iro tras giro,
la rueda volvió a estar en su lugar correcto, entonces el señor Joaquín Domínguez
colocó las tuercas al neumático. Hacía todo con cuidado y paciencia, poniendo
una especial atención a su labor. Terminó, y en ese momento se comenzó a
levantar, lentamente, apoyándose en las manos, acomodando las piernas y
poniéndose de pié.
-Entonces jóvenes
¿Ustedes quieren saber lo que pasó hace treintaisiete años en la bahía de
Santiago?- Preguntó el anciano con un tono de voz que no dejaba mostrar ningún
sentimiento en especial, quizá sólo alcanzaba a mostrarse pensativo, o al menos
es lo único que yo percibí al escucharlo.
-¡Claro que sí
Don Joaquín!- Contesté, tratando de ocultar mi entusiasmo.
-No es una
historia bonita, y aunque creo que de los que estuvieron ahí yo soy el último
vivo, nunca he sido el mejor para contarla.
-No importa,
hemos esperado mucho tiempo para esto- respondió Amanda, mi pareja en aquel
entonces, y una de mis mejores amigas a la fecha.
-Señorita, usted
no debería escuchar esto, una jovencita como usted no debería enterarse de
cosas como estas, de las que nadie debe saber.- respondió Don Joaquín, tal vez
esperando que Amanda se fuera a platicar con doña Ana, esposa de Joaquín, y no
escuchara la historia.
-¡Debo saberlo!-
exclamó Amanda con impaciencia. Puse mi mano en su hombro para tranquilizarla
un poco.
-No se preocupe
Don Joaquín, ella está lista para escuchar- dije, tratando de convencer al
hombre, y, al mismo tiempo, de que Amanda no perdiera la paciencia.
-Tú tampoco
deberías escuchar esto, pero bueno, igual van a insistir ¡Igual no faltaba
demasiado para que volviera a contarla!- contestó, secándose con el brazo el
sudor que le caía de la frente- El tiempo nunca ha sido muy amable conmigo, y
mi memoria no es lo que era antes ¡Pero el Señor me dio un cuerpo fuerte que me
permite seguir trabajando! Incluso a mi edad- dejó de hablar un momento, tragó
saliva- Aunque lo que pasó en La Bahía de Santiago aquel día es algo que jamás
podría olvidar- suspiró- Existen historias que parecen querer ser contadas, que
tratan de mantenerse por alguna causa. Soy la última persona viva que estuvo
ahí ese día, eso quiere decir que soy el único que les puede contar esto tal
cual sucedió ¡Bien! Lo haré.
LE AGRADECIMOS A
Don Joaquín, y fue el inicio de una noche larga.
†
“No es necesario
que les diga cuándo comenzó todo esto, e inició el mismo día en que terminó. La
Bahía de Santiago era un lugar frecuentado por la gente del pueblo, sus playas
eran frecuentadas por la gente. Un sitio normal, eso y nada más, por lo menos
antes de ese día. Las personas dejaron de ir ahí de repente, como si ya
supieran lo que ocurriría, o tal vez presentían que ese sitio era peligroso. Yo
en ese entonces era joven, No había pasado mucho tiempo de haberme casado, trabajaba
en el negocio de mi padre, el cual yo heredaría cuando llegase su muerte, cosa
que ocurrió pocos años después de esto.
En aquel entonces, el lugar donde vivía (el municipio de Lagos
colorados), poseía una fuerte industria pesquera, además de tener abundantes
recursos madereros. Este sitio nunca tuvo mucho turismo, pero era poco
habitado, y los medios nos bastaban para la supervivencia de todos. La mayoría éramos humildes, puesto que la
vida nos lo permitía, y era buena con cada uno de nosotros. Creíamos que ni
Dios ni el Diablo nos quitarían nuestra forma de vivir, pero nos equivocamos, esto
acabaría rápidamente, sin previo aviso.
