Hielo,
oscuridad, voces que suspiraban nombres vacíos, la lista era grande y ni uno
solo de ellos real. Losas sin color ni forma, sólo pesos que ni la tierra puede
cargar, rosas negras entre las sombras que gimen y sonríen, observan y ríen. Manos
negras y blancas me jalan, no les temo ni me tranquilizan, de todos modos no
puedo verlas. Estamos perdidos como siempre, dónde nunca lo habíamos estado
¿Quiénes somos? ¿Por qué y para qué recorremos un camino a ciegas? Somos parte
de un rompecabezas, de un gran enigma que nos alcanza y supera a todos, y que
todos ahí acabamos, en un extraño vértice en el cero de todas las cosas, en su
origen y final. Nos movemos y nos arrastramos, nos hundimos en el olvido. Yo
muero, todos mueren, y vivo. No sé cuándo dejé de respirar, me rodean muros muy
estrechos, el espacio se cierra cada vez más. Creo ver luz, más no hay nada,
aparece y desaparece, y ya no sé cuál sea su origen, si la vida o la muerte.
Creo que nadie ahora está con vida, no creo que puedan estarlo. Me balanceo de
un lado a otro, oscilo en otra dirección, tiemblo, me invade el frío. Quiero
toser, o murmurar algo, más no puedo. Ya estoy muerto. Una ola me aplasta, envuelve
mi cuerpo, pesa en mi espalda; mis ojos se abren a la nada, al interior del
agua dulce y salada, es la primera sensación cálida que me recorre. Tengo la
sensación de escribir algo que se ha escrito, por mi propia pluma y por otras,
en incontables ocasiones, yo mismo lo hice antes y es probable que lo vuelva
hacer, distintos yos y distintos y mismos otros narramos esta historia una y
otra vez, o tal vez la historia se ha contado sólo una vez, pero el tiempo la
ha distorsionado o reflejado en puntos infinitos. No sé con exactitud que estoy
narrando, nunca lo he hecho, a pesar de sentarme a escribir y descubrirme
tecleando lo que tantas veces antes, con una pluma, una máquina de escribir o
el teclado de una computadora. La tinta escurre en una forma conocida, y se
seca, la luz del monitor proyecta símbolos según sean necesarios, y este símil
de la luz y la forma es lo más cercano a la esencia de lo que hago. La pantalla
se apaga, la tinta suave se hace áspera y el nombre queda grabado. Así concluye
un fragmento de lo inacabado, el término de la arista de lo que podría ser un
diamante o apenas un trozo de cristal.
Antonio Arjona
Huelgas
23 de septiembre
de 2017
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