenina encorvada que se movía al interior de la cueva.
La mayor de los hermanos, perdida en el bosque, buscaba sin éxito al pequeño, del cual no había rastro alguno. Mientras caminaba, creyó escuchar un crujir de hojas al fondo, detrás de muchos árboles, en medio de la profunda oscuridad. Un susurro se oyó en esa distancia, ahí dónde crujían las hojas. La chica se apresuró, pues creyó que tal vez era su hermano, que se había lastimado de alguna forma. Sin embargo, al correr sólo pudo notar como el ruido se alejaba, a lo profundo del bosque, hacia lo alto del monte. Ella corrió y corrió sin parar, siguiendo el ruido, que pensaba que provenía de su hermano, que por alguna razón se adentraba más y más en el bosque, seguramente huyendo de algo, ya que el chico no hubiera corrido de esa manera si fuese una travesura o estando perdido. Seguro algo lo perseguía.
Entonces, después de correr por un largo rato, la chica vio una figura familiar: un hombre encapuchado, vestido por completo de negro, de voz grave pero suave, grave y melodiosa, casi podía ver esa mirada profunda de ojos negros, y un halo blanco y rojizo a su alrededor. Escuchó entonces que la voz decía:
“Ya viene, pronto despertará. Todos entregaron lo que podían entregar, sólo faltas tú”.
La chica se aproximó poco a poco, entonces distinguió un brillo al fondo. Estaba por llegar a lo alto del monte, a la hoguera.
La voz sonó una vez más:
“Ya viene, dentro de poco regresará”
Algo se aproximaba, la chica volteó, esperando ser atacada, más lo que vio fue mucho peor. El hermano perdido, ese sin ganas de caminar o de esforzarse en algo, se arrastraba con la fuerza de sus brazos, de la cintura para abajo no había nada.
La chica gritó, y se apresuró para ayudar a su hermano, el cual también tenía un aspecto gelatinoso en sus músculos, como si en ellos no hubiera huesos. Entonces, detrás de la maleza, aparecieron los gemelos. La niña lloraba, pues decía que no podía tomar sus monedas. La pequeña lloraba en el suelo, tratando de tomar sus monedas, pero sus manos era apenas dos muñones. Su hermano también lloraba, ya que no podía ver, su cara había perdido el brillo, y sobre su nariz sólo había 2 huecos muy negros. El chico quería llorar, pero tampoco tenía lágrimas. Los gemelos lucían muy pálidos, a pesar de tener heridas en los brazos y las piernas, éstas no sangraban.
Apareció el niño gordo, ahora delgado como un palo, su esqueleto se veía bajo su piel, que ahora lucía tan delgada como el papel. El chico vomitaba, pero no había nada en su estómago, ya ni siquiera tenía estómago, quién sabe que vomitaba.
Por último, aparecieron los dos mayores, quiénes caminaban perdidos. La chica vio con horror como el mayor de ellos caminaba cayéndose por todas partes, pues algo le faltaba para pensar y para ver, una cabeza que faltaba, y de alguna forma el cuerpo seguía caminando.
El otro corría y lloraba, no tenía voz, ni palabras, como si lo hubiesen silenciado. Tampoco tenía brazos.
La mayor de los hermanos chillaba aterrorizada, veía a sus hermanos incompletos, casi descuartizados, y se preguntaba si todo ello era una pesadilla. Cuánto quería que lo fuera.
Apareció el hombre de negro, y ella lo siguió al interior del círculo de fuego. Al llegar vio a una anciana estirando algo con una piedra, algo suave, de poco tamaño, una forma que se plegaba a la mitad y terminaba en una línea horizontal, algo que todavía decorado por unos zapatos rotos.
“Eran muy pequeñas ¡Ji ji ji! Las tengo que alargar”, decía la anciana, casi atragantándose con algo
Del otro lado, una mujer más joven, de unos 18 años, reía y bailaba alrededor del fuego, desnuda, al igual que la anciana. Ésta joven cantaba en una lengua extraña, tal vez muy antigua. Alrededor, un grupo de mujeres trabajaba con diversas cosas, unas cosían trozos de cuero, otras calentaban algo rojo en estufas, y otras más acomodaban huesos de modo que formaran una estructura parecida a la de un esqueleto.
A los alrededores, figuras de hombres enormes cuidaban la hoguera, y unas cosas, figuras humanas a las que les faltaba algo, bailoteaban con torpeza. A su vez, llegaban a la reunión cabras de cuernos enormes que se paraban como si fuesen personas, también enormes ranas y sapos, unos del tamaño de perros, y otros tan grandes como leones. También parecía vagar en los alrededores un gato negro tan grande como un oso, o incluso más.
También algo negro sobrevolaba el área, algo tan grande como un caballo, y de alas tan anchas como las de una carroza.
La mayor de los hermanos lloraba, y aterrorizada preguntaba una y otra vez: “¡¿Porqué sigo aquí?! ¡Porqué sigo aquí!?”.
El hombre de negro, después de dejarla llorar por un rato, le respondió:
“Tu me diste lo que tenías durante el último invierno, diste lo que debías darnos, ahora tu y tus hermanos forman parte de nosotros. Y tu eres la más privilegiada”.
De un momento a otro, las mujeres jóvenes y ancianas arrojaron todo aquello en lo que habían trabajado al fuego. Entonces la hoguera ardió con mucha mayor fuerza. Algo pareció brotar de la tierra, y algo más pareció caer del cielo, uno parecía como hecho de humo, y el otro como de niebla.
Un  brillo intenso salió de la hoguera, y una figura humana, sin cabello, con piel del color de la ceniza,  cuyo rostro parecía muy familiar, salió de entre las llamas. A su alrededor parecía formarse un halo.
Entonces se oyó la voz del hombre de negro:
“Ha llegado”.

F I N

Antonio A. Huelgas
30 de Abril del 2018

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