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domingo, 23 de octubre de 2016

Matando gatos



Hay historias raras, incomprensibles en casi todos sus detalles, tal podría ser el caso de la masacre de gatos en el pueblo de Noctaterra. Pocos registros quedan de lo que estaba ocurriendo ahí, y ni hablar de las fuentes orales ¡Cuánto desconocemos de esa noche del 23 de Octubre! ¿Quién o quiénes habrán sido los responsables?

Dentro de lo que se sabe, los lugareños rumoraban que los gatos emprendían travesías nocturnas al centro del pueblo todas las noches. El diario de una mujer anciana brinda un testimonio bastante extravagante sobre el asunto:

“Mi gato sale todas las noches, ya entrada la madrugada, siempre a la misma hora. Parecía normal, pero un día me asomé por la ventana para ver dónde iba mi Chiquito ¡Y Santo Dios! Como veinte gatos caminando por la calle, como si fueran una manada o una cosa así. Tras de ellos iba una fila muy larga de gatos, cada uno detrás de otro, cada 5 metros uno de ellos. Me quedé la noche en , hasta el regreso de Chiquito al amanecer

No es la única referencia, ni mucho menos la más extraña. Un chico que escapó de su casa dos noches antes de la masacre, y salió de la ciudad para nunca regresar, narró lo visto alrededor del pueblo la noche de la huida:

“Salí con mucha prisa y sin hacer ruido. Creía que lo peor que me podría pasar, si algo así ocurría temía lo que mi padre me haría... me habría quemado con aquel fierro, y lo habría hecho en mi cara para que nunca tratara de escapar otra vez. Pero cuando vi a los gatos danzar en círculos en torno a la rotonda, miles de ellos, ronroneando y maullando de una forma que nunca en mi vida había escuchado. Otros avanzaban en espiral y no se detenían ¿Cómo era posible? ¿Hacia donde seguían avanzando tras llegar al centro de la rotonda? ¿Cómo podían ser tantos?"

Más adelante, el chico describiría otro aspecto clave para la investigación del extraño síndrome que afectó a los felinos, y que posiblemente también a los humanos. En caso contrario podría tratarse de un desvarío causado por la histeria, o por el evidente trauma psicológico al que enfrentaba el sujeto:

Quise salir de ahí lo antes posible, y, si era capaz de ello, encontrar un camino que permitiera no cruzarme con alguno de los múltiples caminos de la posesión gatuna. Me alejé de la rotonda y encontré  ruta por calle San Antonio, libre y que conectaba con Avenida Libertadores, siendo esta última la que daba a una de las salidas del pueblo. Lo mejor es que era un camino tan evidente para casi todos, que nadie habría sospechado que alguien en pos de huir tomará esa ruta. Cuánto me arrepentiría. (...) tras avanzar cuatro cuadras, y ya a sólo tres mas para llegar a la Avenida Libertadores, todavía oía los maullidos de los gatos, a los que ya me había acostumbrado un poco, pude divisar siluetas a lo lejos. Supuse que eran de los gatos, aunque su tamaño era casi el de una persona. Estaba aterrado. Logré tranquilizarme gracias a la idea de que tales visiones fueran a causa de ilusiones ópticas causadas por el ángulo y la distancia, sumados al miedo que sentía. Avancé hasta Avenida Constitución, a una esquina de Libertadores, cuando comencé a sentirme observado, al instante apreté el paso. A la mitad de la distancia entre avenidas, pude captar el sonido de algo que caminaba de forma rápida y constante, parecía que se arrastraba. Apreté aún más el paso. Estaba en la esquina, girando a Libertadores, en ese momento todo se oscureció. Quedé ciego, pensando que me habían atrapado, o que me había desnatado, pero no era así, lo noté en cuanto vi los pequeños brillos en medio de las tinieblas, pares de ellas que me rodeaban por todas partes, y las veía en cualquier dirección a la que volteara. Eran ojos. Cientos de miradas. Por arriba, por abajo, a todo mi alrededor (...) Nada emitía ruidos, pero y por más que gritaba, por más que intentaba escapar, todavía me veían, todos ellos”

El resto de la declaración no ayuda a esclarecer los hechos. Aún así sintetizamos la parte más coherente del testimonio, puesto que en muchas ocasiones la información era inentendible o el documento estaba plenamente dañado. Pese a la relativa actualidad del hecho para una investigación de corte histórico, alrededor de quince años, el hombre que alguna vez fue ese niño se ha negado a platicar otra vez de lo que vivió.

