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jueves, 3 de mayo de 2018

Abandono

Caída la noche, no pude evitar mirar la Luna en lo alto, cuan brillante era que lastimaba mis ojos el mirarla así. Nunca antes había visto una Luna tan brillante, en la soledad de la noche, en la soledad de mi camino, en medio de los campos, abandonados hacía tanto tiempo, a pesar de que el trigo seguía con su vida, ahí dónde ya no estaban quienes le habían dado una categoría tan alta. Los humanos se habían ido, pero el trigo seguía creciendo. Era tan cómica la forma en que esa pequeña semilla se había burlado de nosotros durante tanto tiempo.
Estoy perdido, no sé si quiera continuar con este ritual, fue una promesa muy ingenua de mi parte, una decisión que tal vez no lleve a nada, y no sé si es más probable que lo haga o no lo haga. Necesito cierta respuesta antes de proceder, y ésta me evade una y otra vez, cuando estoy cerca de alcanzarla, tan cerca, al punto en que hallarla parece inevitable, creo llegar, lo doy por hecho, casi canto victoria, y se va.
Algo pasa que me separa de ella. Cierta parte de mi confía en el éxito de lo que pretende en cuanto obtenga esa respuesta, en cuanto esté lo suficientemente cerca. Sin embargo no pasa.
Aceptar seguir con el rito fue una ridiculez, pero no me quedaba nada más que hacer, nada más que mantenerme con vida e intentar avanzar, aunque ya no tengo nada más.
La plaga me dejó vivo, por una razón que no entiendo y ni siquiera conozco. Vago, doy pasos continuos sobre una línea, otrora un camino. Apenas puedo creer lo calmado que está todo.
Esta es la fecha, es el día, y creo nunca haber sentido calma semejante. Por aquí hay unas ruinas antiguas, en medio de ellas hay un altar a la Luna, rodeado por piedras en honor al campo. Ahí me debo dirigir, estoy muy cerca. Si el rito es real, si funciona, se tendría que haber hecho mucho antes, ahora no sé para que continuo. Quizá aprecio mucho la vida, tal vez le tema a la muerta, o tan siquiera conservo la esperanza de encontrar a alguien vivo, o de que la vida vuelva a emerger de la tierra y el mar, que un milagro divino me conceda la presencia de alguien más. Las escrituras antiguas dicen que ese alguien es la Diosa. Si están en lo correcto, por lo menos ella podrá arroparme, acompañarme en mis horas finales, salvarme de la soledad.
Llego al lugar y enciendo una hoguera. Las ramas arden pronto, los leños son tardados, es tan rápido que hacen que mi tiempo usado en recolectarlos parezca un chiste. La ofrenda está en su lugar, ardiendo. Me quito la ropa, y, desnudo, me dirijo al centro del círculo. Empiezo las oraciones, tomo el cuchillo y vierto mi sangre en la roca, en el altar. También la esparzo por el interior del círculo, y por su límite, sobre el fuego, formando una espiral. Dibujo a continuación las formas, las runas, los pequeños símbolos, sin moverme de dónde estoy, sin detener los cánticos ni las oraciones. Al terminar, me recuesto sobre la tierra y veo las esferas celestes a lo lejos, miro las infinitas estrellas, y observo la Luna. Es tan bella, parece sonreír, me sonríe a mí.
Quiero cerrar los ojos, la Luna me envuelve, me protege bajo sus rayos. Puedo descansar, pero debo mantener los ojos abiertos, hasta el final.
Escucho entonces las voces, creo que el ritual funciona. Escucho una voz en particular, es la voz de la Diosa, me ha mirado desde que comencé a caminar, y ha visto mi sacrificio. Siento un abrazo muy estrecho, la tierra me abraza, el fuego me brinda su calor; la Diosa me susurra y me abraza. La vista se me nubla, y ella me dice que lo he logrado, que acepta mi sacrificio. Es la señal que buscaba, ahora puedo descansar.
En los brazos de la Diosa, bajo la mirada de la Luna, he dejado al fin de estar solo.

F I N
Antonio A. Huelgas
1 de Marzo del 2018

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