Avanzar
por el desierto de Nizar, ya sea solo o acompañado, puede ser una experiencia
peligrosa y de igual forma fascinante. Las leyendas, mitos e historias que se
han contado sobre este sitio alrededor de los siglos son tan abundantes que se
podrían llenar cientos de escritos con ellas. Los nómadas de Irín recorren este
desierto cada tanto tiempo, aprendiendo del
propio lugar y de sus escasos habitantes, que en su mayoría viven en
oasis o a orillas del río Tid.
Los pueblos que habitan las tierras de Nizar lograron
domesticar dromedarios, cebras y, en el caso de unos pocos, leones. El uso dado
a estos animales es como transporte, para facilitar el comercio o para la
guerra. Son gente un tanto violenta, sobre todo con los extranjeros, pero
parecen respetar a los nómadas de Irín y a quienes han decidido acompañarlos.
Incluso los acompañan en su tradición de contar historias alrededor de las
fogatas durante las noches, aportando sus mitos y leyendas al conocimiento de
los Nómadas de Irín.
Entre los mitos tradicionales de distintos pueblos de
Nizar, está el de La guerra del desierto. Esta historia narra el origen de los
habitantes de Nizar y su supuesta ascendencia divida. Algunos de los propios
miembros de estas comunidades dudan de la veracidad de dichos orígenes, aunque
nadie parece poner en cuestión los hechos que se plantean en el mito.
Se cuenta que hace muchos milenios, cuando el mundo
apenas se estaba formando, el desierto de Nizar ya existía, siendo considerado
por quienes residen en sus cercanías como uno de los sitios primigenios. En el
habían dos hermanos Táleg y Nizar, ambos eran hijos de Kefur, el Caos, y
encargados del cuidado de las tierras de su progenitor. Algunos aseguran que
sus proporciones eran inmensas, como enormes montañas, mientras que otros, más
exagerados, juran que su tamaño era mayor al del propio mundo. En todo caso,
ambos reinaron durante siglos, en un paraje desolado, sin saber con exactitud cuáles
eran los deseos de su padre. Llegó un punto en que tal incertidumbre le fue
quitando el sentido a su labor de proteger el desierto, puesto que no hallaban
sentido en proteger un sitio sin vida ni valor.
Entonces, Nizar se hartó de su situación y, de su cola,
hizo surgir el río Tig, de las gotas que se regaron nacieron los oasis. Al
enterarse de esto, su hermano se enfureció pues, pese a que también había
cuestionado el designio de su padre, no se opondría a él, por lo que limitó el
río a un terreno estrecho, cuando anteriormente su propia forma era
semicircular.
Nizar consideró la respuesta de su hermano como una falta
de comprensión y una afrenta a su labor, por lo que tomó la decisión de
continuar su trabajo de darle sentido al árido sitio que se hallaba a su
cuidado. En ese momento Nizar creó a los primeros habitantes del desierto,
seres similares a él, hechos a su imagen, estos eran los escorpiones.
Táleg cuidaba con atención las acciones de su hermano,
enfureciéndose cada vez más ante la falta de prudencia de su hermano, por lo
que formó de la arena del desierto y el veneno de sus colmillos una raza de
seres capaces de acabar con los hijos de su hermano, las serpientes, quienes
tenían un aspecto similar al de Táleg. Éstas buscaron y destruyeron a los
escorpiones originales, los primeros habitantes del territorio.
Nizar se enteró del crimen de su hermano, y tuvo un
poderoso dolor en su corazón, que jamás sería saciado. Entonces de su cola, que
ya no era capaz de crear seres encaminados hacia la vida, cubrió de ponzoña los
cadáveres de sus descendientes, quienes resucitaron como seres letales, capaces
de matar cualquier cosa viviente. Nizar planeó una venganza contra su hermano,
preparando a sus nuevos hijos para la guerra. Sin embargo sabía que esto no
sería suficiente, por lo que, con su boca, la última parte de su cuerpo capaz
de producir seres de bien, moldeando las solitarias rocas, creó a los primeros
hombres. Preparó a estos para la guerra, introduciendo veneno en sus cabezas,
para que pudieran matar sin sentir misericordia. Aun así, dejó limpios sus
corazones, para que en ellos pudiera nacer el valor para proteger a sus
semejantes y a dar la vida por amor.
Táleg se hallaba descuidado, creyendo que su más reciente
jugada sería suficiente para terminar con los deseos de su hermano, cuán
equivocado estuvo. Al tocar el amanecer, Nizar, dirigiendo a un ejército de
hombres y escorpiones, atacó a su hermano. El ejército se dividió en distintos
frentes, Nizar, seguido de los letales alacranes, atacó directamente a Táleg,
mientras los hombres atacaban con mortales lanzas a las distraídas serpientes,
quienes todavía digerían los cuerpos de los escorpiones que todavía no habían
sido resucitados. Una por una, las serpientes fueron siendo asesinadas,
perseguidas hasta que tuvieran que refugiarse enterrándose en el suelo, dejando
para siempre atrás sus extremidades, de las que nacieron gusanos y ciempiés.
Mientras tanto, Nizar luchó contra Táleg, quien a pesar
de estar en desventaja, logró herir de gravedad a su hermano. Nizar, con sus
últimas fuerzas, cortó con sus tenazas los brazos de Táleg, y con su aguijón atravesó
su boca, dándole muerte.
Herido y sin mayor esperanza, Nizar encargó a los
escorpiones que llevaran su cuerpo en partes, las cuales serían puestas en los
oasis y a orillas del río. Así lo hicieron cuando su padre hubo muerto, y de
trozos del cadáver de Nizar surgieron árboles. En estos sitios vivirían los
hombres, alimentándose del fruto del árbol de los árboles, y viviendo gracias
al río Tig, hecho de la mismísima esencia de su creador.
Los primeros hombres mantuvieron viva la historia de
Nizar y Táleg, el recuerdo de lo que para los actuales habitantes de las riberas
del río Tig fue, nada más y nada menos, que la primera batalla en la historia
del mundo.
Antonio Arjona Huelgas
Imagen tomada de <www.fondos7.net%2Fwallpaper%2F9654%2Farena-blanca-en-el-desierto-hd-widescreen.html&psig=AFQjCNEYC4wJeMji4492VTu7KMHlWxwmzg&ust=1448839257207591>
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