Arrastrándose en
la oscuridad la blasfemia acecha y gruñe, babea y murmura secretos en lenguajes
olvidados. El hombre camina solo y cansado, cerca de las sombras, sentado en un
escritorio vacío, en una habitación sin ventanas, con las puertas tapadas por
tablas y muebles, la única luz parpadea desde una lámpara. Al exterior los
gritos de pavor, los gruñidos y las voces acompañan el sonar de fauces que se
abren y cierran CHAC CHAC CHAC... CHAC CHAC CHAC. Y algo más, algo que corre
entre muros, reptando en espacios dónde no debería lograr moverse, pero lo
hace, conoce todos los nombres y le producen apetito. Siempre tiene hambre.
El
hombre se levanta y camina, algo rasguña las paredes, uñas enterrándose en las
paredes, garras arañando metal TIC TIC TIC. Los chirridos torturan los oídos
del tipo, más porque sabe que vienen por él, pues ya no tienen nadie más a
quién cazar, y desde el principio le tuvieron especial apetito.
CHAC CHAC CHAC... TIC
TIC TIC
Los
alimentó con su sangre, por algo se hallaban ahí. El ritual había sido un
fracaso, no habían tomado en cuenta los accidentes pues ni siquiera pensaron
que tendrían éxito, las probabilidades eran tan escasas que ni siquiera se
podría haber considerado posible el éxito, más lo fue, y de la peor manera
posible. La prudencia parecía sobrar, pero hizo tanta falta. Los demás
colaboradores del rito yacían en la oscuridad, los afortunados bajo la tumba,
otros formaban parte del carnaval de rostros, y uno en particular susurraba
desde el interior de las paredes. Fueron 9 al comienzo, tres muertos tan solo
al concluir la ceremonia, 3 fueron jalados y nunca más volvieron, dos
coronan la efigie del caos, en medio de sonrisas sin forma y caras vacías de
voces silbantes, cuyas palabras silencian; y uno con vida, encerrado.
TIC TIC TIC TIC TIC TIC
CHAC CHAC CHAC
3,
pensaba el hombre, siempre el 3, número maldito, 6, 9 y de nuevo tres, uno u
otro, una y otra vez. A cada instante las cifras se mezclaban con los símbolos
y los mitos, todo en torno al ritual. Tres libros, 6 objetos, 9 símbolos, uno
por cada persona en el transcurso de 9 días. Siempre con la tensión de los dos
minutos para la finalización, durante todas las noches de la ceremonia. La
única regla era no dejar de escribir ni orar, por más que las pesadillas
vagaran a los alrededores. Que estupidez había sido tomar la conjura como una
broma, cuán imbéciles habían sido, y más al no cerrar el ciclo. Su cobardía de
no continuar, de no cerrar el proceso, fue la causa de la catástrofe. Sin
embargo habría sido peor de haber concluido.
ÑLAC
CHLAC ÑLAC
El
conocimiento de fórmulas, oraciones, palabras y conjuros determinados había
sido un conocimiento inútil hasta el inicio de la pesadilla. Era divertido
hasta cierto punto, muy irónico, casi tenía ganas de darse un tiro ahí mismo, o
de abrir las puertas.
TIC
TIC TIC
La
soledad del cuarto habría resultado reconfortante en otro caso, aunque algo
relajaba estar ahí sentado, con las notas, en las sombras de la habitación,
frente al escritorio.
Siempre
se había apegado al escepticismo, no con dogmatismo ni fanatismo, no más que
una postura conveniente y adecuada con la realidad, más ahora, la oscuridad
parecía mofarse en su cara de todo ello. Sentiose como un Fausto, confiado en
sus conocimientos y llevado por el hastío, su proceder en el ritual había sido
ingenuo, y Mefistófeles resultó ser mucho más astuto de lo esperado, siempre lo
era, y más peligroso. A diferencia de Fausto y sus jugarretas, basadas en años
de conocimientos profundos, el hombre sabía que no tenía el conocimiento ni los
medios para escapar de su destino, de ninguna manera.
