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sábado, 23 de septiembre de 2017

Sueño y delirio entre la vida y la muerte

Hielo, oscuridad, voces que suspiraban nombres vacíos, la lista era grande y ni uno solo de ellos real. Losas sin color ni forma, sólo pesos que ni la tierra puede cargar, rosas negras entre las sombras que gimen y sonríen, observan y ríen. Manos negras y blancas me jalan, no les temo ni me tranquilizan, de todos modos no puedo verlas. Estamos perdidos como siempre, dónde nunca lo habíamos estado ¿Quiénes somos? ¿Por qué y para qué recorremos un camino a ciegas? Somos parte de un rompecabezas, de un gran enigma que nos alcanza y supera a todos, y que todos ahí acabamos, en un extraño vértice en el cero de todas las cosas, en su origen y final. Nos movemos y nos arrastramos, nos hundimos en el olvido. Yo muero, todos mueren, y vivo. No sé cuándo dejé de respirar, me rodean muros muy estrechos, el espacio se cierra cada vez más. Creo ver luz, más no hay nada, aparece y desaparece, y ya no sé cuál sea su origen, si la vida o la muerte. Creo que nadie ahora está con vida, no creo que puedan estarlo. Me balanceo de un lado a otro, oscilo en otra dirección, tiemblo, me invade el frío. Quiero toser, o murmurar algo, más no puedo. Ya estoy muerto. Una ola me aplasta, envuelve mi cuerpo, pesa en mi espalda; mis ojos se abren a la nada, al interior del agua dulce y salada, es la primera sensación cálida que me recorre. Tengo la sensación de escribir algo que se ha escrito, por mi propia pluma y por otras, en incontables ocasiones, yo mismo lo hice antes y es probable que lo vuelva hacer, distintos yos y distintos y mismos otros narramos esta historia una y otra vez, o tal vez la historia se ha contado sólo una vez, pero el tiempo la ha distorsionado o reflejado en puntos infinitos. No sé con exactitud que estoy narrando, nunca lo he hecho, a pesar de sentarme a escribir y descubrirme tecleando lo que tantas veces antes, con una pluma, una máquina de escribir o el teclado de una computadora. La tinta escurre en una forma conocida, y se seca, la luz del monitor proyecta símbolos según sean necesarios, y este símil de la luz y la forma es lo más cercano a la esencia de lo que hago. La pantalla se apaga, la tinta suave se hace áspera y el nombre queda grabado. Así concluye un fragmento de lo inacabado, el término de la arista de lo que podría ser un diamante o apenas un trozo de cristal.



Antonio Arjona Huelgas

23 de septiembre de 2017

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