Desperté
hace tan sólo un rato, por encima de mi cama y sin haberme cambiado de ropa. No
recuerdo haber llegado aquí anoche, supongo que alguien me trajo, Por mi aspecto y la forma en que llegué aquí,
nadie que conociera el lugar dudaría que hubiera estado en el California 75. El
viejo California 75, nadie que pase por él es capaz de olvidarlo fácilmente, y
si lo frecuentan será difícil que no se lleven una sorpresa de vez en cuando.
El
California 75 es, o fue, un bar que, como resulta lógico, se encuentra en el
número 75 de una calle que, de forma curiosa, no es la calle California, sino
que cruza con esta. El lugar tiene un estilo que simula el usado en
algunos sitios de diversión para ricos construidos durante el porfiriato en la Ciudad
de México, algunos sospechan que el propio bar se remonta a esos tiempos y que
en ese entonces tenía un nombre distinto, incluso antes de eso. Estos rumores
llegan a un extremo tal en se afirma que el propio Porfirio Díaz era cliente
habitual. Aunque es conocido por quienes frecuentamos el sitio que los
dueños siempre han sido los mismos y que, pese a ser ancianos, definitivamente
no parecen personas con más de cien años de edad. Otro aspecto por el cual se
anula esta teoría es a causa de que la mayor parte de las casas de esa colonia
fueron construidas entre la década de los cincuentas y los setentas. Sin
embargo, se ha mencionado que en aquella época era más bien un sitio de paso.
En
todo caso, la importancia del California 75 no reside en su antigüedad, sino en
la importancia misma del lugar. Desde ser un lugar al que acuden de forma
constante artistas, escritores, músicos y actores, además de miembros de
órdenes masónicas, herméticas y de hechicería, es un sitio
donde se planean estafas, robos, asesinatos, estrategias de manipulación
política, sumado a otras tantas fechorías. Y esto no es todo, la magia del
California 75 reside en otra cosa, quizá se podría llegar a creer que está en
la música en vivo, en el místico ambiente que en él se da, en el servicio, a la
convivencia absolutamente pacífica entre el más pobre y el más rico, o la
posibilidad que da para enterarte de secretos de Estado si pones suficiente
atención, pero no es nada de eso. Lo que hace mágico al California 75 es el
lugar en sí. Con esto no me refiero a su posición geográfica, sino al mismísimo
bar.
Cuando
visitas el California 75 te encuentras con hombres que visten trajes como los usados hace más de cien años, la música puede variar desde los estilos
más modernos hasta algunos surgidos en plena época colonial, y quienes la interpretan siempre lo hacen con suma habilidad. El bar posee también una
pequeña sala de juegos, donde se dan rondas completas de ajedrez, damas y
juegos de casino, como partidas de póker en las que se hacen apuestas
millonarias, además de recreaciones tan extrañas, que sólo he visto
en este lugar. Las bebidas son deliciosas, preparadas con una maestría mayor a
la del mejor barman del club nocturno más caro y de mayor fama de la ciudad,
además de tener una variedad tal que pareciera que ahí se conocieran todas las
recetas alguna vez creadas por el ser humano. Frases como la anterior sonarían
exageradas si no habláramos del California 75.
Lo
más especial del California 75 es que sólo puedes entrar con una invitación
hecha directamente por alguno de los dueños del lugar, los cuales las mandan de modo amable y formal, a través de una
carta con un curioso sello al que se le atribuye la supuesta heráldica del apellido de
los dueños, aunque a decir verdad dudo que lo sea, puesto que se me haría muy
raro un escudo de armas que consistiera en el dibujo de un águila bicéfala que
tiene en el pecho un escudo con la imagen de un león verde, y que a su vez está
rodeada por el signo del uroboros (una serpiente o pez que devora su propia
cola, formando un círculo).
Lo
más curioso del California 75, al que un amigo y yo fuimos invitados por
primera vez hace ya tres años, es que, después de conocerlo, decidimos invitar
a unos amigos para que pudieran verlo por sí mismos, y lo seguimos haciendo a
la fecha, pero nunca asisten. Nos aseguran entonces que cada vez que van, se
encuentran con un lote vacío.
Antonio Arjona Huelgas
30 de Julio del 2015
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