Yo manejaba la vieja camioneta de mi padre, llevando y trayendo las
piezas que el necesitaba para el taller. Por lo general iba de dos a cuatro
veces por semana, a veces mi esposa me acompañaba, todavía no teníamos hijos,
por lo que nadie se tenía que quedar en la casa. Así eran las cosas entonces,
los hombres trabajábamos y las mujeres cuidaban a los niños, todos, o casi
todos lo hacíamos así, estábamos acostumbrados a eso. Por suerte, mi esposa no iba
conmigo ese día. Me movilizaba desde el pueblo de Lagos Colorados hasta el
Rancho de La Rosita. El municipio estaba conformado por el pueblo, dos barrios
bastante grandes, considerando el tamaño del lugar: La Rosita y San Simón;
además de pequeñas comunidades que pertenecen al pueblo, pero que están
demasiado alejadas como para formar parte de él. Esto se conectaba a través de un camino, que
en ese entonces era de terracería, excepto por la parte que conectaba al barrio
de San Simón, puesto que por ahí estaba la salida a la carretera. Desde ahí se
puede ver claramente la Bahía de Santiago, y existe un pequeño camino que
conduce a ella.
Eran casi las
nueve de la mañana, y yo pasaba por dicho camino, y entonces pudo observar una
de las cosas más extrañas que he visto en mi vida. Sobre el agua, flotando en
el mar, estaba lo que parecía ser una isla. Un enorme montículo negro que se
hallaba frente a nosotros.”
†
El ANCIANO
INTERRUMPIÓ SU RELATO POR UN MOMENTO, NOS DIJO QUE IBA A ENTRAR POR UN POCO DE
AGUA, NOS PREGUNTÓ SI NECESITÁBAMOS ALGO, A LO QUE TANTO Amanda como yo
respondimos que no. Entró entonces a su casa, la cual estaba junto al taller.
-¿Crees que podamos
en verdad saber algo útil?- Me preguntó de repente Amanda. Algo parecía
afectarle.
-No lo sé, en
todo caso habrá que escuchar la historia completa- respondí, intentando que mi
tono de voz reflejara optimismo- ¿Estás bien?
-Sí, aunque hay
algo que no me gusta, o quizá sólo es que estoy un poco ansiosa- Me respondió
algo insegura.
-Todo está bien,
posiblemente sea que tienes ansiedad, llegaste muy emocionada- respondí con
seguridad. Sin embargo, había algo que me incomodaba respecto a todo el asunto
de la Bahía de Santiago- ¿Es lo que pasó en la Bahía de Santiago lo que no te
gusta?
-Creo que sí,
pero creo que hay algo más, algo alrededor de esto y…
- Siento la
tardanza jóvenes- apareció de repente Don Joaquín, sin darse cuenta de la
interrupción que causo, pero hasta el día de hoy pienso que tal vez haya sido
lo mejor, no hubiera querido que Amanda siguiera pensando en aquello que la
incomodaba, y no me habría gustado seguir oyendo suposiciones que alterarían
más mis ya obsesivos pensamientos.
-No hay ningún
problema- Respondí, Amanda también lo hizo, de manera similar.
-¿Les parece si
entramos? tardaremos un rato en esto, creo que sería lo mejor- Nos propuso Don
Joaquín mientras sonreía de forma nerviosa. No negaré que me sentí un poco
desconfiado, pero ver la colaboración mostrada por Amanda hacia la decisión del
hombre, me dio cierta seguridad, ese efecto solía generar ella en mí, creo que
todavía.
Entramos a la casa, y seguimos al hombre hasta una sencilla sala de
estar, conformada por una tercia de sillones de color café claro, y una mesita
de centro. Las paredes estaban cubiertas por varias fotografías en sus
respectivos marcos, imágenes de distintas épocas, en colores sepia, grises y a
color. Hijos, Tíos, primos, padres, hermanos, amigos y nietos, todos ellos
daban un aire hogareño al lugar. Un sitio agradable en resumidas cuentas.
Don Joaquín nos indicó que nos sentáramos en un sillón
doble, justo enfrente de otro individual que parecía ser el sitio donde le
gustaba estar. Amanda se sentó, y yo la seguí, a continuación en anciano hizo
lo mismo, se acomodó bien y dijo:
-Bueno, creo que
podemos continuar con la historia ¿Dónde iba? ¡Ah ya recuerdo! Entonces,
sigamos.
