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iro tras giro,
la rueda volvió a estar en su lugar correcto, entonces el señor Joaquín Domínguez
colocó las tuercas al neumático. Hacía todo con cuidado y paciencia, poniendo
una especial atención a su labor. Terminó, y en ese momento se comenzó a
levantar, lentamente, apoyándose en las manos, acomodando los pies y poniéndose
de pié.
-Entonces jóvenes
¿Ustedes quieren saber lo que pasó hace treintaisiete años en la bahía de
Santiago?- Preguntó el anciano con un tono de voz que no dejaba mostrar ningún
sentimiento en especial, quizá sólo alcanzaba a mostrarse pensativo, o al menos
es lo único que yo percibí al escucharlo.
-¡Claro que sí
Don Joaquín!- Contesté, tratando de ocultar mi entusiasmo.
-No es una
historia bonita, y aunque creo que de los que estuvieron ahí yo soy el último
vivo, nunca he sido el mejor para contarla.
-No importa,
hemos esperado mucho tiempo para esto- respondió Amanda, mi pareja en aquel
entonces, y una de mis mejores amigas a la fecha.
-Señorita, usted
no debería escuchar esto, una jovencita como usted no debería enterarse de
cosas como estas, de las que nadie debe saber.- respondió Don Joaquín, tal vez
esperando que Amanda se fuera a platicar con doña Ana, esposa de Joaquín, y no
escuchara la historia.
-¡Debo saberlo!-
exclamó Amanda con impaciencia. Puse mi mano en su hombro para tranquilizarla
un poco.
-No se preocupe
Don Joaquín, ella está lista para escuchar- dije, tratando de convencer al
hombre, y, al mismo tiempo, de que Amanda no perdiera la paciencia.
-Tú tampoco
deberías escuchar esto, pero bueno, igual van a insistir ¡Igual no faltaba
demasiado para que volviera a contarla!- contestó, secándose con el brazo el
sudor que le caía de la frente- El tiempo nunca ha sido muy amable conmigo, y
mi memoria no es lo que era antes ¡Pero el Señor me dio un cuerpo fuerte que me
permite seguir trabajando! Incluso a mi edad- dejó de hablar un momento, tragó
saliva- Aunque lo que pasó en La Bahía de Santiago aquel día es algo que jamás
podría olvidar- suspiró- Existen historias que parecen querer ser contadas, que
tratan de mantenerse por alguna causa. Soy la última persona viva que estuvo en
ahí ese día, eso quiere decir que soy el único que les puede contar esto tal
cual sucedió ¡Bien! Lo haré.
LE AGRADECIMOS A
Don Joaquín, y fue el inicio de una noche larga.
†
“No es necesario
que les diga cuándo comenzó todo esto, e inició el mismo día en que terminó. La
Bahía de Santiago era un lugar frecuentado por la gente del pueblo, sus playas
eran frecuentadas por la gente. Un sitio normal, eso y nada más, por lo menos
antes de ese día. Las personas dejaron de ir ahí de repente, como si ya
supieran lo que ocurriría, o tal vez presentían que ese sitio era peligroso. Yo
en ese entonces era joven, No había pasado mucho tiempo de haberme casado, trabajaba
en el negocio de mi padre, el cual yo heredaría cuando llegase su muerte, cosa
que ocurrió pocos años después de esto.
En aquel
entonces, el lugar donde vivía (el municipio de Lagos colorados), poseía una
fuerte industria pesquera, además de tener abundantes recursos madereros. Este
sitio nunca tuvo mucho turismo, pero era poco habitado, y los medios nos
bastaban para la supervivencia de todos.
La mayoría éramos humildes, puesto que la vida nos lo permitía, y era buena
con cada uno de nosotros. Creíamos que ni Dios ni el Diablo nos quitarían
nuestra forma de vivir, pero nos equivocamos, esto acabaría rápidamente, sin
previo aviso.
Yo manejaba la
vieja camioneta de mi padre, llevando y trayendo las piezas que el necesitaba
para el taller. Por lo general iba de dos a cuatro veces por semana, a veces mi
esposa me acompañaba, todavía no teníamos hijos, por lo que nadie se tenía que
quedar en la casa. Así eran las cosas entonces, los hombres trabajábamos y las
mujeres cuidaban a los niños, todos, o casi todos lo hacíamos así, estábamos acostumbrados
a eso. Por suerte, mi esposa no iba conmigo ese día. Me movilizaba desde el pueblo
de Lagos Colorados hasta el Rancho de La Rosita. El municipio estaba conformado
por el pueblo, dos barrios bastante grandes, considerando el tamaño del lugar:
La Rosita y San Simón; además de pequeñas comunidades que pertenecen al pueblo,
pero que están demasiado alejadas como para formar parte de él. Esto se conectaba a través de un camino, que
en ese entonces era de terracería, excepto por la parte que conectaba al barrio
de San Simón, puesto que por ahí estaba la salida a la carretera. Desde ahí se
puede ver claramente la Bahía de Santiago, y existe un pequeño camino que
conduce a ella.
Eran casi las
nueve de la mañana, y yo pasaba por dicho camino, y entonces pudo observar una
de las cosas más extrañas que he visto en mi vida. Sobre el agua, flotando en
el mar, estaba lo que parecía ser una isla. Un enorme montículo negro que se
hallaba frente a nosotros.
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