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viernes, 23 de febrero de 2018

Nubes que se acercan

El cielo coronado por un castillo de nubes se disolvía conforme avanzaba la tarde, mientras ardía al atardecer y se reducía a su vez que se disolvía; el cielo se escurría sobre nuestras cabezas, de modo que pensamos que las gotas nos caerían encima ¿Cuál sería el efecto de ello? Me pregunté, pues las gotas de cielo debían ser distintas a las gotas de lluvia; y si ocurría ¿El cielo dejaría de ser cielo en dónde su lienzo se hubiese disuelto? ¿Habría una mancha negra o blanca tras el tinte? ¿Acaso un vacío sin materia? Mientras tanto las alturas se disolvían, y la distancia entre cielo y tierra se hacía casa vez menor. El horizonte se comía la tierra y mi espacio, al ritmo de un melancólico piano, era cada vez menor, nuestro espacio en el mundo se hacía menor y las cosas desaparecían tras el cielo líquido: águilas y gorriones, halcones y ruiseñores, al tiempo en que las nubes descendían, como escapando de lo inevitable. Así ocurriría que mi castillo de nubes llegaría frente a mí, y abriría sus puertas brillantes de sol y a sus torres de fuego y lluvia y relámpagos, que cernían sus fuerzas sobre los indiferentes mortales. Y mientras más oscurecía, el mundo se desvanecía en un manto de sueños, cada vez menos distancia había entre horizontes, y por la irregularidad de la caída tanto árboles como edificios ya habían sido tragados en el rojo, el dorado y el azul de diversas tonalidades. De igual forma la gente avanzaba con indiferencia hacia el vacío, como si no fuesen capaces de observar el cielo, y desaparecían, para jamás volver. Y conforme el mundo pasaba al olvido, yo me resguardaba en mi castillo de nubes, solo, construyendo torres y jardines, pintando en los reflejos, entre las curvaturas y el vapor, imágenes de sueños y fantasías, paisajes y escenas de juegos y puertos con barcos que zarpaban a ningún lugar. Y tras los muros de la fortaleza no había lugar a dónde ir, los navíos que pintaba en las paredes navegaban entre nubes hacia la nada, para desvanecerse al igual que todo lo demás. Poco a poco mi castillo se redujo, más y más, hasta que solo el horizonte y el brillo cada vez más tenue rodeaban mi trono de nubes. Así, poco a poco, mientras el cielo me envolvía, me sumí en un sueño infinito, en el despertar, durmiendo en la eternidad de la nada.


Antonio A. Huelgas
23 de Febrero del 2018

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