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miércoles, 25 de mayo de 2016

Lo inminente


“¡Cañones! ¡Cañones!” gritaba alguien desde la torre de observación, antes de la desaparición de esta entre las llamas y la fuerza de las armas de conquista llevadas por los Emperadores.

“¡Protejan el muro! ¡El muro!“ La orden de nuestro general se perdía entre los alaridos de los heridos y el ruido de las paredes hechas añicos “¡Defiendan el… el… defiendan…” Al pobre hombre no le quedaban muchas lágrimas que derramar. La derrota era inminente. Si el sujeto sobrevivía, era probable que terminara sirviendo al enemigo, o hecho prisionero, como rehén, ejecutado, o tal vez esclavizado ¡Peor aún! Quizá fueran a torturarlo, llevarlo arrastrando como alguna vez había hecho Aquiles con el cadáver de su aguerrido rival Héctor. Era posible también que los soldados de los Emperadores tuvieran entre ellos a personajes perversos que, además de atormentarlo y darle muerte, acabarían con su honor, o con algo más, quizá con… ¡No, no, no! Pero, no era posible, o sí, inclusive… ¡No! ¡Qué horror! ¡Y qué crueles…! Cuán terribles métodos podían habitar en la mente de hombres a quienes se les temía por sus terribles tratos hacia los desafortunados sobrevivientes, a tal punto que la mayoría prefería suicidarse, incluso los más fieros ¿Tan horrorosas eran sus vilezas? ¿Sus actitudes y canalladas? ¿Sus violaciones?  ¡Por Dios cuanta maldad! ¡Qué infames debían ser esas tropas si se atrevían a cometer semejante injuria! Aunque eso no era lo peor. Nuestro general recién había sido nombrado en el cargo ¡Qué felicidad! ¡Qué dicha! ¡Cuánto honor! Subir poco a poco, de un simple soldado raso a un general. Este hombre recordaba como de niño le gustaba jugar con espadas, imaginando que dirigía de forma honorable, defendiendo con valor a su nación, a su rey, a su gente. Los sueños de un infante que confió demasiado en su patria, las esperanzas de un adulto que creía poder alcanzar el objeto de sus fantasías más profundas, la perdida de todo sentido para quien en un instante le habían vedado toda ilusión, siendo arrojado a una verdad cruda e innegable. Su cara, su expresión vacía, confundida, todo valor, toda emoción lo había abandonado. Nuestro general dio fin a su vida, arrojándose hacia el mar de llamas de lo que habían sido los muros de la fortaleza, alimentado por las almas de miles de muertos.

Entonces conocimos la derrota.

Para mí no hubo duda ¿Qué más  podía hacer? ¿Cómo salir vivo del infierno en la tierra? Escapar, abandonar a mis compañeros a su suerte ¡Si, eso debía hacer! Estaba seguro de que mis compañeros morirían, todos y cada uno ¡Pobre del que no!

Entre las llamas se abrió un hueco entre las fuerzas de los Emperadores y el bosque ¡Mi oportunidad, mi escape! Corrí fuera del campo de batalla, atravesando un pequeño flanco entre ambos frentes, una línea curveada entre dos masas enfrentadas, un dragón hecho de los cuerpos y voluntades sublimadas de cientos de miles de personas, su aliento era la lluvia de voces vacías, sus colmillos y garras estaban en los pelotones que conducían a semejante abominación al interior de nuestra ciudad. Su fuego era la infernal maquinaria del mundo moderno, monstruos de metal que se alimentaban de la sangre de los hombres.

Escapé. A duras penas, evadiendo por segundos un destino fatal. La muerte los esperaba, su manto había sido echado sobre un valle pintado de rojo.  Las Tres viejas de mirada implacable sostenían sus tijeras, más como espadas, cortando, sin pensar ni detenerse, los hilos de millares de destinos.

Así, como empezó terminó, ubicado en lo alto de un monte, observando una acéfala masa, indetenible como el actuar de la naturaleza. Avanzando de frente  hacia mí.

F I N



Antonio Arjona Huelgas

25 de mayo de 2016


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