†
“Así fue, del
mar salía una especie de isla de color negro que había surgido desde el fondo
de alguna forma. Después de ese suceso discutí con mi padre para que me
permitiera ir a la Universidad, un poco para poder entender lo que pasó ese
día, quizá las ciencias me brindarían la respuesta que quería. Aunque más bien
lo hice para alejarme de la Bahía de Santiago, puesto que me causaba temor y
pesadillas todas las noches t todos los días desde aquella mañana. En fin, La
gente se acumulaba alrededor de la orilla para poder admirar el extraño objeto
surgido de las profundidades, hombres, mujeres y niños rodeaban el lugar,
aunque los pequeños dejaron rápidamente el lugar puesto que sus padres se mostraban
desconfiados con todo el asunto del montículo ¡Vaya que tenían razón! Pero
debieron irse ellos también, todos y cada uno, incluyéndome ¡Ahora ya nada de
eso importa! Los adultos nos quedamos a ver el extraño y asombroso espectáculo,
sin tener la más mínima idea de lo que ocurriría en sólo unas horas. La gente
se acercaba al mar en un intento por ver mejor el montículo, algunos incluso
nadaron hacia él. Yo me quedé en la orilla mirando todo con mucha atención. Las
mujeres, aparentemente más prudentes, mantuvieron su distancia del desconocido
objeto. Todos a excepción mía, creo, fueron incapaces de notar como el cielo
cambiaba de coloración, como el agua parecía cambiar su consistencia, y como
algo invisible para nosotros se movía a plena luz del día, esperando por
nosotros. Pensé que todo esto era una
alucinación, una visión de locura o producto de una intoxicación, o tal vez del
embrujo del Maligno, durante décadas traté de convencerme de eso.
Años después me enteraría de la formación de islas a través de
volcanes en el fondo del mar, aunque en ese entonces no era más que un
ignorante, creo que todavía lo soy. Sin embargo, la Bahía de Santiago no se
encuentra en una zona sísmica, y mucho menos en una zona propensa a esa clase
de fenómenos. Pese a que pudiera equivocarme respecto a esto, yo mismo vi como
la roca negra desaparecía al final del día, como si nunca hubiera estado ahí.
†
Las nubes
presentaron colores anormales, demasiado apagados, creí entonces que una
tormenta se aproximaba, pero no se parecía a ninguna otra que hubiera visto
alguna vez, era como si esos enormes nubarrones devoraran la luz. En ese
instante pareció que el tiempo se detuvo, como si estuviéramos apartados del
resto del mundo.
Ya no había
niños presentes, pero unas cuantas decenas de personas permanecían en el lugar,
me pareció en ese momento que se mantenían en el lugar por algo más que por el
espectáculo visual, aunque nunca supe que fue. Parecía que yo era el único que
se daba cuenta de esto, y de todo, como si estuvieran bajo un hechizo.
Lo que ocurrió a continuación fue
sorprendente: El nivel del agua comenzó a subir, primero lentamente, después
más a prisa, segundo a segundo más, cada vez más rápido. Las personas no se
inmutaban, sólo miraban el montículo, y las extrañas aguas que habían perdido
cualquier clase de transparencia que pudieran haber poseído antes.
Por un momento pensé en advertirles,
pero entonces noté que algunos se daban cuenta de lo que ocurría y trataban de
avisar a los demás. Su destino fue espantoso, creo que es lo más grotesco que
he visto jamás: algo invisible los tomaba y los arrastraba hacia el mar, los
que no ponían resistencia eran ahogados sin más, ellos tenían suerte. En
cambio, los que trataban de evadir su sentencia, se les arrancaban los miembros
y eran despedazados estando todavía vivos, para rematarlos llevándolos al mar.
Sólo veíamos a las personas siendo destrozadas por algo que se movía dejando
huellas circulares en la arena, aunque estas aparecían de repente, de un
momento a otro, brincando entre grandes distancias. A veces parecía que más que
brincar o caminar, simplemente bajaran, como si fueran parte de algo más
grande, algo gigantesco.
Al ver esto, unas tres o cuatro
personas se echaron al suelo a llorar, si alguien más se hallaba fuera del
trance posiblemente le ocurrió lo que a mí: se quedó congelado.
El tiempo pasó lentamente, de hecho
perdí la noción de él, sólo podía ver con horror como las aguas oscuras se
acercaban poco a poco hacia nosotros. No recuerdo haber pensado algo en
especial en ese momento, creo que el miedo me hacía incapaz de ello; por mi
mente pasaron imágenes aleatorias de cosas tan variadas y desiguales, carentes
de relación entre sí. No razoné por qué lo hacía, y pasaron muchos años para
que lo hiciera.
Juraría que la
carretera que debería haber estado a mis espaldas había desaparecido, y en el
cielo las nubes se deformaban por el movimiento de algo…
†
Don Joaquín
detuvo su relato, puesto que su esposa entró en ese momento a la habitación.
