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martes, 5 de abril de 2016

Los graznidos de Silbán


Gritos, graznidos, silbidos y sonidos agudos han acompañado mi estadía improvisada en este recóndito sitio. El cantar de miles de aves enardecidas ha  vuelto mis horas menos silenciosas. Mis provisiones están destinadas a perdurar durante periodos indefinidos. No tengo la certeza de que mis asociados traten de rescatarme, de hecho estoy casi seguro de que no lo harán. No los culpo ¿Quién arriesgaría a miles para salvar a uno solo? ¿Por qué motivo mandarían ayuda a un agente que fue incapaz de cumplir su labor, y que además se fue a meter en un territorio más allá de los últimos  confines de la racionalidad, de la cordura? Creo que yo no lo haría

¡Malditos pájaros! Me sorprenden las capacidades del infeliz Silbán ¿Cómo será que esos desgraciados continúan vivos? ¿Cómo será que se mantienen muertos?

            Si bien todo esto comenzó a causa de mis errores, mis “asociados” son mayormente culpables. En cuanto mi búsqueda me llevó hacia Silbán, todos decidieron darme la espalda, acusándome de levantar falsos contra un algo que no tenía nada que ver con el problema. Ahora me pregunto cuántos habían sido corrompidos para ese momento.

            Silbán había sido, para mí y para casi todos, un misterio absoluto. Fue sorprendente observar que fuera conocido por mis entonces empleadores, y más aún que llegaran al extremo de imputarme un cargo por tergiversar la verdad fundamental, incluso planteándose la posibilidad de que yo fuera el responsable de los inexplicables movimientos en el flujo de las cosas. Me vi obligado a escapar en dirección al vacío, y agradezco haberlo hecho.

            Nunca esperé que las cosas acabaran como lo hicieron, pero sin duda hice todo lo que pude para evitar que lo hicieran aún peor.

            ¿Qué es Silbán? Es aquel cuyo espíritu aletea en los silencios, el que se mueve siempre a las espaldas del solitario, el que espera la muerte de los seres para alimentarse de los cadáveres y aspirar el aliento. En sí mismo es la vana esperanza, el engaño al final del camino, la agonía del final. Silbán espera por ti, agitándose entre los suspiros, caminando al parejo de tus pasos, observando con avaricia el brillo de tus ojos. Incluso, si eres atento, podrás escuchar sus alas batiéndose en medio del aire, serás de oír cuando grite tu nombre.

            Silbán es responsable del oscurecimiento del crisol, de las falsas verdades y de las supuestas mentiras. A su vez es quien los ha puesto a pelear moviendo y cortando los hilos del destino a su gusto. Pronto averigüé, aterrado, lo que Silbán planeaba.

            No dudé en tratar de recurrir a quienes me habían dado la espalda, con evidencias más certeras, insistiendo en la importancia de para el avance de Silbán, el Carroñero.

Fue inútil.

Sólo restaba una oportunidad para evitar que el Carroñero alcanzara su meta. Sin perder tiempo me aproximé hacia el Dios muerto, quien en vida había sido el umbral al Absoluto. Profané su cadáver, antes de que Silbán fuera capaz de hacerlo. De ahí robé el símbolo, la nominación y la cualidad del Verbo. Fue todo lo que pude conseguir, puesto que el Carroñero había llegado.

Como me lo temía, Silbán devoró el cadáver de Dios.

 El final llegó entonces, sabía lo que tenía que hacer, lo único que podía hacer, y en efecto lo hice. Libré el último combate contra el Carroñero.

Utilicé lo que había conseguido del cadáver del Ser, en conjunto con mis conocimientos para manipular la sustancia y aislar la esencia. Toda fuerza, conocimiento y poder que había acumulado fueron usados, e incluso algo que estaba más allá de eso. Al término conseguí vencer a Silbán.

El Carroñero quedó atrapado, al igual que su ilimitado poder, su voluntad se mantuvo fuera de mi alcance, extendiéndose a través de la forma en la que lo retuve, pero limitada ante el peso de sus cadenas. Fue un éxito en cierta medida.  Sin embargo, me vi obligado a sacrificar el sentido, junto con un costo personal todavía más alto.

No sé qué pasará después. Quizá resista, quizá no, únicamente logro observar cómo se van cerrando los límites de la prisión. Escucho los gritos de Silbán en las voces de sus infinitas formas, rasgando las paredes que lo separan de donde me he recluido. Soy la última línea defensiva, si el Carroñero logra tomar control de mí, todo acabará. No tengo temor por la espera, lo único que quiero es que se acaben esos malditos graznidos.



                                                                       Antonio Arjona Huelgas

                                                                       5 de abril de 2016

                                                                       Ciudad de México

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