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jueves, 10 de mayo de 2018

Noche de Walpurguis, noche de relámpagos



“Aquella noche de Walpurguis... la recuerdo muy bien, cada que se da la fecha siento que la vivo una vez más. Imagino los relámpagos a cada momento, con cualquier cosa, hasta con el ladrido del perro. Nunca antes había escuchado tantos relámpagos en un mismo segundo, y todos cayendo en el mismo sitio, cómo si los cielos hubiesen ido de cacería.
Hm ¿Me escucha usted amigo? Suena a locura, pero yo bien sé lo que vi esa noche, también lo vio mi hermano Alfonso, sólo que era muy pequeño aún, era el menor de nosotros antes de que nacieran Conchita y Sergio, los demás se quedaron en casa por miedo a que les cayera un rayo, y también lo vio aquel tonto que vive con los Pineda, en ese entonces era apenas un muchacho, igual de tonto que ahora. También mi padre, aunque ahora está muerto, ya en ese entonces era viejo; y ese extranjero Meyer, no sé si el infeliz siga vivo, podría asegurar que siempre supo más de lo que dijo ¡Aún estando a punto de caerse! ¡Je! Sólo por su gusto de andar tomando tanto whisky, y mezclarlo con tequila para sentirse bienvenido; algunos extranjeros hacen eso para creer que son parte de aquí. ¡Je je je! Pero ese Meyer tenía los huevos muy bien puestos, y de más joven era como un diablo. La última vez que lo vi, hace unos 3 meses, era apenas un viejo loco que nomás decía pendejadas a cualquiera que tuviera la paciencia de oírlo por más de dos minutos ¡Mire nomás! Si mi madre me oyera decir estas cosas seguro se escandalizaba, mi padre era el único al que le permitía decir chingaderas, y estaba en su derecho, era mi padre. Nunca lo calló, aún después de que casi se mata tras haberse tomado media cantina ¡Chlk! Mi padre era un cabrón, y ni aún así pudo aguantar lo que vio allá. Escuche, y usted también señorita, en el rancho no andábamos con esas cosas del Walpurguis, chingada palabrita no la había escuchado hasta que llegó aquí Meyer. El cabrón no llegó solo, iba con un grupo de migrantes de allá de Europa, en esos años cuando se les vino el conflicto más fuerte. Aquí acabábamos de pasar la Revolución, y el Tata Cárdenas ya andaba recibiendo a esos Europeos... gachupines, franceses, ingleses, judíos... yo no sabía que habían tanta variedad de cabrón allá, hasta que llegaron. Esos parientes de Meyer, o amigos, no sé, no venían de España, ni de Francia, ni eran gitanos, Don Alberto decía que eran judíos alemanes, pero tampoco era así. Esos cabrones no venían de ninguna parte, se mezclaron con los españoles y los judíos, y armaron caravana pues ya ninguno tenía ni casa ni tierra ¡Hasta me dio tristeza! Y usted bien sabe lo que hicieron esos gachupines. Disque ahora resulta que no tanto, que también los ingleses, y los franceses y los holandeses, y después los alemanes que hasta sacaron a los judíos, y me contaba mi sobrino que hasta los japoneses. En serio que las personas son muy malas de verdad. No sé si Dios nos hizo así o si las personas son tan pendejas que siempre se tragan siempre las mentiras del Chamuco ¡Está cabrón!
Pero ya ni sé nada, lo que mi padre vio cuando fue a investigar... nunca lo había visto tan blanco ni tan callado; y eso que el estuvo en la Revolución peleando para Villa y para Zapata, era un hombre duro, alguien de a de veras cabrón. Creí que se iba a morir cuando lo vi. Pensé que había visto al chamuco... nunca nos platicó que vio. Murió sin decirle nada a nadie. Creo que a veces lo extraño ¡Je! No era de esos hombres quesque cariñosos, él no se andaba con mariconadas. Igual se murió sin decir una palabra, en sus últimos días sólo hablaba en sueños, y decía unas cosas que ni quiero recordar. Al final ya estaba todo loco y pendejo, con una mirada de orate, y siempre parecía solo, aunque estuviéramos todos con él. Mi mamá se había muerto algunos años antes, se enfermó y petateó, y valió madre. Tuvimos que cuidar a mi papá, entre mi esposa, mis hijos y yo. Fue difícil.
Esa noche... recuerdo haber trabajado en el campo ese día. Nuestro rancho era pequeño, justo, era todo aquello por lo que mi papá peleó. Él ya no trabajaba mucho en esos días, aunque siempre intentaba hacer cosas en la casa. Ese día vi jugar a Alfonso con unos de esos extranjeros de no sé dónde, estaba muy contento, pero mi mamá lo hizo meterse pues no confiaba en esas gentes. Yo creía que exageraba, y ahora sólo pienso que nos salvó. Esos chicos jugaban con baratijas extrañas, y sus ojos a veces se veían de un color muy negro, pero sólo unos segundos, después se volvían como los de todos esos güeros, azules o verdes. Esos niños no parecían niños, y a veces lo parecían demasiado.Suena raro, pero se veían tan como niños que parecían falsos. Como una mentira muy bien contada, algo tan lógico y tan bien hecho que no puede ser de verdad, algo tiene que estar mal con eso, y estoy seguro que algo estaba mal con ellos.
