Gritos,
graznidos, silbidos y sonidos agudos han acompañado mi estadía improvisada
en este recóndito sitio. El cantar de miles de aves enardecidas ha vuelto mis horas menos silenciosas. Mis
provisiones están destinadas a perdurar durante periodos indefinidos. No tengo
la certeza de que mis asociados traten de rescatarme, de hecho estoy casi
seguro de que no lo harán. No los culpo ¿Quién arriesgaría a miles para salvar
a uno solo? ¿Por qué motivo mandarían ayuda a un agente que fue incapaz de
cumplir su labor, y que además se fue a meter en un territorio más allá de los
últimos confines de la racionalidad, de
la cordura? Creo que yo no lo haría
¡Malditos pájaros! Me sorprenden las capacidades del
infeliz Silbán ¿Cómo será que esos desgraciados continúan vivos? ¿Cómo será que
se mantienen muertos?
Si bien todo esto comenzó a causa de
mis errores, mis “asociados” son mayormente culpables. En cuanto mi búsqueda me
llevó hacia Silbán, todos decidieron darme la espalda, acusándome de levantar
falsos contra un algo que no tenía nada que ver con el problema. Ahora me
pregunto cuántos habían sido corrompidos para ese momento.
Silbán había sido, para mí y para
casi todos, un misterio absoluto. Fue sorprendente observar que fuera conocido
por mis entonces empleadores, y más aún que llegaran al extremo de imputarme un
cargo por tergiversar la verdad fundamental, incluso planteándose la
posibilidad de que yo fuera el responsable de los inexplicables movimientos en
el flujo de las cosas. Me vi obligado a escapar en dirección al vacío, y
agradezco haberlo hecho.
Nunca esperé que las cosas acabaran
como lo hicieron, pero sin duda hice todo lo que pude para evitar que lo
hicieran aún peor.
¿Qué es Silbán? Es aquel cuyo
espíritu aletea en los silencios, el que se mueve siempre a las espaldas del
solitario, el que espera la muerte de los seres para alimentarse de los
cadáveres y aspirar el aliento. En sí mismo es la vana esperanza, el engaño al
final del camino, la agonía del final. Silbán espera por ti, agitándose entre
los suspiros, caminando al parejo de tus pasos, observando con avaricia el
brillo de tus ojos. Incluso, si eres atento, podrás escuchar sus alas
batiéndose en medio del aire, serás de oír cuando grite tu nombre.
Silbán es responsable del
oscurecimiento del crisol, de las falsas verdades y de las supuestas mentiras. A
su vez es quien los ha puesto a pelear moviendo y cortando los hilos del
destino a su gusto. Pronto averigüé, aterrado, lo que Silbán planeaba.
No dudé en tratar de recurrir a
quienes me habían dado la espalda, con evidencias más certeras, insistiendo en
la importancia de para el avance de Silbán, el Carroñero.
Fue inútil.
Sólo restaba una oportunidad para evitar que el Carroñero
alcanzara su meta. Sin perder tiempo me aproximé hacia el Dios muerto, quien en
vida había sido el umbral al Absoluto. Profané su cadáver, antes de que Silbán
fuera capaz de hacerlo. De ahí robé el símbolo, la nominación y la cualidad del
Verbo. Fue todo lo que pude conseguir, puesto que el Carroñero había llegado.
Como me lo temía, Silbán devoró el cadáver de Dios.
El final llegó
entonces, sabía lo que tenía que hacer, lo único que podía hacer, y en efecto
lo hice. Libré el último combate contra el Carroñero.
Utilicé lo que había conseguido del cadáver del Ser, en
conjunto con mis conocimientos para manipular la sustancia y aislar la esencia.
Toda fuerza, conocimiento y poder que había acumulado fueron usados, e incluso
algo que estaba más allá de eso. Al término conseguí vencer a Silbán.
El Carroñero quedó atrapado, al igual que su ilimitado
poder, su voluntad se mantuvo fuera de mi alcance, extendiéndose a través de la
forma en la que lo retuve, pero limitada ante el peso de sus cadenas. Fue un
éxito en cierta medida. Sin embargo, me
vi obligado a sacrificar el sentido, junto con un costo personal todavía más
alto.
No sé qué pasará después. Quizá resista, quizá no,
únicamente logro observar cómo se van cerrando los límites de la prisión.
Escucho los gritos de Silbán en las voces de sus infinitas formas, rasgando las
paredes que lo separan de donde me he recluido. Soy la última línea defensiva,
si el Carroñero logra tomar control de mí, todo acabará. No tengo temor por la
espera, lo único que quiero es que se acaben esos malditos graznidos.
Antonio
Arjona Huelgas
5
de abril de 2016
Ciudad
de México
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