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sábado, 2 de diciembre de 2017

Memorias entre Paso Ancho y Camino del Viento



En mi vida he viajado y estado en múltiples lugares, desde lo alto hasta lo ancho del globo, y es curioso pues, de hecho, nací y pasé la infancia en un pueblo llamado Paso Ancho, nunca entendí su nombre de niño, no por completo, más nunca importó, no demasiado, me fui de ahí al concluir mi adolescencia y jamás volví. Después fui a dónde el viento me llevó, por todas partes y por ninguna, ya que nunca residí mucho tiempo en un solo sitio, no sentí en momento alguno que perteneciera a un determinado lugar, sólo seguí los dispersos granos de arena. Ahora, al final de mis días, tras miles de viajes y miles de millas recorridas, por segunda ocasión y más sorprendente que la primera, resido en un antiguo paraje conocido cómo Camino del Viento.
No llevo mucho tiempo aquí, no obstante creo sentirme como en casa, tal vez porque en realidad no estoy en ninguna parte, estoy solo, como siempre me resultó natural estar. No exagero, hace poco murió el último habitante de este pequeño rincón constituido por tres casas y una vieja posada entre montañas, sin actividad económica estable, pequeños cultivos y algunos, más bien pocos, animales que cazar. Antes de venir aquí supe siempre el tipo de sitio que tenía que buscar, lo que debí haber hecho hace tanto, y cómo debía terminar todo.
Debí hacer esto hace tanto, más nunca es tarde, además, los viajes valieron la pena, conocí tantas cosas, vi el mundo y más allá, creo que fue necesario para descubrir tantas cosas. Aparte, no creo que Camino del Viento se hubiese vuelto mi hogar en otras circunstancias, aún con sus características actuales, hace una década no era un sitio tan olvidado, eso no implica que yo estuviera viejo en ese entonces, tengo la creencia, tal vez infundada, tal vez no tanto, de que soy así desde que nací. Si creyera en la reencarnación diría que llevo demasiado tiempo y demasiadas vidas en este mundo. Bien, todo acabará pronto, espero, a lo mucho en uno o dos años, es probable que antes, las enfermedades son impredecibles. El caso es que tarde o temprano moriré ¡Que novedad!
Lo importante es que me encuentro bien.
A veces, cuando veo a Isis volar, recuerdo mis días de juventud, cuando salí de mi pueblo natal, empecé a conocer el mundo en la gran ciudad. Por cierto, Isis es un águila que domestiqué hace unos años, aprendí cetrería con el difunto dueño de la posada, era un anciano agradable que al morir no dejó nada más que la posada, que heredé al ser el único que podía hacerlo. Aunque no creo que alguien más hubiese querido. Ya pasaron varios años de eso, más no tanto, después de todo Camino del Viento es un lugar perdido, de paso, repleto de viejos y muertos vivientes, también es donde todas las cosas terminan. ¡Ah! La gran ciudad, lugar de paisajes grises y coloridos, de riqueza y pobreza, de costumbres y creencias ajenas a lo conocido, de mentiras y verdades, y de una verdad en particular, una certeza: que no pertenecía a ninguna parte.
Al igual que en mi Paso Ancho confirmé varias cosas, algunas esperadas, otras no, reglas extrañas en un mundo siempre relativo, siempre fugaz:
1. Todo es fugaz.
2. Soy viejo.
3. Todo termina, todo se desvanece.
4. La muerte siempre está por delante.
5. La amistad no es eterna.  
6. La vida es frágil en todo sentido, en distintos aspectos, y se juega con cada suspiro, a cada instante.
7. Estamos solos, al menos yo lo estoy.
8. No hay hogar. Yo no tengo uno.
9. Todas las cosas llevan una lápida encima, y a veces conviene escribir con antelación un buen epitafio.