CHAC
CHAC CHAC
En
el mejor de los casos le esperaba una muerte horrible, que no daría término a
sus sufrimientos, más evitaría lo peor. Ya estaba harto de los ruidos, de las
voces, en especial del sonido de las mandíbulas, y el goteo.
Creyó
escuchar risas por doquier, débiles, en susurro, como conteniéndose, cuales
niños planeando una travesura, con malicia. También de fondo, como a una gran
distancia, risas enloquecidas, vacías pero había algo en ellas, lunáticas más,
en cierto modo, tranquilas, demasiado.
TIC
TIC TIC
Ese
sonido, entre el goteo constante del agua que cae una y otra vez, y pequeños
golpeteos de un objeto contra otro, duro, como hueso, contra el metal, como
uñas o garras ¡y el sonar de los dientes masticar y chocar sus mandíbulas! CHAC
CHAC CHAC una y otra vez.
El
ritual se había salido de control, no se limitó a matar a sus practicantes,
sino que arrasó millas y millas, y se extendió. El hombre no sabía el número de
muertos ni el lugar dónde las atrocidades se habían detenido, tenía la certeza
de que nadie ningún otro sobreviviente lo esperaba en algún rincón, en alguna
casa o sótano, pues las voces ya le decían, y el sabía que eran sinceras,
crueles y sin embargo más honestas que cualquier ser humano, y más crudas.
Mientras
el hombre meditaba, su mente vagaba en imágenes de niebla, humo y sombras, de
superficies y ángulos imposibles en los que la tierra y las cosas se tornaban
al tiempo que marañas de extremidades, colmillos, tentáculos y rostros gimiendo
brotaban de los rincones. Ninguno de los tres libros usados en el rito le
habían ayudado en lo más mínimo, pues uno se había perdido en la oscuridad, el
otro fue quemado a fin de evitar que fuera encontrado quienes poblaban la
noche, y el último no tenía información alguna sobre el problema, no para
solucionarlo, apenas 9 líneas en verso, de 6 sílabas cada una, que constituían
una especie de conjuro protector. De nuevo ahí estaban esos números, 9, 6 y 3,
y de forma extraña el 1. Una persona restante, un libro, una habitación, y el
resto en la nada. Una relación binaria a
final de cuentas, 1 y 0 como en las bases de la informática, era casi
gracioso, y como todo lo demás tan irónico para ser cierto. Parecía un chiste,
una broma triste y espantosa. Parecía que las risas no eran una coincidencia...
CHIC CHIC CHIC CHIC
CHIC CHIC CHIC CHIC CHIC
Las
risas aumentaron, aún se contenían, y, de repente, el hombre oyó otro ruido, ya
no sólo detrás las paredes, sino al otro lado de la puerta.
CHAC CHAC CHAC TIC TIC
TIC TIC TIC TIC
Entonces
volteó a ver la entrada. Las tablas habían desaparecido.
El
hombre pronunció con nerviosismo los versos protectores mientras intentaba
dibujar con manos temblorosas, sabía que la pistola no serviría de nada, aún
siendo del calibre .45, ningún arma humana era capaz de contrarrestar las
fuerzas que se aproximaban arrastrándose.
ÑLAC
CHLAC ÑLAC
Entonces
la perilla comenzó a girar con lentitud. El hombre sintió un dolor en el pecho,
creía, y esperaba, estar sufriendo un infarto. Respiraba con dificultad, un
mareo lo invadía y un sudor gélido le corría por el cuerpo mientras pronunciaba
el conjuro. Iba a morir.
CHIC CHIC CHIC... CHIC
CHIC CHIC CHIC CHIC CHIC
Ya
venía, la cosa ya venía.
Una
corriente de aire, como una voz, entró en el lugar. Las risas ya no se
contenían, se oían como un rugido, como una explosión, como una tempestad.
La
puerta se comenzó a mover; el hombre siguió apresuró el conjuro lo más que
pudo. Tomó al arma y disparó a ciegas...
Entonces
la puerta quedó entreabierta...
F I N
Antonio
Arjona Huelgas
7
de Enero del 2018