Cargaba una bandeja con unas tazas y una jarra sobre ella. Don Joaquín se
levantó rápidamente, le ayudó a la mujer a poner las cosas en la mesa, y dijo:
-Ah, disculpen,
Esta es mi esposa Ana, creo que uno de ustedes ya la había conocido por
teléfono- se apresuró a presentarnos, al parecer el hombre trataba de mantener
-Sí, fui yo-
dijo Amanda, parándose con velocidad para saludar a la señora. Yo la imité.
-¡Hola! Muy
buenas noches- saludó la señora, con bastante buen humor- Amanda ¿verdad?- la
susodicha asintió- que bonita es usted, y su voz también lo es- entonces me
volteó a ver- Oh, disculpe ¿usted es…?
-Sí, soy yo
Ángel- contesté y le di la mano.
-Sí, ya- hizo
una pausa- mi esposo me comentó que usted estudia historia.
-Así es.
- No sé qué es,
pero usted tiene algo que me parece familiar- dijo sonriendo la señora- Tal vez
sólo sea que usted es bastante atractivo, como mi esposo cuando era joven.
-Muchas gracias-
le contesté sonriendo.
-No tiene
porque.
La señora nos miró con curiosidad, y se retiró con un amable gesto,
regresando a su habitación, o quizá a la cocina. En cuanto esto pasó, el anciano nos volteó a
ver, sonrió sin mostrar en realidad muchos ánimos, y me dijo:
-Qué curioso,
hasta ahora me doy cuenta.
-¿De qué se dio
cuenta?
-Su nombre, me
parece curioso, adecuado por su
significado- hizo una ligera pausa- Bueno, continuemos con la historia ¿En qué
iba?
-Notó que la
carretera había desaparecido y…- respondió Amanda.
-¡Ah ya
recuerdo! Discúlpenme- suspiró- En este punto no estoy seguro de continuar
¿Seguros que quieren continuar? Para que pregunto si así es. No importa, sigamos.
†
Había algo de
gran tamaño en las nubes, parecía moverlas, o tal vez se movía entre ellas, de modo que las deformaba a causa de sus
proporciones. El agua se acercaba a nosotros lentamente, cada ola se hallaba,
segundo a segundo, más cerca de nosotros, como una horrible visión, un augurio
de cosas terribles.
¡Ojalá que el mundo pueda vivir sin
ver lo que es auténticamente desconocido! ¡Ojalá pueda olvidar!
En cuanto el agua alcanzó a la
primea fila de personas me pude percatar que dos personas retrocedieron
lentamente, mientras los demás eran devorados por el mar. Entonces yo, y otros
cinco que al parecer se hallaban fuera de la parálisis, notamos que las cosas
invisibles no nos atacaban si solamente retrocedíamos con lentitud.
Entonces, Nos hicimos para
atrás todo lo que pudimos, de los diez que nos percatamos de lo que sucedía,
seis tratamos de sobrevivir, mientras los otros cuatro se quedaron echados en
el suelo, viendo el final acercarse hacia ellos, sin luchar contra lo que no
veían ni tratar de evitar su destino, observando con tristeza, llorando o
paralizados más bien por el miedo. Resignados todos ellos.
Cada paso en busca de la seguridad de la tierra parecía ser sólo una
forma de aplazar nuestra desaparición, quizá el término más clemente y pacífico
hubiera sido, de una forma simple, aceptar lo inevitable. Pero no lo haríamos
así. Luchamos todos, de la forma que pudimos, por vivir por lo menos unos
minutos más. Nos hicimos para atrás, cada vez más, hasta que un enorme muro
detuvo nuestro avance”.
†
El hombre volvió
a detener su relato durante un par de minutos. Al principio se detuvo en seco,
respiró hondo, y dijo:
-Odio esta
parte. De todo ese día fue lo peor- tragó saliva- Jajajajaja- su risa era
nerviosa, demasiado a mi parecer, me heló la sangre, puesto que en ella había
cierta ironía, cierto pesimismo, y otro toque de demencia.