De lo que pasó los días que le siguieron a este testimonio la información es poca. Otro testimonio viene de un hombre que dejó el pueblo el mismo día en que ocurrió la matanza de gatos:

“En la mañana del 23 de Octubre, muy temprano como a las 6 o 6 y media, desperté y vi a mi mujer asomada a la ventana, tan quieta que parecía sólo una parte del ambiente, como un mueble o un árbol, también me hizo pensar en un cadáver. Me preocupo un poco verla tan absorta, por lo que me acerqué para ver que tenía. Un rápido vistazo fue suficiente para saber que la tenía hipnotizada: en el jardín y por la calle un bosque de gatos empalados se extendía por lo menos hasta donde el ángulo nos permitía ver".

Posteriormente el hombre pasaría a describir cómo fue su camino por el pueblo, así como el debate con su esposa, previo a la decisión de salir. El consuelo para el susodicho fue el de hallar a varios de sus vecinos, sanos y salvos, haciendo lo mismo que el. Entonces descubrieron que todo el pueblo estaba adornado de forma macabra con cadáveres de gatos colocados en estacas de entre medio metro y hasta tres, según el caso. Como era de esperarse, todos y cada uno de los propietarios de estas mascotas buscaban a sus mininos a lo largo del sangriento bosque. Aunque ninguno fue capaz de hallarlos, puesto que gran parte de los animales estaban heridos al punto de ser irreconocibles, o en algunos casos desollados. No conforme, ninguno tenía collar. Si en vida lo habían hecho, es probable que los perpetradores se los hubieran retirado.

Las personas se organizaron con rapidez para establecer un plan en el que basarse para actuar. No tardaron en aparecer quienes aseguraban que se trataba de un acto demoníaco, o que era parte de una maquiavélica conspiración, o incluso que todo era una especie de engaño muy bien planeado, o un sueño. A su vez, la paranoia se disparó, y la gente comenzó a gritar que todos estaban condenados, que era una funesta señal, el fin del mundo. Y no estaban tan equivocados.

Las palabras del hombre son ambiguas, poco reveladoras, y aún menos esperanzadoras:

“No creía en esa clase de cosas de maldiciones o conspiraciones, pero tuve una sensación de peligro desde el momento en que desperté hasta conseguir alejarme lo suficiente de ahí”.

Ese mismo día cerca de trescientas personas, de una población de veinte mil, dejaron el lugar para jamás regresar.

No se sabe que ocurrió esa noche, ni se tienen hipótesis que resulten suficientemente coherentes, para un evento de tal magnitud, y que ha pasado desapercibido, por sorprendente que parezca. Sólo se sabe que para el día siguiente, la población de Noctaterra se reportaba desaparecida por completo, y para la semana esto se confirmaba.

Más impactante aún es la falta de consideración por parte del resto del mundo. Nadie volvió a saber que le pasó a los habitantes de Noctaterra, los sobrevivientes nunca quisieron saber más del asunto, y el resto de la humanidad se mostró indiferente. Quienes tenían familiares entre los desaparecidos, aseguraron tener pesadillas durante un mes antes y otro después del acontecimiento. Los gobiernos e institutos negaron estar involucrados, pero tampoco ayudaron a resolver el misterio. Todo organismo, todo posible medio de apoyo, se mantuvo física y jurídicamente alejado de Noctaterra.

Algunos de los pocos que aportaron declaración aseguraron que soñaban de forma cotidiana con maullidos y gritos, con felinos desollados y con malévolas miradas que reían desde la oscuridad. Sonrisas desquiciadas y vacías.

Mientras tanto Noctaterra se mantiene abandonada, poblada por recuerdos que nadie quiere recordar. Sus calles, cubiertas por los cuerpos de miles de animales torturados y sacrificados en una ceremonia sin nombre, su número supera por centenas al que se supone que debió haber ahí. Noctaterra es la memoria del horror que, por más que alguno tratemos de rescatar, se acerca sin remedio hacia el olvido. La nada ríe con locura desde su trono, en un castillo rodeado por negros fierros por los que todavía corre sangre.


Antonio Arjona Huelgas
23 de Octubre del 2016

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