Paso Ancho era un título bastante irónico, la geografía del pueblo era más bien la de un pequeño cuadrado, y el origen del nombre se debía a que durante la fundación del pueblo, Paso Ancho era un camino muy transitado, un paos obligatorio en el camino, en cuya entrada se hallaba una casona que servía de posada, taberna, administración de recursos y comercio local y punto de reunión entre los habitantes de las escasas chozas que constituían la comunidad. Tal sitio era dirigido por un hombre llamado José Sancho “El Ancho”, de ahí el nombre del sitio. Otros decían que se debía a que el camino que atravesaba el lugar era el más ancho de la región. Nunca me gustó ese lugar, vivir ahí era asfixiante, el tiempo parecía morir ahí, y todo carecía de sentido. Otra curiosa ironía está en el origen de Paso Ancho, el pueblo donde nací se relaciona mucho con mi vida ¿Quién lo hubiera dicho?
El paso a la gran ciudad era inevitable, necesario. No era raro este anhelo entre los habitantes de Paso Ancho, de ir a la aventura que eran las grandes ciudades, fueras a la que fueras, incluso aunque se tratase de una ciudad pequeña. La mayoría regresaban espantados de la vida citadina, de la cantidad de personas y, en un caso particular, de la inmoralidad de los capitalinos. Yo aspiré a la capital, de hecho, el único lugar lo suficientemente grande para mi, la única opción real para mi ambición. Sin embargo, la ambición es solitaria, y muere al final, siempre lo hace.
No me decepcioné por completo de la capital, ni repudié sus valores, en cambio noté la clara diferencia entre mi y los demás, aún en un lugar tan grande y con tan amplia gama de carácteres, de formas de ser y pensar. De hecho enfatizaba mis diferencias. El golpe inicial se dio a causa de mi talento para recrear las emociones de los otros en mí, en mi cabeza y corazón, incluso lo hacía sin percatarme. La gran ciudad me enseñó a controlar mi capacidad. No obstante, hay habilidades que son... inútiles, en resumidas cuentas. Lo son en tanto que los otros no las poseen, la ventaja se vuelve insuficiente, se convierte en desequilibrio. Claro que no todo lo puedo achacar a otros, el incesante muro entre yo y los demás generó una falta de confianza en mi y en los otros, mi cualidad se transformó en mi punto débil, el no tener un uso práctico ni a otra persona que la compartiera provocaron en mí una falta de fe en mi y en el mundo.
Los errores que tantas veces cometí por tal condición, las personas que lastimé, agravados por la desconsideración y el abandono por parte de los otros, aspecto mismo que empeoró ante lo primero. La desvaloración de una persona hacia otra en relación a la falta de fe y confianza conllevan ciclos de venganzas pasivas que acaban destruyendo cualquier vínculo si tan solo uno de los involucrados reacciona de forma incorrecta, y si las distintas partes lo hacen... el resultado es obvio. No importa quién comience ni quien termine, sepultar a la gente en vida es labor en la que hasta el sepultado es responsable.
A pesar de ello, siendo honesto, ser una isla en un mundo continental siempre es inconveniente, el rechazo entre ambos es parte de la vida, lo normal. Esto lo aprendería al dejar la gran ciudad, todavía con cierta esperanza de lograr encontrar mi lugar en el mundo, negando aún mi ser, mi realidad.
Entonces me embarqué a otros continentes, en busca de algo que nunca supe definir con exactitud, tal vez era el hogar, quizá la compañía, o más bien, sin saberlo, ansiaba el equilibrio, el silencio, en la soledad. No niego que en aquel entonces conociera conceptos como el del ma, propio de los orientales, más nunca lo había entendido a profundidad. La comprensión real de las cosas no yace sólo en la sapiencia, sino en la emoción, en la experiencia, y aún así requiere algo más, que muy pocas veces ocurre. 
Vagué de un sitio a otro durante varias décadas, en ningún sitio logré quedarme mucho tiempo, lo que no implicó evitar el regreso a tierras ya caminadas, no impidió ver amaneceres conocidos, y otros nuevos en sitios conocidos. Inclusive regresé a la gran ciudad algunas veces. Al ver a viejos camaradas llegué a convencerme en distintas ocasiones que no necesitaba a nadie, la incomprensión por parte de otras personas y el eterno espacio entre ambos nos apartaba, la pared era el vacío bajo el cual había quedado sepultado. Más el viento todavía llegaba a dónde estaba, y hablaba conmigo, el viento solitario fue siempre el amigo más fiel, el más leal, en cierta medida era como yo.
Creo que soy un eterno Ulises, sin hogar por llegar, sin Ítaca al frente ni por venir, he ido por el mundo y por el mar rodeado por acompañantes pasajeros, todos y cada uno, aún quienes en su momento pensé que estarían conmigo hasta el final de la travesía. Pero aún en un final idílico, rodeado por los semejantes, por los camaradas más cercanos, familia su mayor sentido, los últimos instantes para cualquiera serían solitarios.
La sociedad, la propia naturaleza humana, han hecho creer en una conclusión distinta, los vínculos del día a día, todos dieron forma a la más bella ilusión, a la perfecta utopía vivida a cada momento, al estar frente a nuestros semejantes. Sin embargo no es brillo sino velo, una cubierta, una máscara, produce la ceguera y el quitarla crea un vacío. Quizá por ello las personas creen en un Dios, o en dioses, la idea reconforta, da esperanza, un ideal nacido entre la imaginación, el pensamiento y el colectivo, entre la luz, la muerte y el olvido, cuyo objetivo es ir contra lo natural, lo propio de la conciencia, del ser.
Resulta en una imposición de la naturaleza humana sobre la naturaleza del ser, tal vez el único auténtico atisbo del espíritu humano.
A veces sentí dolor ¡Tantas veces! Más encontré en la soledad, en exiliarme de la compañía de las personas, la verdad, el alivio y la paz. Algunos somos solitarios, tenemos mayor relación con el ser que con el humano, desde el momento en que nacemos ya somos exiliados en tierra extranjera, tierra perdida, tierra extraña, la tierra de los hombres.
En la que nunca seremos bienvenidos.