-jajaja- el anciano
seguía riendo- es mucha la inutilidad de todo lo que he hecho hasta ahora,
tanto ese día como ahora. Saber que existe algo tan terrible y no poder hacer
nada, ni siquiera poder demostrar lo que has visto, lo que has sentido. Tener
que mostrarte indiferente y callar un horrible secreto, pues si se contara
nadie creería mi palabra, pensarían solamente que soy un viejo loco que está
demasiado acabado como para poder hablar con coherencia- su voz sonaba cada vez
más desesperada, el cuerpo del hombre temblaba como si estuviera sometido a un
frío terrible. Veía las lágrimas en sus ojos, notaba como trataba de aguantar
los sollozos- Soportar eso era como… era como… Es como…
- Como una
helada lluvia en el infierno- Amanda interrumpió de una forma abrupta, dura, y
sorprendentemente precisa, como si ella supiera muy bien lo que el anciano
sentía.
-Exacto, como
usted dijo. Así era… Así es- Don Joaquín se limpiaba los ojos, ya con mayor
tranquilidad. Parecía que la frase de Amanda lo había tranquilizado. Sin
embargo, a mí me había puesto los nervios de punta.
-Bueno, seguiré
con la historia.
†
“Alguien parecía
burlarse de nosotros desde alguna parte, trayéndonos un castigo injusto y
terrible, siguiendo el papel de juez, de observador y de verdugo. Dándonos una
falsa esperanza que en realidad duró poco. Todos se fueron rindiendo poco a
poco, unos por las circunstancias iniciales, otros por no ser capaces de
escalar el muro. Al final, sólo yo y otro hombre logramos subir hasta una
altura suficiente como para que el agua no pudiera alcanzarnos.
Para este punto Era obvio que la muerte había llegado para quienes
habían sido alcanzados por las corrientes marítimas, y que nuestras
posibilidades de sobrevivir eran casi nulas. Lo peor de todo fue lo que se
podía ver al terminar de escalar el acantilado, puesto que este era sólo una
pared, un muro que dividía dos terrenos similares. Al otro lado sólo había más
agua, un mar igual de inmenso del que escapábamos.
Las lágrimas comenzaron a correr por mi cara, estaba seguro de que
ese era mi final, que nada de lo pudiera hacer cambiaría mi situación.
El hombre, que de hecho era el dueño de una pequeña ferretería del
pueblo y conocido mío, lo conocíamos como Don Manuel, se acercó hacia mí. Me
preguntó si quería platicar con él por
un momento, yo acepté, tras secarme la
cara con el dorso de mi mano. Don Manuel
me habló de su familia, de sus hijos, de su esposa, agradeciendo que no
estuvieran presentes en ese horrible lugar. Me preguntó que pensaba sobre la
muerte, y si creía que ese sería nuestro final. Yo respondí en base a lo que
veía: el agua se elevaba cada vez más, pronto la roca sobre la que nos
apoyábamos iba a hundirse, sin que pudiéramos hacer más. Don Manuel suspiró,
para después suspirar. Entonces me tocó hablar a mí: le dije que tenía miedo,
como jamás lo había tenido; le hablé de mis padres, de mi familia, que los
extrañaba y que no quería morir, no en ese lugar. Seguí hablando hasta que el
llanto no me permitió continuar.
†
Quizá Dios haya
oído nuestras plegarias, nuestros chillidos y nuestra melancólica plática, o
tal vez fue algo más, no lo sé. Pero la esperanza llegó a nosotros en medio de
ese infierno. Cuando el agua estaba a pocos centímetros de tocar nuestros
colgantes pies, en medio del océano surgió un enorme remolino que comenzó a
jalar el agua, y lo que en ella se encontraba. El nivel del mar bajó lo
suficiente como para mostrarse un espacio al otro lado del muro en el cual el
agua parecía mantenerse quieta, pese a las corrientes, pese al remolino. Le señalé este sitio a Don Manuel, y decidimos
acercarnos.
Vimos el extraño fenómeno, sin saber que podía significar, ni que
hacer frente a esta nueva situación. Discutimos unos momentos acerca del
asunto, teníamos miedo de que hubiera ahí algo peor que lo que habíamos visto
hasta ese momento, aunque algo así era poco probable. Miramos la anomalía
durante varios minutos, hasta que algo tembló bajo nuestros pies. El muro se
estaba derrumbando.
El horror nos invadió, Don Manuel comenzó a gritar, mientras yo
abrazaba la orilla de la roca. Apenas y nos podíamos sostener sobre la cada vez
más endeble base. Mi instinto actuó rápidamente, dándonos una solución bastante
descabellada: saltar al punto donde el agua se mantenía quieta.