Siempre pensé que era por lo que habían vivido. Se contaban cosas muy turbias de lo que pasaba en Europa, y de lo que había pasado. Todavía en aquel entonces las ciudades se la pasaban en chinga; las fábricas estaban siempre trabajando, al mero tiro de pistola. Al principio se sintió fuerte como la gente se iba a la ciudad, pero creíamos que regresarían. Me equivoqué. Con los años esto se abandona, hay más máquinas y menos manos. Pero sí, esos chiquillos daban miedo.
Meyer siempre fue un poco más apartado de los suyos, por sus padres que querían alejarse de todo eso cuando llegaron aquí, y por él, que tuvo hijos con Rosita, una chiquilla de por aquí. Su familia fue numerosa, 7 hijos, y a todos les prohibió juntarse con los suyos; siempre trató de juntarlos con la gente de aquí. Casi le sale bien el plan, sólo le falló Ana Luisa, la menor de sus hijas.
Cómo me acuerdo de Ana Luisa, creció aquí y parecía muy sana. Hasta que encontró el diario de su bisabuelo. Después de eso cambió mucho, tanto que ya ni se le reconocía. Se aisló cada vez más de la gente, hasta que desapareció hace cosa de 13 años, en una noche de tormenta, un 30 de Abril. Algunos dicen que su casa ardió por completo, que se quemó hasta que no quedó nada. Aunque algunos dicen que nunca vieron ni una sola brizna, ni un chispazo, que la casa se hizo cenizas de la nada ¡A saber! Nunca se halló el cuerpo de Luisita, se esfumó, al igual que todas sus cosas, como si nunca hubiese estado ahí. Lo más raro es que poco a poco la gente comienza a olvidarse de ella, aún sus familiares y sus amigos más cercanos. Algunos dicen que nunca hubo una Luisita, que todos son cuentos ¡Pendejadas! Yo la recuerdo, recuerdo todo muy bien, pero ya todos son muy coyones como para querer acordarse...
Tal vez sea lo mejor, hay cosas que mejor no acordarse. Pero la Luisita que desapareció no era la misma Luisita que se fue al momento de crecer. Esa Luisita merece ser recordada, de la otra... quizá ni siquiera mencionarla.
Los parientes de Meyer hablaron mucho esos días de su fecha especial, lo mencionaban a cada rato. Parecía algo muy importante para su familia. No sé, pero desde varios días antes habían hecho caminatas al cerro, unas parecían muy simples, no era raro que la gente de por ahí hiciera eso. Lo extraño eran las caminatas nocturnas, y que aún en las diurnas trataban de ir solos ahí. Evitaban a toda costa el con cualquier persona de la comunidad, y si alguien trataba de seguirlos lo perdían con facilidad, aún siendo muchos, como si se desvanecieran. Nadie nunca me causó tan mala espina como los parientes de Meyer.
Algunos hablaron de cadáveres de animales encontrados por el cerro, de fogatas en las que se echaban cosas extrañas, otros de personas desaparecidas. Esas cosas no eran tan raras en esos días, ni ahora, pero más en los días previos a esa noche de Walpurguis. Recuerdo una vieja curandera que vivía a unos cuantos kilómetros del poblado, nunca le presté atención hasta después de esa noche. La intenté ver al día siguiente, junto con otros 6, pero la señora se negó a abrirnos, sólo dijo que esos cabrones habían hecho algo en serio muy malo. Ella también desapareció un año después, también un 30 de Abril. Su casa parecía haber sido atacada por algo enorme, algo con mandíbulas enormes y muchas garras.
Recuerdo la tarde antes de que pasara todo eso, las cosechas habían sido muy abundantes, y siempre lo fueron después de ese día. Terminamos de trabajar algo tarde, debíamos aprovechar esa suerte que estábamos teniendo. Regresé cansado, queriendo sólo descansar. Dormí un rato, pero algo me despertó en la noche. Entonces todo comenzó.
El cielo nocturno se iluminaba a cada momento con todos los rayos que caían. Sin lluvia, sólo relámpagos. Nunca había visto tantos en una misma noche, y la mayoría caían en el cerro, más en lo alto de este. Eran tantísimos, nunca antes me había asustado una tormenta. Salí a ver que pasaba, aunque mi mamá me dijo que no saliéramos, prohibió a todos salir. El pequeño Alfonsito y yo fuimos los únicos en salir.
Entonces, en medio de los relámpagos, se escucharon muchos gritos y gruñidos desde lo alto del cerro.