En ciudades extranjeras aprendí varias cosas, herramientas útiles, algunas en la práctica y otras más bien como reserva. El pilotaje y la navegación me dieron minutos adicionales, horas en las cuales pensar sobre todo, respirar, y dejar callar mi mente, desvanecer las voces del pasado y el tormento. Entonces, en mi vejez, dejando tras de mi éxitos y fracasos, encontré Camino del Viento.
La mayúscula en la palabra viento era curiosa, no rara entre los pueblos, simbólica, era como escuchar una nota conocida pero que nunca me había percatado de ella. Entre apenas una veintena de personas en medio de cerros y montañas, en alguna parte de una isla en un vasto océano, con las águilas a mi alrededor y el sol y las estrellas sobre mi frente. Ahí descubrí la soledad auténtica.

¿La soledad pesa? ¿Duele? A veces, en momentos es fría, congela, en ocasiones dura y afilada como un sable, te destroza, y en instantes es suave, cálida, silenciosa, pacífica, y más aún, cuando es completa y auténtica, es reveladora.
Mis viajes por el mundo trajeron aprendizajes, inclusive experiencias bellas, no me arrepiento de ninguna de ellas, a pesar del dolor implícito en cada una. No se puede vivir de otra manera, supongo.
Más el saber, ese cual suspiro, cual flama, ese verdadero saber, sólo puede hallarse en uno mismo, en el camino propio. Ahí la soledad no tiene igual, el aislamiento para quienes somos solitarios en lo más profundo de nuestro haber trae siempre una revelación única, tal como nuestro interior.
Cabe diferenciar por tanto, entre la soledad y el abandono. Por segunda vez me remito al principio del ma, el espacio entre dos objetos, la paz, no, el equilibrio reside ahí, sólo en el es posible encontrar la verdad. El silencio es la soledad, mientras que el abandono es el ruido de voces ausentes, el despedazamiento de la persona, cuando somos divididos y dejados entre los otros y uno mismo.
La emoción, la amistad, el amor entre hermanos, entre amigos, son de las cosas más bellas que hay, y no sé si también el amor entre amantes, en pareja, entre un otro y un mismo, pues nunca lo experimenté. No es que nunca estuviese con nadie, más nunca al hacerlo experimenté un auténtico amor. Los espíritus solitarios nunca lo conocemos en verdad, a pesar de los intentos de tantos por engañarse a sí mismos. Por mi parte la soledad en mi marca, mi santo y seña, algo en mí.
Camino del Viento me enseñó, me dio claridad, después de todo era mi propio camino, y la conclusión del mismo. Sus habitantes eran viejos o marginados, más bien personas que se exiliaron a sí mismas del mundo, para vivir fuera de la dicotomía entre el caos y el orden. La mayoría no sabíamos con exactitud porqué estábamos ahí, sólo que debíamos estarlo, y más que un debíamos, estábamos.
Varios murieron antes de siquiera conocer, antes de saber que hacían ahí. Otros más fallecieron al momento de conocer la verdad, y otros más lo hicieron un poco después de ello, preparados para su final. Ya se habían encontrado, y no tenían más que hacer en este mundo.
Ahora estoy por completo solo, nadie más que yo e Isis. Estoy cansado, más en paz, no queda más que esperar el final. Sin embargo en mis últimos instantes recuerdo mi vida y pienso que tal vez haya algo que me faltó por aprender, quizá por ello no muero todavía. Pienso en las personas y el sentido de mi camino, mientras Isis vuela a mi mano, me observa y salta a mi lado, sobre la silla que saqué para sentarme, se coloca en uno de los brazos y me observa, como esperando que la acompañe.
Me siento a su lado, la miro. Sus ojos están fijos en mí, pareciera que sabe lo que siento, podría comprenderme, ella es como yo. Ya tiene sus años encima, aunque todavía le quedan algunos, a diferencia mí. Aunque en estos momentos pareciera que podría morir en cualquier momento, sabe algo, creo que yo igual. Estoy cansado, la visión se me nubla, recuerdos del pasado me invaden, desde mi infancia hasta mi vejez, recuerdos de las personas, memorias solitarias. Moriré antes de lo previsto. La respiración se me dificulta, mi corazón va en descenso, los latidos son cada vez más espaciados, hay enormes silencios entre cada uno. Isis salta sobre mi mano, su peso me tranquiliza, acaricio su lomo, veo lágrimas correr por sus ojos, nunca había visto a un águila llorar.
A pesar de todo me alegra no morir solo. Quizá erré en algunas de mis conclusiones, es posible que los vínculos entre personas nunca mueran en realidad, siempre y cuando existan reminiscencias en la mente, tan siquiera fragmentos de lo que fueron los otros. Es posible que la compañía pueda existir en la memoria, ello contradiría en parte la idea que tengo de la soledad, y de mi ser.
 Mi muerte es extraña, curiosa, creí que moriría solo, pero junto a mi está Isis, quien a cada momento parece decaer, su cuerpo se dobla, los latidos de su corazón también se reducen, no deja de verme. Ya tomó una decisión.
El negro cubre mis ojos, y la mirada de Isis y la muerte se han vuelto todo frente a mi. Al fin podremos descansar, al fin dejamos de estar solos. En mis últimos instantes soy feliz, exhalo el último aliento y muero junto a mi amiga, en Camino del Viento.

Antonio Arjona Huelgas
2 de Diciembre del 2017


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