Le dije a Don Manuel que me siguiera, que tenía una idea. El así lo
hizo, aun cuando le dije lo que debíamos de hacer, al parecer ya no quedaban
opciones suficientes como para dudar. Nos lanzamos al agua.
†
Don Manuel y yo
despertamos sobre la blanca orilla de la Bahía de Santiago. El sol ya estaba
por ocultarse. Podía sentir la arena en mi cara, y saborearla, su sabor era
horrible, aunque nunca había estado tan aliviado de tener algo así de cálido
quemando mi rostro. No se cómo, pero estábamos vivos. El agua nos había
arrastrado de regreso de algún extraño lugar. Sólo a nosotros, ningún otro
volvió.
Un anciano pescador corrió hacia nosotros preguntándonos que había
ocurrido, donde estaban los demás y que había pasado con el montículo que había
salido del mar esa mañana. Ni Don Manuel ni yo pudimos responder, fuimos
incapaces de hablar durante dos días seguidos. Los niños que habían estado en
la Bahía de Santiago esa mañana preguntaron por sus padres, pero no pudo
responderles, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo ante el recuerdo, cerré mis
ojos, me di la vuelta, continuando con mi camino. No podía verlos de frente, no
quería revivir esas terribles horas en las que sufrí como en ningún otro
instante.
La gente habló, inventaron rumores, especularon sobre mi silencio y
el de Don Manuel. Ninguno tenía idea de lo que había pasado, ni siquiera los
que estuvimos ahí podíamos explicar lo que sucedió. Guardé silencio durante
mucho tiempo, hasta que no pude más.
La primera en saberlo fue mi esposa, después mis padres, a los que
les rogué que me dieran permiso de dejar el taller en sus manos durante algún
tiempo, hasta que fuera capaz de hallar una explicación a lo que pasó en la
Bahía de Santiago. Ellos aceptaron, por lo que mi esposa y yo abandonamos la
región por casi diez años. Estudiamos lo que pudimos, sobre todo yo, que
necesitaba una respuesta. Mi esposa realizó una carrera técnica como contadora,
y rápidamente empezó a trabajar. Por mi parte, me di cuenta de que las ciencias
en las que podía encontrar satisfacer mis cuestionamientos eran poco comunes en
nuestro país, y no muy apoyadas, por lo que decidí estudiar primero una
ingeniería. Mis ansias de conocimiento y mi exagerado esfuerzo me permitieron
acabar casi en la mitad del tiempo.
Después de eso, mi esposa y yo conseguimos una visa para viajar a los
Estados Unidos, donde pude estudiar todo lo que quería, siendo apoyado a causa
de mi perseverancia y dedicación. Logramos desenvolvernos lo suficientemente
bien como para conseguir nuestras metas y sobrevivir en el intento. Sin
embargo, por más que estudiaba, por más libros que leía, no pude encontrar una
solución satisfactoria, o tan siquiera concreta.
Volvimos al pueblo, después de nueve años y medio de trabajo,
esfuerzo e investigaciones profundas. La tristeza que me envolvía era
fuerte, peor aún la frustración. Estuve
dos años sin trabajar, mantenido sólo por lo que habíamos ahorrado al vivir en
los estados unidos, por el trabajo de mi esposa y por el apoyo de nuestros
padres. Poco tiempo me bastó para hacerme fama como el loco que iba a las
cantinas a contar una extraña y aterradora historia sobre seres invisibles,
aguas espesas y mortales, montículos enormes que brotaban del fondo del océano.
Pese a esto, los niños de los padres desaparecidos hacía diez años en la bahía
de Santiago acudían de vez en cuando a escuchar la historia.
†
Mi esposa y mis
padres, en paz descansen, evitaron que tocara fondo con el alcohol y la
depresión, sino hubiera sido por ellos posiblemente hubiera muerto por
congestión alcohólica en una de esas tantas noches de copas. Les doy gracias a
ellos, y a Dios, por todo lo que han hecho por mí durante todos estos años. Todavía le temo a la Bahía de Santiago,
y le temeré hasta el último de mis días en la tierra, y tendré todavía más miedo
a lo que sea que habita en ese extraño rincón del mundo al que fuimos a parar
aquel día.