Mi padre salió de la casa cargando su pistola y su machete; varios de los de por ahí salieron también, entre ellos el tonto de los Pineda y a ese Meyer, el muy loco movía la cabeza y murmuraba como si supiera lo que pasaba, también llevaba un arma, un fusil. Mi padre me ordenó que me quedara con Alfonsito, mientras el y Meyer iban al cerro a ver que pasaba. Los gritos le hicieron creer que alguien necesitaba ayuda, más porque estos iban en aumento. Se oía el ladrido de los perros por todas partes, a todo furor, aullidos de lobos a lo lejos, las vacas, gallos, gallinas y puercos chillaban como si los torturaran.
Las luces de todas las velas se apagaron al mismo tiempo, y nadie lograba prender una sola chispa. Ahí, en la oscuridad absoluta, interrumpida por los muchos rayos, me quedé esperando a mi padre y a Meyer, mientras abrazaba a Alfonsito. El pobre lucía tan asustado que parecía que no estaba ahí, como si le hubieran sacado el alma ¡Pobre Alfonsito! Al crecer le tenía pánico a las tormentas. Mi madre decía que él había visto algo que yo no era capaz, algo moviéndose en la noche, entre los rayos y la punta de los cerros. En ese momento creí que así era, pues Alfonso se quedó mirando al cielo con la cara blanca, como con un susto que nunca antes le hubiese visto. Lágrimas salían de sus ojos, y yo no entendía que le pasaba.
Se oyeron entonces varios disparos. Parecía que más gente se había unido  a la cacería organizada por mi padre.
Se escucharon gritos y más disparos, tantos que parecía que no tendrían fin. De pronto, muchos relámpagos cayeron en el mismo sitios. El cerro se iluminó, se vio algo que ardía en lo alto, y en distintas partes. Todos los relámpagos cayendo en un mismo sitio, el fuego ardía en los bosques aledaños.Se oyó una especie de rugido muy fuerte, o tal vez un sonido parecido al de un ferrocarril, pero mucho más alto.
Entonces el bosque empezó a arder. El ruido aumentó su fuerza.
En ese momento creí ver una enorme sombra elevarse hacia los cielos, una cosa deforme que se mezclaba con la tormenta. Se oyeron muchos gritos, como si una multitud estuviese siendo torturada. Varios rayos cayeron al mismo tiempo en el mismo lugar, varias veces, formando un círculo. En ese momento escuché varios llantos.
Los rayos no se detuvieron para cuando mi padre y Meyer volvieron. Ambos estaban blancos, tan pálidos como nunca los llegué a ver, estaban sucios y cubiertos de cenizas. Meyer tenía sangre en su pantalón, mi padre iba sin su machete, después de enteré que tampoco le quedaban balas, al igual que a Meyer.
Recuerdo al tonto de los Pineda reír sin parar, como si estuviese poseído por algo, como si supiera algo más.
Nunca hablaron de lo que vieron allá arriba esa noche. Tan solo escuchar lo que decían en sueños me causaba escalofríos. Ni mi padre ni Meyer volvieron a ser los mismos nunca, se volvieron huraños y distantes, y en las noches de tormenta siempre se escondían, a veces, si era noche de Walpurguis, lloraban en silencio.
Todos los familiares de Meyer desaparecieron esa noche, nadie nunca los volvió a ver, y no quedó rastro de ellos. Las casas dónde habían vivido se quemaron en ese incendio, al igual que sus cultivos y los árboles de la zona. Nada ha vuelto a crecer ahí desde entonces.
Nadie quiere recordar nada de esas personas, quieren pretender que nunca estuvieron aquí,y tal vez hagan lo correcto.
Ahora no sé como aguanto las tormentas, no tras esa noche. Ahora que lo pienso, la última vez que vi a Meyer fue un 30 de Abril. No quiero pensar en ello. Ya no está mi padre, creo que ni siquiera está Meyer, sólo ese tonto de los Pineda, y para mí que ese más bien se ha pasado una vida haciéndose pendejo. No creo que sea tonto de verdad, creo que sabe muchas cosas, a veces veo en el la misma mirada que tenían los parientes de Meyer. Me aterra que ese demente siga vivo, a veces observa mi casa en la noche, mi esposa no se percata, ni Conchita, que vive junto a nosotros, pero ese tonto nos vigila. Lo he visto correr en la noche, y hacer muchas caminatas al cerro, a esas tierras desoladas; también suele visitar esas ruinas de las casas de los parientes de Meyer, y hace rituales y cosas raras ahí. Lo peor es que varios sujetos lo siguen y acompañan en su excursiones.
Quiero irme de aquí antes de abril. El otro día creí ver una enorme sombra recorriendo los cielos, y soñé con el tonto, parado en medio del campo, en la noches, con relámpagos  a su alrededor, y una sombra a su espalda, y reía como aquella noche. Últimamente sueño mucho con ello, y me preocupa, he observado mucho las nubes estos días, hoy será una noche de relámpagos.



F I N

Antonio A. Huelgas
10 de Mayo del 2018

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