Tras poder salir de la crisis en la
que había entrado me enteré del destino de don Manuel. Un día comenzó a decir
que tenía miedo de algo en la Bahía de Santiago, después de haberlo tenido en
secreto durante años decidió hablar un poco de ellos con la mayor de sus hijas,
aunque lo hizo de forma muy vaga, sin entrar en detalles. Cuando conversé con
ella, preguntándole lo que le había dicho su padre, dijo algo que me
estremeció: mencionó que su padre le había dicho entre balbuceos y frases sin
sentido, que algo lo había observado desde el centro del remolino, algo que
parecía ser un ojo y una boca al mismo tiempo, pero que le daba la impresión de
que era el mismísimo mar. Don Manuel comenzó a decir que la cosa había vuelto a
brotar de la Bahía de Santiago y que lo observaba todas las noches, todos los
días, incluso en sus sueños. Dos días después de haber hablado esto con su hija,
el señor Manuel amarró una soga a una de las bases de su cama, se la amarró al
cuello y se lanzó por la ventana. Don Manuel falleció a las 2:58 de la
Madrugada”.
†
Don Joaquín concluyó
el relato con un suspiro.
-Esto es todo lo
que sé de aquel día, y de Don Manuel, el amable hombre que amaba a su familia
más que a nada en el mundo, pero algo le causaba tanto miedo que no dudó en
abandonarla con tal de escapar de la mirada de la cosa que invadía sus días y
sus noches- se levantó un momento y fue a la cocina. Regresó a la brevedad, con
un cuaderno bastante grueso, antiguo y un poco desojado- Aquí anoté todas mis
observaciones, teorías, ideas y experiencias acerca de lo que pasó en la Bahía
de Santiago.
Me tendió el cuaderno y dijo:
-Creo que
ustedes le darán un mejor uso que yo.
-No sabe cuánto
le agradecemos- la voz de Amanda sonó a mis espaldas, mientras yo, absorto e
incapaz de articular palabra alguna, sólo veía con intriga a Joaquín Domínguez,
el alegre mecánico, testigo de los eventos más extraños que había escuchado por
parte de una persona seria y en sus cinco sentidos.
El resto de la velada fue más
tranquilo, conversamos acerca de cosas más generales, con Joaquín y su esposa,
que había entrado a la habitación minutos después de que dio fin la historia.
Amanda y yo salimos de ahí casi dos horas tras de esto, encendimos el carro y
nos despedimos de nuestros amables anfitriones, con la mano en alto y el sonido
del claxon. Escuché que Amanda regresó unas cuantas veces, pero yo Nunca los
volví a ver.
†
Mientras íbamos
en el auto, ya de regreso, Amanda me sonrió. Casi de improvisto me dijo que me
amaba, y que agradecía todo lo que había hecho por ella a lo que respondí que
yo también tenía un interés por conocer la historia. Ella me respondió que no
lo decía por eso. Quizá sea muy distraído, o tal vez poco avispado, pero no
entendí a lo que se refería, o mejor dicho no quise entenderlo, puesto que la
respuesta cruzó mi mente unas cuantas veces esa noche, pero preferí bloquearlo.
Mis planes cambiaron con el tiempo, aunque no por completo. Dejé los
estudios de historia oral y decidí enfocarme más hacia una historia del arte.
Comencé a escribir narraciones y novelas simples, con temáticas sencillas y de
tendencias costumbristas, ganando bastante dinero con ello, que era parte de lo
que deseaba hacer, aunque dejé mi sueño de escribir sobre cosas profundas y
complejas, de hablar de auténticos misterios, de sucesos que en verdad no
tuvieran una explicación por completo racional. De hecho, esta es la primera
vez que escribo sobre algo misterios, y sobre algo real, en años. La libreta de
Don Joaquín pasó a manos de Amanda, quien continuó nuestra investigación, y
todavía sigue en ello.
La semana pasada Amando llegó a mi puerta con la libreta de Joaquín,
dijo que al fin me la regresaría, curiosamente en el mismo día que recordé la
historia que escuchamos aquella vez y decidí ponerme a escribir sobre ello.
Noté que Amanda estaba un poco distraída, por lo que le pregunté qué ocurría.
Me respondió que había estado algo estresada en estos días, y me dijo que no me
preocupara. No he podido dormir bien desde entonces, algo no está bien con
ella, tengo ganas de llamarle por teléfono e ir a ver como está, sin embargo
creo que estoy exagerando y debería darle el beneficio de la duda, después de todo,
nadie estaría tan clamado después de una investigación tan profunda sobre el
suicidio de su abuelo.
†††
Fin
Antonio Arjona Huelgas
Ciudad de México
2 de noviembre de 2015